Rasputín. Alexandr Kotsiubinski
consiguió este hombre apenas atractivo y no demasiado brillante dejar impresiones no sólo distintas, sino a veces incluso diametralmente opuestas, en tantas personas, desde algunos que escriben acerca de la respiración «hedionda» del starets272 y de ciertas «costras negras»273 en el lugar de los dientes, hasta otros que hablan de un «aliento totalmente fresco» y de unos «dientes fuertes, como los de una bestia salvaje», «impecables» y «sanos».274
Los labios de Rasputín, al parecer de unos, son «pálidos y finos»,275 mientras que otros los describen como «llenos y sensibles».276 Algunos recuerdan que «de toda la figura del starets siempre emanaba un olor desagradable, de origen difícilmente precisable».277 Otros dan testimonio de que Rasputín «era extraordinariamente pulcro: se cambiaba de ropa interior a menudo, iba a los baños y por eso jamás apestaba».278 La estatura de Rasputín era superior a la media.279 Además era enjuto,280 musculoso281 y ancho de hombros,282 por lo que daba la impresión de ser un hombre macizo.13 283 Sus movimientos eran los de alguien nervioso, impetuoso y audaz.14 284 Al hablar gesticulaba en exceso285 y cuando se excitaba «se ponía a dar coces como un potro embridado».286
Cuando estaba sentado a la mesa, «se comportaba de forma indecente», «sólo en muy raras ocasiones utilizaba los cubiertos y prefería coger los fiambres del plato con sus dedos huesudos y enjutos. Los trozos de cierto tamaño, los desmenuzaba como las fieras».287 Le gustaba «dejarse caer de su silla, hincar los codos en el estómago de su vecina en la mesa, castañetear los dientes», y mientras masticaba ruidosamente «ir soltando las perlas de sus enseñanzas espirituales».288
Sus cabellos grasientos,289 pocas veces «bien peinados»,290 y más a menudo «revueltos» y «enmarañados»,291 estaban separados por una descuidada raya en el medio.292 Eran de color oscuro,293 «castaño oscuro»,294 «oscuros y estropajosos», 295 «castaños».296
«Tenía una cabeza enorme ... y encima de la frente se apreciaba un claro en el cabello» que era «producto de una paliza que le dieron».297 Matriona Rasputina aclara que la pequeña cicatriz en la frente, que se aprecia en cierta fotografía, es la huella de un hachazo que un vecino de su pueblo propinó a Rasputín, durante una pelea en que el primero defendía el honor de su hija.298
«Siempre llevaba consigo un minúsculo peine, con el que peinaba sus cabellos largos, brillantes y grasientos. La barba, en cambio, la tenía casi siempre descuidada y casi nunca la atusaba»,299 por lo que ésta daba más bien la impresión de «que le hubieran pegado a la cara los mechones de lana esquilados de una oveja».300
Tenía la frente ancha,301 cejas pobladas,302 una nariz prominente,303 además de «ancha y picada de viruelas»304 y una boca musculosa,305 encajada en una cara alargada306 y demacrada,307 con «rasgos pronunciados y desagradables».308 En términos generales, estamos ante una cara «campesina, de lo más común».309 Pero los ojos ya son otra cosa...
