Historia de la ópera. Roger Alier

Historia de la ópera - Roger Alier


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BARROQUIZACIóN CRECIENTE DE LA ÓPERA VENECIANA

      Mucho antes de que Cavalli viajara a París, Cesti, que había sido monje, se había distinguido con una ópera titulada L’Orontea (1649), que circuló muchísimo y se representó incluso en Austria, donde las óperas italianas interesaban cada vez más en la corte del emperador Fernando III, muy inclinado hacia la música. En Innsbruck, en presencia del monarca, se representaron óperas de Cesti, y también en Viena.

      Pero el gran éxito de Pietro Antonio Cesti fue, en 1667, la ópera titulada Il pomo d’oro, estrenada con motivo de las bodas del nuevo emperador Leopoldo I con la infanta Margarita de España. El emperador, que no sólo era melómano sino incluso compositor aficionado, quedó tan subyugado por el espectáculo que desde entonces la ópera italiana se convirtió en un artículo de primera necesidad en la corte de Viena.

      En cuanto a Pietro Andrea Ziani, su música está todavía por divulgar. Se citan entre sus obras unas veinte óperas, como Annibale in Capua (1661) y una Semiramide (1671). Sobrino de este compositor fue Marc’Antonio Ziani (1652-1715), continuador de la escuela, con una cincuentena de títulos que, de momento, yacen más o menos olvidados.

      Mencionaremos también, entre los autores venecianos del siglo XVII, a Giovanni Legrenzi (1626-1690), autor muy prolífico en todos los campos, a quien se atribuye la difusión del aria da capo, y Antonio Sartorio (ca. 1620, ca. 1681), autor de un curioso Orfeo (1672). El tema volvía a ser el manido relato de Orfeo y Euridice, pero la narración tiene tal cantidad de acontecimientos añadidos a la trama original, que se aprecia que se trata de una excelente muestra de la complicación barroca típica de este período, hasta el punto de que siguiendo la obra parece que el autor olvide a trechos el argumento que está explicando. Una grabación completa en discos y en CD de esta ópera de Sartorio permite al aficionado aproximarse al modo peculiar de narrar historias operísticas de este momento.

      No sólo se complicaba la ópera en el terreno libretístico o escenográfico, sino que en el campo de la música y del canto surgían también formas cada vez más complejas. Los mejores cantantes sobresalían en las demostraciones vocales, añadiendo en todo momento las improvisaciones y las ornamentaciones que les apetecían. Así se inició la época de los grandes castrati y de las imperiosas prime donne, que hacían las delicias de los espectadores pero causaban la ira y la irritación de los compositores, que veían alteradas sus obras musicales hasta dejarlas casi irreconocibles. Por otro lado los libretistas, deseosos de complacer al público con cambios de escena cada vez más frecuentes y con gran variedad de incidentes escénicos, iban complicando los argumentos de las óperas con añadidos cada vez más extensos, con escenas cómicas prolijas y acciones colaterales que complicaban la acción cada vez más.

      No todos los libretistas, sin embargo, veían con buenos ojos tales libertades y no tardarían en influir en la adopción de un nuevo sistema menos complejo.

      IX. DIFUSIÓN DE LA ÓPERA ITALIANA POR EUROPA: AUSTRIA Y ALEMANIA

      La incorporación de la ópera italiana a las costumbres de la corte de Viena tuvo grandes consecuencias para la rápida difusión de este género por toda Europa, ya que el emperador austríaco era nominalmente la máxima autoridad, por así decirlo, de todos los territorios del Imperio Sacro-Romano-Germánico, que estaba subdividido en unos 300 Estados de dimensiones distintas (la paz de Westfalia, de 1648, había consagrado esta división). Pero cada uno de esos Estados, de importancia muy variable (nobles de grados distintos, grandes eclesiásticos, príncipes, etc.) tenía su pequeña corte, y muchos de sus soberanos tendían a imitar las maneras y las costumbres de la corte imperial. El éxito de la ópera italiana en ésta supuso, por lo tanto, el interés de muchos de esos magnates y príncipes en esforzarse por cultivar también en sus respectivas capitales la música y la ópera de los italianos.

