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de portugués, Tomás vivía totalmente rodeado y metido en su música y en sus libros. En ese mundo entre la literatura de los grandes portugueses (Pessoa, Eça, Camões, Almada) y donde no faltaban también Nietzsche, Dostoievski, Kafka y, en los momentos más “desafiantes”, Schopenhauer.

      Tomás es alto y delgado. El pelo es abundante. Lleva gafas. Tiene las manos grandes, y sus movimientos son delicados. Es muy educado, pero es un hombre de pocas palabras, siempre sumergido en sus pensamientos y sentimientos, como lo son todos aquellos que sobresalen por el “silencio”. Sólo ocupa espacio cuando quiere. Y él no quiere ocupar espacio.

      Cuando conoció a Laura, Tomás tenía 32 años y ella 24. Laura acababa de terminar su carrera de Psicología, y estaba empezando sus prácticas en clínica, buscando especializarse. Es absurdo pensar que uno termina la carrera, sabiendo cómo hacer clínica.

      Tomás tenía una cita de Psicología en la clínica donde Laura empezara

      a ejercer. Iba a ser su cliente. Iba, porque nunca llegó a serlo. Entró en la sala donde estaba Laura y, sin que ella pudiera abrir la boca le dijo:

      “Lo siento, esperaba a alguien más mayor y con más experiencia. Realmente pedí una mujer. Creo que las mujeres son más sensibles”.

      Sin duda, Tomás necesitaba energía femenina y materna, pero no pensaba que la fuese encontrar en aquella “chica” de veinte pocos años. Salió de la sala pidiendo disculpas. Se ofreció para pagar la sesión pero no quería quedarse.

      Laura no consiguió reaccionar. Se quedó pegada a su silla deseando tener 20 años más, pelo gris y gafas en la punta de la nariz. Después se enfadó consigo misma, porque ni siquiera había conseguido abrir la boca. Y porque, en algún lugar en su inseguridad natural, sintió el peso de la tristeza que ese hombre cargaba, y pensó que quizás le podría ayudar. No paraba de preguntarse, cuántas veces, aquel tipo de incidente, podría aún pasarle. Para rematar la situación, el dueño de la clínica, un Psicólogo con experiencia y unas estupendas “canas”, que ella ahora envidiaba más que nada, le echó un “rapapolvo”:

      – ¿Laura qué ha pasado? —exclamó— ¡Nunca había visto que una sesión tardara tan poco tiempo!

      No quiso saber cómo se sentía ella, cómo la podría ayudar.nada. Sólo estaba preocupado con la pérdida de un cliente por su culpa.

      Eran las cuatro de la tarde. No había más clientes para Laura. Por lo tanto, a ella, sólo le restaba una cosa que hacer, perderse en una librería cualquiera (intentando envejecer un poco), dando algo de “comer” a sus neuronas asustadas.

      Enamorada del Chiado (zona histórica del centro de Lisboa), pasaba horas ahí, entre libros viejos, nuevos, usados, olvidados, raros y también discos de vinilo. Pasaba mucho tiempo consultándolos ya que el dinero que tenía llegaba justo para su habitación y las formaciones que hacía.

      En esa tarde, en una librería modesta y escondida de la Baixa, entre letras y pensamientos, oyó un: “¡Hola, de nuevo!”. Al girarse, dio de bruces con su “cliente fugitivo”. Laura se puso muy tensa. Cuando se ponía nerviosa, se atragantaba con su propia saliva, y claro, tuvo un ataque de tos.

      Al mismo tiempo que evitaba ahogarse, sólo pensaba en la mejor manera de desaparecer de aquel lugar. Sólo quería que se abriera un hueco a sus píes, y desaparecer de allí. Ante el constreñimiento de Laura, Tomás le ofreció su botella de agua que decía que no la había abierto aún. Laura sabía que cuando se tose en un momento de esos, uno se queda no rosa sino que más rojo que un tomate maduro. Tomás parecía encontrar aquello delicioso.

      Cuando aquel “momento horroroso” se terminó y Laura logró respirar y articular palabras, se disculpó, y empezaron a hablar:

      – ¡Qué bueno que ya ha pasado! ¡Espero no haberla asustado tanto! Hace poco, en la clínica, ¡no la quise ofender!

