E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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había enseñado el ticket. Al parecer lo había comprado en las rebajas y no podía devolverlo. Gigi se había lamentado amplia y largamente… Había protestado mucho y, con tal de tener la fiesta en paz, Deanna había optado por meter el vestido en el fondo del armario con tal de hacerla callar. Y allí se había quedado, esperando a que Drew Fortune lo rescatara inesperadamente…

      Aunque estuviera muy cansada, Deanna se dio cuenta de que aquella idea era completamente absurda y se frotó los ojos. Por lo menos el vestido tenía un chal a juego. Era muy fino y casi transparente, pero le taparía los hombros. Y por mucho que no quisiera ponerse un vestido que le había regalado su madre, no podía sino admitir que era más apropiado para la ocasión que cualquier otra cosa que hubiera en su armario. Colgó la prenda y el chal detrás de la puerta y sacó de la maleta el resto de la ropa rápidamente. La dobló con cuidado, la guardó en un cajón vacío y metió la maleta en un rincón del armario, en el suelo. Después colgó la bolsa con la ropa de Drew en un rincón, lo más lejos posible de su vestido. ¿Qué habría metido en aquel petate que estaba encima de la cama? Deanna lo miró con curiosidad. No le importaba deshacerle la maleta. Además, se suponía que era su prometida… Después de mirar la bolsa durante unos minutos, temerosa de abrirla como si fuera a quemarle los dedos, la puso encima de una silla. Tomó su bolso de mano y se lo llevó al cuarto de baño. Se lavó la cara, los dientes, se puso el top sin tirantes que usaba para dormir y sus pantalones de pijama, y volvió junto a la cama, descalza. ¿Qué lado de la cama sería el preferido de Drew? Mordiéndose los labios, apartó el ligero edredón. Debajo había sábanas blancas con un exquisito bordado. El olor a fresco y a recién lavado que despedían era sencillamente delicioso.

      Pero Deanna tenía un nudo en la garganta… Se metió en la cama y se echó a un lado todo lo que pudo, hasta casi caerse por el borde. De repente, se dio cuenta de que no había apagado la luz. Volvió a levantarse, encendió la luz del baño y cerró la puerta para no tener más que un hilo de luz. Apagó la lámpara del dormitorio y volvió a meterse en la cama. Hundió la cabeza en la almohada y cerró los ojos. La imagen de Drew la atormentaba sin cesar, quemándole los párpados. Abrió los ojos. Estaba agotada por muchas razones, y la más importante era su jefe, que no tardaría en compartir aquella cama con ella. Se tapó hasta la barbilla con el edredón, pero no consiguió ahuyentar aquellos pensamientos. Su cuerpo temblaba y casi podía sentir cómo vibraba el colchón a su alrededor.

      Aquellos cuatro días iban a ser muy largos…

      Capítulo 4

      SUPONGO que has encontrado lo que estabas buscando.

      La voz de J.R. sonó tranquila y sosegada a sus espaldas. Drew estaba sentado en el mirador que daba al jardín exterior del frente de la casa.

      —Siempre tienes del bueno —agarró la botella y se sirvió otro dedo de whisky en el vaso—. Por lo menos Texas no te ha cambiado en eso.

      —No sé qué tienes en contra de Texas —J.R. se sentó en una silla de cuero—. Te gustaba mucho venir a Red Rock cuando eras niño.

      En verano solían ir al Double Crown Ranch, donde vivía el primo de su padre, Ryan, con su esposa Lily.

      —Montar a caballo, pescar y jugar a los vaqueros era divertido cuando tenía diez años —dijo Drew, bebiendo otro sorbo de aquel whisky tan bueno—. Todavía no me puedo creer que lo hayas dejado todo en Los Ángeles para venirte aquí.

      Si su hermano no hubiera renunciado a su puesto en Fortune Forecasting, hubiera sido él quien dirigiera la empresa. Drew no podía evitar preguntarse si su padre le hubiera puesto la misma condición a su primogénito antes de darle las riendas de la empresa. Pero J.R. había renunciado. Se había ido sin más, así que aquello no tenía ningún sentido.