      Fueron muchas las compañías de cantantes que se formaron en Italia, no sólo en Venecia, sino en Roma, en Bolonia (que fue un centro destacado de contratación de cantantes), en Génova, Livorno y Nápoles, un poco más tarde, para cubrir esta demanda creciente de música escénica (así como también, de paso, de música instrumental). Una verdadera invasión de músicos italianos se dirigió hacia el Norte, para ganarse la vida en países y tierras más prósperos, y manteniendo celosamente ocultos los secretos del canto y de las ornamentaciones vocales que los compositores italianos habían hecho circular, y cuya aplicación vocal no se podía estudiar, entonces, en ningún lugar que no fuese la propia Italia.

      De este modo, la gran oleada operística italiana cubrió antes de que acabara el siglo XVII una buena parte de los territorios del Imperio (Austria, Alemania, Bohemia, etc.) y llegó con más o menos fuerza e intensidad también a Escandinavia y Polonia. Por causas que veremos en su momento, no llegó a Inglaterra ni a España hasta el siglo XVIII, pero sí a Portugal. Francia quedó excluida en gran parte de la expansión de la ópera italiana.

      Es importante señalar que aunque el canto quedaba exclusivamente en manos de los artistas italianos, la composición de música teatral era una técnica bien asequible a los no italianos, y así empezó a surgir una serie de compositores, especialmente alemanes, que se supieron adaptar a los métodos y modos de composición italiana y escribieron óperas en esta lengua, siguiendo los esquemas vocales e instrumentales característicos de los italianos (ya que de lo contrario, su público habría rechazado sus producciones). El primero de estos autores alemanes fue Heinrich Schütz (1585-1672), formado en parte en Venecia con Monteverdi. En 1627 escribió en Alemania una ópera basada en la antigua Dafne de Rinuccini, pero la música se ha perdido.

      La verdadera introducción de la ópera en Alemania no tuvo lugar hasta mucho más tarde, y a través de, como veremos, la influencia de la corte imperial austríaca. Aunque en algún caso se intentó hallar una vía específicamente germánica para la creación de óperas, como fue el caso único de la ciudad libre de Hamburgo, donde en 1678 se abrió un teatro público de ópera (el Theater am Gänsemarkt), al modo de los de Venecia, con el tiempo las producciones de dicho teatro también se tuvieron que ir adaptando a las exigencias y costumbres del público favorable al espectáculo exótico italiano y a los cánones operísticos de este país.

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      Retrato de Georg Philipp Telemann.

      Entre los autores más célebres de este primer período de la ópera alemana debe mencionarse a Reinhard Keiser (1674-1739), cuya ópera Croesus (1710) ha sido recientemente divulgada gracias a un par de notables grabaciones en CD. Keiser viajó algunos años por el Norte de Europa con una compañía de cantantes, ofreciendo espectáculos de ópera alemana.

      También participaron en la vida teatral de la ópera de Hamburgo el posteriormente famoso Georg Friedrich Händel (1685-1759) y su amigo y colega Georg Philipp Telemann (1681-1767), que debutó en el teatro de Hamburgo con su ópera Der Geduldige Sokrates (El paciente Sócrates, 1721) pero cuya única ópera bien divulgada ha sido el intermezzo bilingüe (alemán-italiano) titulado Pimpinone (1725), sobre el mismo tema del de Albinoni y del intermezzo posterior La serva padrona, de Pergolesi.

      Este foco de ópera alemana no prevaleció y finalmente las cortes del imperio germánico se nutrieron casi siempre de autores de Italia, llegados muchas veces con las propias compañías de cantantes de este país.

      En Austria vimos ya como las producciones de Marco Antonio Cesti introdujeron la ópera en la corte vienesa, para quedarse ya en ella arraigada como espectáculo habitual y diversión de la familia imperial. Este hecho fue determinante en la difusión de la ópera en los pequeños Estados alemanes, siempre dispuestos a emular lo que se practicaba en la corte del emperador, a pesar de que algunos príncipes tuvieron que hacer grandes sacrificios económicos para organizar una vida operística de interés. En todo caso, el género adoptado por la corte austríaca fue inequívocamente italiano. Lo confirma el hecho de que más tarde el emperador Carlos VI mostrara un agrado


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