      – No se preocupe, ¡no me ha ofendido! ¡Todo está bien! Estoy segura de que encontrará la terapeuta adecuada. ¡Tengo varias compañeras que son excelentes profesionales!

      – ¡Sí, claro! ¿Puedo preguntarle lo qué está eligiendo para leer?

      Laura tenía en la mano un libro de Kafka, y justo había leído una de sus célebres frases: “Cuando toda parece acabado, nuevas fuerzas surgen”.

      Era curioso que estuviera leyendo Kafka en esa ocasión. Franz Kafka fue un hombre profundamente atormentado. Tímido, con graves problemas con su padre, era autoritario, frágil e inseguro, habiendo encontrado en la escritura una manera de dar voz a su dolor.

      Con esta lectura, parece más madura, Laura le contestó:

      – Estoy “echando un vistazo” a este ejemplar de Kafka. Él me gusta mucho. Buscaba la plenitud a pesar de cargar una profunda tristeza y desear la muerte. Encuentro en sus obras ideas muy interesantes, que me ayudan tanto en mi vida personal como en mi profesión.

      Tomás estaba cada vez más interesado en conocer mejor a la joven.

      – En realidad, la diferencia de edades no tenía nada de especial. Tomás se sentía con más de 50. Laura tenía de verdad 24.

      – Sé que esto le puede sonar raro, pero me gustaría ofrecerle un café o un té. Siento haberle hecho pasar un mal rato, y no me gustaría sentirme peor de lo que estoy. Como puede imaginar, si fui a la clínica donde trabaja, es porque no estoy pasando el mejor momento de mi vida. ¿Lo acepta? ¡Prometo que no la voy a tratar mal!

      Tomás lo dijo con una sonrisa que la desarmó completamente. Ahora, ella no sólo quería salir de allí corriendo, le gustaría que la tierra le tragara. Pero, ni la tierra se abría, ni las piernas le respondían. Aún pensó en decirle que no. Pero de su boca salió simplemente: “sí, ¡puede ser!”

      Pura incongruencia femenina, sobre la cual mucho se ha hablado y escrito.

      El té, tardó dos horas y media, y el buen juicio masculino seguía:

      – ¿No le gustaría comer algo, quizás cenar? A no ser que tenga novio o marido e hijos esperándole...

      Laura estaba asombrada consigo misma, y con sus ganas de permanecer allí. En general, pensaba que la mayoría de los hombres eran infantiles, y de su pasado reciente había una triste lista de amores platónicos. Ninguna de sus relaciones había durado más de tres meses. Ella soñaba con grandes conversaciones sobre la vida, la filosofía y el universo, ellos estaban interesados en algo más “práctico y carnal”.

      Laura se moría de miedo en esa intimidad, y sus pocas experiencias habían sido fortuitas y poco románticas.

      Ahora, estaba delante de un hombre que como paciente la “había rechazado”, pero que como hombre estaba interesado en conocerla.

      Qué extraña es la vida...

      De ese té y de esa cena, surgieron muchos más encuentros en librerías, cambios de libros, más infusiones, más cenas, más Kafka, Pessoa, Jung. Abrazos, besos, muchas risas, mucha pasión, pocas dudas y unas ganas enormes de compartirlo todo.

      Hace 20 años que están juntos.

      Laura sabe que siente por su compañero los tres tipos de amor, aunque hayan pasado por momentos muy difíciles.

      Ese día en que volvía de su consulta, era el inicio de la semana, lunes.

      Sabe que tiene que “reorganizarse” lo mejor posible para estar con la familia y dejar entrar en casa lo mejor de sí misma. Sabe que tiene que conseguirlo. La elección de su profesión no la hizo a tontas y a locas , considerándola “la mejor profesión” del mundo.

      Aprende muchísimo, conoce historias de vida fascinantes, personas de las esferas más variadas. Recibe y da muchísimo afecto, enriquece su existencia y siente que se vuelve una persona mejor. Y puede vivir de esto.

      En casa la esperan sus hijos. Siempre con muchísimas cosas que decirle. Ella tiene peleas para mediar, tareas de casa y organización de la dinámica familiar para solucionar,


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