Los ojos de Rasputín eran «de un azul intenso, profundamente hundidos ... así eran todos los de Pokrovskoie, con ojos claros, aunque tuvieran el cabello oscuro».310 «Unos grandes ojos claros, azules, del color de un campo de lilas o del cielo del norte. Ojos de mujer. Ojos de pecado. Los ojos del San Juan Bautista de Leonardo da Vinci».311
«Lo primero que me llamó la atención», relataba V. D. Bonch-Bruevich, «fueron sus ojos: miraban fija y concentradamente, y en ellos tintineaba una extraña luz fosforescente. Daba la impresión de que estuviera todo el rato palpando a su interlocutor con los ojos»;312 «sin abrir siquiera sus maravillosos ojos, acariciaba y palpaba a su interlocutor durante toda la conversación».313
«Sus ojos me asombraban cada vez más ... Lo que distinguía a sus ojos era su pequeñez, que eran incoloros y que estaban muy juntos, alojados en unas cuencas extraordinariamente profundas, tanto que desde lejos ni siquiera se los veía, como si se perdieran en las profundidades de sus órbitas. Gracias a esa circunstancia, a veces era difícil percibir si tenía los ojos abiertos o cerrados, y sólo una sensación como de que te atravesaran dos agujas revelaba que Rasputín te estaba mirando, te vigilaba».314
Según diversos testimonios de sus contemporáneos, los ojos de Rasputín estaban «muy hundidos»,315 «demasiado juntos, casi pegados al tabique nasal»,316 eran «ardientes»,317 «minúsculos»,318 «con órbitas marcadas por manchas de color marrón»,319 feos,320 pero dotados de un extraordinario atractivo,51 321 «de una fuerza casi hipnótica».322
«Sus ojos son especialmente hermosos y expresivos. Son limpios y azules. Él es consciente de la fuerza que tienen. En esos ojos refulgen llamas que se encienden y se apagan. Embrujan a las mujeres».323 «Rara vez sus ojos [parpadeaban], y esa mirada inmóvil y magnética era capaz de desconcertar hasta a la persona más atrevida».324 «Era precisamente la fuerza con que clavaba los ojos», reza el testimonio de V. D. Bonch-Bruevich, «lo que más impresionaba a cuantos estuvieran en su presencia, especialmente a las mujeres, en quienes producía una turbación brutal que comenzaba por inquietarlas, pero que después las animaba a mirarle tímidamente y en ocasiones las empujaba a acercársele, hablarle y arrancarle unas palabras más».325 Una mujer que acababa de conocer a Rasputín cayó víctima de un ataque de histeria, mientras gritaba: «No puedo, no puedo resistir la mirada de esos ojos que todo lo ven. ¡No puedo!».326
«Es imposible sostener su mirada durante un rato. Hay en ella algo pesado, como si uno sintiera una opresión física, aunque a veces sus ojos se iluminen con amabilidad, siempre con cierta picardía, y haya tanta suavidad en ellos. Mas, también: ¡cuán crueles pueden ser a veces y cuán aterradores cuando los domina la ira!».327
«Su mirada», apunta F. Yusúpov, «era aguda, pesada y penetrante. Ciertamente, uno sentía que en él había una fuerza que no era humana».328
Paralelamente, también se han conservado descripciones radicalmente distintas de la mirada de Rasputín. Así, por ejemplo, si hemos de creer el testimonio de I. F. Manasevich-Manuylov, Rasputín «mira como hacia un lado de la cara de su interlocutor, incapaz de sostenerle la mirada».59 329 «Busqué detenidamente aquel brillo misterioso, que muchos atribuían a sus ojos. Nada encontré», recordaba otro articulista, L. Lvov. «Lo que brillaba en sus ojos era la astucia y la sagacidad propias de un recio campesino, que había captado perfectamente el tipo de curiosidad por la sencillez que sentían los “señores”».330 «Una desagradable sensación me produjeron sus ojos astutos, que no dejaban de moverse, incapaces de mirarte directamente a la cara»,331 consignó también en sus memorias el antiguo comandante de palacio V. N. Voieykov.
Del cutis de Rasputín leemos que era oscuro, surcado de arrugas que, a veces, parecían más bien grandes pliegues, como «los que apreciamos en el rostro de cualquier campesino viejo».332
La voz era fuerte,333 aunque sorda.334 Su expresión era monótona y a la vez cantarina, «a ratos la de un novicio monacal, pero también la de un perro viejo sectario».335 Hablaba subrayando el sonido de la «o»,336 en aquellas palabras en que habitualmente suena como una «a» e «inclinando la cabeza hacia un lado a la manera de los sacerdotes durante la prédica».337
Tenía los brazos largos,338 nudosos, «con las venas muy marcadas»,339 «extraordinariamente largo el dedo índice, casi hasta la indecencia».340 «Tiene las manos sucias y las uñas mugrientas»,341 «los restos de alimentos solían enredársele en la barba, mientras comía», si bien es cierto que «era bastante aseado y se bañaba asiduamente».342
«Era curioso observar», relata Matriona Rasputina, «cómo se acercaba a mirarse a los espejos, creyendo que nadie lo veía. Al principio, mostraba preocupación (a ver qué es lo que me encuentro), después disgusto (¿qué es lo que veo?), y finalmente parecía conformarse (lo que hay, es lo que hay)».343 Una completa gama de sentimientos, si reparamos en que se trata de un simple campesino: por una parte, se aprecia el deseo de resultar atractivo a quienes le rodeaban (de ahí la preocupación por si lucía suficientemente atractivo), la coqueta inconformidad con su aspecto (tan característica de la personalidad histeroide) y, al mismo tiempo, la admiración ante sí mismo («¡tampoco estoy tan mal que digamos!»).