      —Aquí encontré todo lo que de verdad me importaba —dijo J.R.

      —Querrás decir que encontraste a Isabella. Pero apenas la conocías cuando viniste aquí.

      Su hermano se encogió de hombros.

      —Isabella. El rancho. California estuvo bien durante un tiempo, pero éste es mi hogar ahora. No me puedo imaginar la vida en otra parte.

      —Empiezas a sonar como papá —murmuró Drew y giró el vaso en la mano. El líquido dorado resplandeció a la luz de la pequeña lámpara de mesa que había junto a su silla—. También se comporta como si no hubiera empezado a vivir hasta dejar California.

      J.R. suspiró.

      —No se trata de eso.

      —¿Y entonces de qué se trata? —Drew miró a su hermano a los ojos.

      J.R. tenía cuarenta y dos años y estaba casado con una mujer diez años más joven. Su padre, todavía fuerte como un roble, tenía setenta y cinco, y también tenía planeado casarse con una mujer diez años más joven.

      —Tenía una vida en California, pero ahora se comporta como si nada de eso importara.

      —Se comporta de la única forma que puede comportarse alguien que está dispuesto a pasar página y vivir el resto de su vida —le dijo J.R.—. Afróntalo, Drew. Es feliz. Y que se quiera casar con Lily no significa que haya olvidado a mamá.

      Drew se puso tenso. No quería hablar del tema de su madre, pero, sobre todo, no quería pensar en la forma en que su padre se la había recordado cuando habían discutido acerca de su futuro en la empresa esa mañana. O la mañana del día anterior. Ya era más de medianoche. Oficialmente ya era el día de Año Nuevo. Y también el día de la boda.

      Se frotó la cara con la mano y se bebió de un sorbo la bebida que le quedaba.

      —Bueno, para un hombre que ha sido alérgico al matrimonio toda su vida, desde que las cosas no le salieron bien la anterior vez, ¿cómo es que te has prometido con tu secretaria?

      Drew debería haber sabido que su hermano no aceptaría aquello así como así sin esperar una explicación. Además, así podría practicar un poco antes de tener que enfrentarse al resto de la familia.

      —Cuando conoces a la persona adecuada, da igual lo que pensaras antes.

      En realidad sus palabras eran ciertas de alguna forma. Eso era lo que su madre le había dicho en más de una ocasión después de su único fracaso matrimonial.

      Podía sentir la mirada de su hermano sobre la piel.

      —¿Cuándo supiste que Isabella era la persona adecuada?

      —Casi enseguida.

      —Entonces parece que yo no soy tan rápido como tú.

      —Mm.

      Aquel tono especulativo de J.R. ponía nervioso a Drew. Se echó hacia delante y se levantó de la silla.

      —Será mejor que duerma un poco antes del desayuno —levantó su vaso de whisky—. Gracias por la leche caliente.

      Por el rabillo del ojo vio que su hermano sonreía. Se dirigió hacia el dormitorio y sólo se detuvo un instante en la cocina para dejar el vaso. Desafortunadamente, no obstante, los efectos anestésicos del caro whisky de J.R. se esfumaron nada más llegar a la puerta del dormitorio.

      Entró silenciosamente. La tenue luz que se colaba por debajo de la puerta del cuarto de baño arrojaba un halo resplandeciente sobre la cama, pero apenas podía ver a Deanna. Estaba en el borde de la cama, en el lado más próximo al cuarto de baño. Lo único que podía ver era su copiosa melena extendida sobre la almohada, pero fue suficiente para revivir las imágenes que lo habían hecho salir huyendo de la habitación un rato antes. Se quedó inmóvil en el umbral durante unos segundos, esperando a que ella se levantara o a que hiciera algún ruido que le indicara que estaba despierta. Pero no oyó nada y pensó que era mejor meterse en la cama antes de que empezaran a preparar el desayuno, así que cerró la puerta con sumo cuidado y entró en la habitación. Nunca se había molestado tanto por no despertar a una mujer. Nunca había llevado a una mujer a su casa de San Diego. Siempre era más sencillo ir a la casa de ella, porque así era más


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