Muteng. Luis Manuel Calenti de la Vega
Primero, elaborar una tabla de ejercicios que incluyesen abdominales, flexiones, ejercicios con mancuernas, salir a correr…; todo ello combinado con juegos como el baloncesto o el tenis. En segundo lugar, controlar las comidas y no abusar de las grasas y los fritos, dormir bien y aprovechar las horas de estudio. Qué tontería, ¿verdad? Pues para mí no lo era, pertenecía a ese gran porcentaje de niños a los que se lo daban todo hecho y no tenían que esforzarse para conseguir lo que quisieran. Bastaba con pedírselo a mis padres y lo tendría antes o después. Eso debía terminarse.
Conseguí bajar espectacularmente de peso en muy poco tiempo, aunque es cierto que los primeros kilos se pierden con mucha facilidad. Entre ocho y nueve meses después estaba en mi peso ideal. Ahora tocaba tonificar. Pero la técnica consistía simplemente en repetir los ejercicios de la rutina que ya había adquirido.
Una vez eliminados los diez kilos que me sobraban para quedarme en mi peso perfecto, y con el fin de tonificar y seguir aumentando de nivel, me compré muñequeras y tobilleras lastradas, emulando al protagonista de «Bola de dragón» y siguiendo los consejos de su maestro en su duro entrenamiento. ¿Por qué no?, ¿dónde estaba escrito que no se pudiese hacer? Así que lo hice con determinación. Las muñequeras y las tobilleras pesaban, en total, diez kilos, con lo que volvía a tener mi peso anterior con ellas puestas, de manera que no notaba demasiada diferencia y podía caminar con facilidad, aunque me costaba correr o realizar otros deportes.
Cada vez que me quitaba las pesas era como si flotara, ganaba en velocidad drásticamente. Pero el efecto duraba más bien poco y la gravedad natural del planeta (9,8 m/s2) hacía que el cuerpo se acostumbrara en cuestión de escasos minutos (2 o 3 como mucho).
Así que tomé otra decisión brutal, ¡no me quitaría las pesas ni para dormir! Solo lo haría para ducharme, y eso únicamente porque la primera vez cometí la insensatez de ducharme con ellas (te recuerdo que era un adolescente) y después me resultó bastante complicado secarlas.
Así que no me las quitaba nunca, entrenaba con ellas, y he de decir que tardé un mes en acostumbrarme y casi olvidarme de que las llevaba. Era como llevar unas pulseras o unas tobilleras grandes. Me molestaba más el roce del velcro o las hebillas que el propio peso. Era evidente que mis músculos tenían que evolucionar, aumentar de volumen y hacerse más fuertes y rápidos para reaccionar en el entorno en el que me movía; y así fue. No sé por qué, pero al principio los músculos de las piernas se desarrollaron más que los de los brazos. Supongo que no solemos realizar tantos movimientos con los brazos que con las piernas.
Una vez habituado completamente a llevar esos diez kilos siempre, pasé a la siguiente fase: practicar deportes como el baloncesto, el tenis o salir a correr… con las muñequeras y las tobilleras, claro. Al principio era un calvario. Aunque había ganado en fuerza y velocidad, el corazón todavía no estaba preparado, pero cada vez que entrenaba lo forzaba un poquito más. Sentía los latidos del corazón y, cuando creía que me iba a estallar, paraba y descansaba hasta sentir que las pulsaciones bajaban a un ritmo aceptable. Y volvía a intentarlo, pero las pulsaciones aumentaban con rapidez y tenía que volver a parar.
Pasé mucho tiempo así, medio año aproximadamente. Comenzaba a jugar al baloncesto con mis amigos y al rato debía parar, descansar unos minutos y volver al juego. Obviamente, mis amigos tuvieron una paciencia enorme conmigo…
Pero al cabo de unos meses empecé a notar algo diferente.
Los descansos necesarios tardaban cada vez más en llegar y los ratos de juego efectivo eran más largos, al mismo tiempo que las pausas eran más breves. Era evidente que mis músculos y mi corazón se estaban fortaleciendo.
Cuando me aclimaté completamente a los diez kilos de sobrepeso fui capaz de caminar, correr, subir montañas o jugar a varios deportes sin cansarme más que cualquiera de mis compañeros que no llevaban pesas.
