El gato canoso. Leonardo Killian

El gato canoso - Leonardo Killian


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      Killian nos muestra las posibilidades de combinación que existen cuando desconfiamos del final de una historia o acaso la traemos al presente. Es así posible confundir a Papá Noel con la Mazorca, creerse druida o ver Bogart paseando por Parque Chas…

      Índice

       Agradecimientos

       Prólogo

       El fantástico mundo del Gato Canoso

       Ilsa Lund

       Encuentro

       Judas

       Cartas

       Ítaca

       Blues de julio

       Historieta

       Frida

       Robot

       Anónimos

       Navidades

       En el Valle

       El viaje

       Secretos

       Pájaro

       Hamelin

       Hermes

       Noche

       Sobre el autor

       Leonardo L. Killian

Killian, LeonardoCuentos del gato canoso / Leonardo Killian.–1a ed–Gualeguaychú : Tolemia, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descargaISBN 978-987-3776-18-21. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.CDD A863

      Fecha de catalogación: Enero de 2021

      Conversión a eBook: Daniel Maldonado

      ISBN 978-987-3776-18-2

      Hecho el depósito que marca la ley 11.723

      Impreso en Argentina. Printed in Argentina

      Reservados todos los derechos, incluso el de reproducción en todo o en parte, en cualquier forma.

      Cuentos del Gato Canoso

      Leonardo Killian

      Agradecimientos

      A mi hermano Carlos A. Killian, por el dibujo del gato.

      A Susy Galván por la atenta lectura y corrección.

      Prólogo

      El fantástico mundo del Gato Canoso

      Si una historia se va transmitiendo a través de muchas generaciones, bien podríamos imaginar que el tiempo no separa a los lectores de distintas épocas. Una lectura compartida demuele las distancias.

      Algunos cuentos nos llegan como segundas versiones de historias repetidas, tan repetidas y tantas veces representadas que ya nada nos dicen. No iluminan al que los escucha y se terminan convirtiendo en el ruido de fondo de una herencia imprecisa. No podemos participar de ellas al no reconocerlas como algo vivo.

      Esto en cuanto a las historias. Pero las versiones cambiadas abren el panorama del lector para que pueda participar. ¿En qué?

      En reconocer todas las posibilidades que se ocultan en el hecho de contar un cuento. Como Macedo, alguien junta datos sobre personas a las que la realidad y la ficción las cruzan en una herencia.

      Nada de todo ese trabajo tiene mucho sentido si uno no termina por contárselo a otro y lo completa tratando de adivinar lo que no sabe.

      Un paso más: imaginando.

      Alguien escucha –o lee– y se pregunta por la verdad; o mejor, por la posibilidad de que todo no sea como nos lo cuentan una y otra vez.

      Cualquier cuento puesto a circular nos puede volver con un rostro cambiado. Cualquier cuento nos adivina el futuro si cumplimos la parte que nos toca.

      Una obediencia a la historia nos lleva a la repetición y al destino escrito. Varias cosas atentan contra esto. Puede ser la ignorancia de confundir a Papá Noel con la Mazorca; o creerse un druida. O el rescate de una herencia familiar en imágenes o Bogart paseando por Parque Chas…

      Los cuentos que tenemos a continuación nos hablan de todas las posibilidades de combinación que existen cuando desconfiamos del final de cualquier historia. O cuando no importa tanto el momento histórico en que transcurren si nos animamos a traerlas al presente y ponemos a conversar cierta lectura del pasado con una de este tiempo.

      Alguien está contando algunos secretos. No tiene todos los datos que hacen falta para que sea una verdad revelada, pero una verdad a medias a veces sirve para abrir los ojos.

      Ahora tengo que encontrar como salir de Parque Chas donde no sólo se cruzan las calles sino los tiempos.

      Luciano José Ciarlotti

      Ilsa Lund

      La historia me llegó un domingo por la tarde, aburrido y húmedo, en el bar.

      Colón. A esa hora vacío o casi, con la sola presencia de Macedo, dueño, cocinero y mozo, que, junto a la ventana que da a Triunvirato, leía la Quinta, lapicera en mano y anotando vaya uno a saber qué resultados o combinación timbera.

      Me hizo señas, sin hablar, para que pasara y, acercando una silla me dispuse a escuchar. Las charlas de Macedo se remitían a un charlante, él, y un escuchante, yo. Pero esa tarde valió la pena.

      Todo comenzó cuando le comenté no sé qué cosa sobre la plaza que estaban remodelando en el barrio de su niñez y también de la mía. Ahí me agarró del brazo y con esa mirada entre jodona y alucinada que tan bien le conocía me preguntó ¿Te acordás de Casablanca? ¿Viste cuando el avión se va y Bogart se queda con el petiso? Bueno, ¿a dónde va el avión?

      Me quedé mudo y con mi orgullo cinéfilo malherido al no poder contestar.

      A


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