Cambio de vida. Sharon Kendrick
Las mujeres daban a sus maridos por supuestos. ¿Era por eso por lo que Todd parecía tan malhumorado esa tarde?
Y sin embargo, ella tenía un arma muy efectiva que podía convencer a Todd de su punto de vista, pero, ¿se atrevería a usarla?
Anna lanzó un suspiro susurrante para pasarse el dorso de la mano por la frente seca. Y de repente, el plan no le pareció tan estrafalario porque algo en la pose alerta del cuerpo de Todd le hizo desearle… Anna se aclaró la garganta y la voz le salió sin querer como un susurro lujurioso.
–Está haciendo un calor terrible aquí, ¿verdad?
Todd supo por el repentino temblor de su voz lo que su mujer deseaba y sintió su propio cuerpo despertar en respuesta en parte porque la deseaba mucho y en parte porque no era lo que hubieran hecho normalmente.
Ellos apenas habían ido nunca a la cama a media tarde; él estaba normalmente trabajando y cuando no lo estaba, solían tener a unas niñas curiosas alrededor. Anna era normalmente dulce y tímida con el sexo. Debía desear con locura quedarse en Londres para intentar seducirle a plena luz del día.
Pero prefirió no hacer caso de la cuestión de si hacer el amor iba a ser suficiente para tapar las grietas que habían surgido ese día en su relación. Porque en ese momento no le importaba particularmente. Anna había encendido el fuego, así que aceptara ella las consecuencias.
–Tienes calor, ¿verdad? –preguntó a propósito.
–Hum. Estoy ardiendo.
Con una calma que traicionaban sus dedos temblorosos, Anna se despojó de la camiseta de manga larga para revelar una de manga corta. No era una particularmente nueva ni ajustada, pero moldeaba las curvas de sus senos a la perfección y Anna notó que Todd estaba observando con obsesión sus movimientos.
–Ya está –susurró con una voz tan ronca que le sonó decadente incluso a ella misma.
El músculo de su mandíbula palpitó de forma compulsiva y Todd supo que estaba atrapado en los sedosos lazos del deseo sexual.
–Entonces, ¿por qué no te quitas algo más? –sugirió en un murmullo.
–¿Y por qué… por qué no lo haces tú? –contestó ella temblorosa perdiendo el valor.
Él no necesitó más ánimos. Se inclinó hacia adelante con los ojos turbios y la boca curvada de anticipación antes de deslizarla por los femeninos labios entreabiertos en una fugaz caricia. Entonces deslizó la mano por debajo de su camiseta para abarcar uno de sus senos de forma posesiva.
Anna cerró los ojos y lanzó un hambriento gemido de placer por lo inesperado de que su deseo lo sedujera y la gratificante respuesta de Todd la estaba excitando con locura.
–¿Dónde están las trillizas? –preguntó él.
–En actividades extra escolares –jadeó Anna–. Saskia las traerá hoy a casa.
–¿Y a qué hora vuelven? –preguntó él deslizando el dedo bajo el encaje para frotarle el pezón que se endureció bajo su caricia.
–Nos queda un… un poco menos de una hora –susurró Anna temblorosa intentando recordar la última vez que habían hecho el amor de aquella manera.
Años, comprendió con una sensación de hundimiento. Habían pasado años y años.
Ella tiró con impotencia de su camisa de seda e intentó desabrocharle la hebilla del cinturón con frenesí para notar que las manos de él estaban tan temblorosas como las de un colegial. Todd la deseaba tanto que apenas podía pensar con claridad y no podía recordar sentirse tan caliente en mucho, mucho tiempo…
¿Habrían añadido combustible al deseo sus palabras amargas?, se preguntó él. ¿Era eso lo que pasaba después de diez años de matrimonio, que uno necesitaba palabras ásperas para excitarse tanto como para perder la claridad de pensamiento?
–¡Oh, Todd! –gimió Anna con todos los poros de su cuerpo en fuego mientras deslizaba los dedos sinuosos por su torso–. ¡Por favor!
Pero las viejas costumbres desaparecen con dificultad y Todd sacudió la cabeza aunque le costó hasta el último ápice de control que poseía.
Habían pasado la mayor parte de sus diez años juntos con niñas alrededor y nunca habían hecho el amor con audiencia, ni siquiera cuando las trillizas eran bebés. Ninguno de los dos había creído que fuera correcto abandonarse al deseo sexual con infantes en la misma habitación. Como Todd había repetido muchas veces, los niños no motivaban precisamente para hacer el amor. Mientras que Anna se había preguntado siempre si no sería porque los niños solían ser la consecuencia de hacerlo.
Como los suyos…
–Aquí no –masculló él con el corazón desbocado al intentar resistirse a la atracción de los profundos ojos azules–. ¿Y si las niñas volvieran temprano?
–Entonces…
–Sss –la acalló él mientras se levantaba y se agachaba para levantarla a ella en brazos del sofá.
Sin ningún esfuerzo la llevó hasta la habitación medio resentido de que el fiero deseo que había despertado en él había tirado por tierra su discusión.
Pero la razón quedó momentáneamente oscurecida por el deseo y Todd decidió continuar la discusión con su mujer cuando lo hubiera satisfecho.
Mientras que Anna, que estaba casi febril ante la perspectiva de hacer el amor con su marido en mitad de la tarde, se aferró a él con fuerza cuando la tendió en la cama y empezó a despojarla de las mallas pensando que el asunto de moverse estaba ahora cerrado…
Capítulo 2
BAJO la suave luz del sol del atardecer, el pulso de Anna empezó a regularizarse y sonrió para sí misma mientras deslizaba un dedo por la cadera sudorosa de Todd.
–Hum –murmuró él en respuesta atrapándole la mano para guiarla a una parte de su anatomía mucho más íntima.
Anna contuvo el aliento al sentir a su marido endurecerse bajo sus dedos.
–¡Todd! –jadeó dejando la mano donde estaba para empezar a moverla despacio.
–¡Anna! –se burló él con un gemido de placer para incorporarse sobre el codo y bajar la vista hacia su cara sonrojada y el sedoso pelo rubio derramado sobre la almohada.
Todd alcanzó un mechón de oro y lo retorció entre los dedos con expresión distraída sabiendo que si ella continuaba haciendo lo que estaba haciendo…
Apretando los dientes con esfuerzo, Todd le apartó la mano.
–¡Oh! –protestó ella.
–¡Ahora no, cariño! –dijo con brusquedad aunque su cuerpo estaba gritando porque siguiera con la magia de aquellas caricias suaves como plumas–. ¿Cuánto nos queda para que no nos molesten?
Anna echó un vistazo al reloj de la mesilla.
–Un poco más de media hora –bostezó–. Ha sido muy rápido, ¿verdad?
–Hum… –él sonrió al recordarlo–. Pero lo has disfrutado a pesar de eso, ¿o no?
Anna se sonrojó, una costumbre que nunca perdía para vergüenza suya e inmenso placer de su marido.
–Ya sabes que sí –respondió en voz baja.
Pero sus pensamientos eran un mar de confusión. Había sido maravilloso, sí, pero había sido hacer el amor a diferente escala de la que ella estaba acostumbrada. Había sido frenético incluso antes de que llegaran a la habitación y Todd empezara a quitarle la ropa casi fuera de control, en oposición a su acostumbrada finura juguetona.
Anna se incorporó en la cama revuelta y la cascada dorada le cubrió los senos desnudos.
–Será