Era hora de aumentar de nivel, pero ¿cómo? Pues estaba claro que aumentando el peso. Recuerdo que quedaba con mi cuñado para subir andando campo a través desde casa a una meseta cercana y bajar después corriendo. No serían más de siete u ocho kilómetros en total, contando con que la primera mitad del camino era un empinadísimo sendero. Hicimos ese recorrido unas cuantas veces y, cuando constaté que no tenía problema con el sobrepeso de diez kilos que ya llevaba, decidí incorporar una mochila cargada con una enciclopedia de ciencias de mi padre. ¡Ja, ja, ja!, y es que la ciencia sirve para todo.
No sabría decir exactamente el peso extra que suponía la mochila, pero calculo que entre siete y diez kilos. Siete volúmenes grandes, de esos pesadísimos. Como la vieja enciclopedia Espasa Calpe de toda la vida.
Entonces sí que notaba la cuesta. Sudaba la gota gorda, aunque mantenía el mismo ritmo que antes.
Una vez medio acostumbrado al recorrido con ese peso extra (unos 20 kilos en total o un poco menos), comencé a subir a paso ligero y a bajar corriendo como siempre.
Llegó el verano y quedé con un amigo para jugar al tenis, como había hecho anteriormente tantas veces con las pesas. Pero esta vez, y dado que ya había alcanzado lo que yo creía que era mi techo máximo, a mitad de partido decidí quitarme las pesas. ¡Madre mía!, después de dos años con ellas, parecía que flotaba. He de puntualizar que tuve que dar algunos pasos previos para continuar jugando, porque mi cuerpo se sentía más ligero, rápido y, por tanto, descoordinado de lo que yo era consciente. Recuerdo que di unos saltitos sobre el sitio, recordé la serie de dibujos e intenté dar un supersalto como Goku. Evidentemente no llegué a las nubes como el héroe televisivo, pero sí que fue un gran salto. Por aquel entonces ya practicaba artes marciales y ensayé una patada de giro completo en el aire. ¡Me salió sin esfuerzo!, ante el asombro de mi amigo, que esperaba pacientemente a que terminase de hacer tonterías para seguir jugando al tenis. No es que me hubiese convertido en un superhéroe ni bobadas similares, pero aumenté mucho mi capacidad de salto y velocidad. Cogí la raqueta, esperé el saque de mi oponente para arrear tal golpe a la pelota que salió de la pista por encima de la valla que había detrás de mi amigo. Debía, pues, controlar los golpes para darle suavemente a la pelota, como se espera en el tenis.
Tras una hora de juego se acabó el tiempo de alquiler de la pista de tenis y mi corazón estaba como paralizado, no notaba absolutamente nada; y es que estaba acostumbrado a mucho, a muchísimo más. Había sido un juego de niños, como jugar a las canicas. Así que después del tenis probé a ir a una pista de frontón cercana, esta vez solo, para ver hasta dónde podía llegar. Le di a la pelota con tanta fuerza una y otra vez durante tanto tiempo (una hora exacta), a un ritmo auténticamente frenético, que la pelota literalmente ¡quedó hecha trizas!
Por fin podía decir que tenía el ritmo cardíaco elevado, pero los músculos no sentían fatiga. No sabía si alguien más lo había logrado en relativamente tan poco tiempo. Al menos nadie que yo conociese en persona. Seguramente en el mundo había muchísima gente que entrenaba así, y muchísimos serían mil veces superiores a mí en uno, varios o todos los aspectos. Ahí están las olimpiadas con esos superhombres y supermujeres. Pero no en mi entorno.
Al día siguiente salí a correr como de costumbre con un grupo de amigos. Uno de ellos se preparaba para las pruebas físicas de admisión en la Academia General del Ejército en Zaragoza. Era mayor que yo, claro. Yo no solamente corría a su ritmo, sino que iba saltando arbustos, bancos, hablando, cantando…
Las veces que más he corrido en mi vida (muy pocas) ha sido durante dos horas máximo. En aquella época, recién quitadas las pesas, mis amigos terminaban exhaustos mientras que yo llegaba a mi casa y hacía abdominales, flexiones de suelo, ejercitaba con mancuernas, etc. Puedo decir que estaba en plena forma.
Hoy, después de más de veinte años de aquello, y siguiendo con un entrenamiento sin pesas y a un nivel mucho menor, puedo decir que estoy a un 80 o un 90 % respecto de aquella época.
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