¿Volveremos?. Elisabet Campuzano Ayllón
el refresco, va y me dice:
– No se lo tienes que contar a nadie, será nuestro secreto y si quieres me puedes dar un beso.
Y sí, ¡le planté un beso en toda la mejilla! ¿Qué esperaba que me lanzara de cabeza? De eso nada. Y si pensaba que después de tanto sufrimiento esperando a saber si sentía algo por mí o no, no lo iba a contar, ¡lo tenía claro! ¡Nada más ni nada menos que a mi madre en cuanto llegué a casa! ¿A quién mejor? Mi madre se quedó paralizada, pero no dijo nada, hasta el siguiente día que ya reaccionó, imaginaros, que puedo contaros que no os hayan dicho…
A la semana siguiente nuestro primer baile lento y con la que a partir de ahí se convertiría en nuestra canción Another Day In Paradise de Phil Collins, creo que no habían más estrellas a nuestro alrededor, ¡qué emoción tan grande!, aún me estremezco cuando la escucho, no sé qué luz desprenderíamos a nuestro alrededor, que cuando terminamos de bailar teníamos a varios de los amigos de mi marido embobados mirándonos a nosotros, cuando nos dimos cuenta nos iban a explotar las mejillas, parecían nuestros guardaespaldas cruzados de brazos.
Dos meses me faltaban para cumplir quince años, y el amor ya me había llegado y con él muchos quebraderos de cabeza. Perdí total interés por los estudios. Era otra época y no era difícil encontrar trabajo, sobre todo de dependienta y a mí me encantaba. Terminé el curso que estaba realizando y me puse a trabajar en una panadería, aún no tenía los dieciséis años, la edad mínima para que puedan hacerte un contrato laboral, pero me quedaba muy poco así que me cogieron sin poner mucha pega, ya que el horario era tan malo y el sueldo era tan bajo que nadie quería trabajar ahí. A ellos les venía bien y a mí también. Como tenían varias sucursales me enviaban de una a otra como si nada y así fueron pasando los meses, hasta que en agosto de 1991, encontré trabajo en el Mercat de la Creu Alta, en una Pesca Salada y allí estuve hasta octubre del 1993. Necesitaba hacer un cambio, no era un trabajo en el que me sintiera muy realizada, así, que decidí dejarlo y cobrar el desempleo hasta encontrar algo que me gustara más.
Aproveché y me saqué el carnet de conducir, justo diecisiete días antes de la boda.
¡ME CASO!
Si os he de decir la verdad, no sé ni cómo lo terminamos de decidir, solo sé que en tres meses la habíamos organizado, quedaban tres semanas y mi suegra aún ni se lo creía, la verdad es que casi todo lo hicimos nosotros, ya que lo que yo ganaba, lo guardábamos y lo que ganaba mi marido era lo que gastábamos, así que como la boda fue muy sencillita, la costeamos nosotros y al no implicar a nadie, no terminaban de creérselo, claro que una parte muy importante fue que no tuvimos que comprar una vivienda, solo arreglarla un poco.
A partir de aquí, ¡empezamos con las mudanzas!
Vamos con los detalles…
Capítulo dos
¡Me caso!
La primera por supuesto fue cuando me casé, con diecinueve añitos. Ahí va la niña con su ajuar, a la calle Ripollés número cinco, segundo primera, a un bloque de pisos con las escaleras más estrechas y empinadas del mundo, madre mía con un estucado en las paredes que te podías dejar la piel si te descuidabas, pero dentro de lo malo, ¡teníamos piso! Lo mejor fue que este pisito nos lo dejaron mis suegros, por supuesto no desaprovechamos la ocasión, lo arreglamos un poquito y con los muebles de un primo de mi suegra que los cambiaba, por dos duros (aún no existían los euros) nos los vendió, y empezamos con la primera mudanza.
Creo que en aquella época era la chica con más cristalería variada del mundo, de verdad, tenía copas de todos los tipos, y mínimo dos docenas de las que más se suelen utilizar, las de agua, las de vino y las de cava. Teníamos para cubrir cualquier evento que se presentara, además de copas de licor (de esas gordas que no te caben en la mano que aparentan ese glamur para el que no has nacido, me entiendes, ¿verdad?) e incluso ¡copas de cóctel! Pero nunca adivinaríais de dónde salieron esas copas, pues como mi marido junto con sus padres y hermanos tenían un hostal-restaurante, en esos meses antes del enlace hubo una promoción con no sé qué marca de leche, que con los códigos de barras te regalaban copas y una parte de ellas las adquirimos desde ahí. La otra parte, de una charcutería del vecindario que por cada cuarto de kilo que compraras de embutido para los bocatas, te daban copas. Sí, esa fue una adquisición auténtica, todos los modelos por separado y liados en papel de periódico en su correspondiente caja, organización al máximo ¡eso sí!
Dejando el cristal de lado, por si eso era poco, recordar los cuatro juegos de preciosas sábanas de raso que se me antojaron (antes muerta que sencilla), los mismos que no pude utilizar porque resbalaban y eran muy incómodos para dormir, ahora eso sí, bien planchaditos con la ayuda de una de mis tías, a la que tuve planchando a la pobre una tarde entera, monísimos colocados en el armario que cuando lo abrías era lo primero que veías, (lo que hace la inexperiencia, pero en esa época a quienes venían a ver el piso tenías que abrir los armarios y quedaban genial).
Pues sí, pero además en aquella época era costumbre de ir a destrozar el piso el día antes de la boda, teóricamente por los amigos más cercanos que se supone que les caes bien, imaginaros si no fuera así, sí, sí, para temblar, y lo hicieron, ¡vaya desastre! El suelo que pusimos en el piso era un parqué de plástico que vendían por metros que pusimos encima del que ya tenían los antiguos dueños. Como era provisional, era la opción más económica, y no se les ocurre otra cosa que poner un cubito de agua arriba en suspense en la puerta que daba del pasillo al comedor para que nos cayera encima al entrar. No era muy gracioso pero hasta ahí bien, lo malo es que habían llenado el suelo de todo el piso de confetis y cuando cayó el agua que pudimos esquivar, todo el confeti empezó a desteñir en el suelo y no pudimos quitar las manchas, hasta después de bastantes fregados y más…Nos llenaron los cajones de bichos de plástico pequeños que daban un asco increíble, en la cama más de lo mismo incluida sal y pimienta que tuvimos que deshacer la cama cuando llegamos destrozados a las cinco o seis de la mañana después de la celebración. Y un juego que empezaba en la entrada a base de indicaciones para llegar hasta la habitación literalmente. ¡Y nosotros que nos íbamos de viaje de novios a medio día! ¿Sabéis a quien le tocó recoger todo ese desastre no? Pues a mi madre y a mi mejor amiga que no participó en esa gamberrada. ¡Pobrecitas mías! Menos mal que creo que eso ya no se lleva.
Bueno después de todas estas pequeñas cosas, los meses que pasamos allí estuvieron llenos de experiencias nuevas, alguna que otra comida quemada, mezcla de colores en la lavadora, etc., etc.
Qué bonita es la inexperiencia, pero como decían nuestras abuelas,”de todo se aprende”.
Nos casamos el día 28 de mayo del 1994, a las cinco de la tarde.
Todo muy sencillito y muy cómodo para los invitados, deciros que yo fui a la Iglesia andando desde mi casa y que los invitados pudieron ir desde la Iglesia hasta el Restaurante del mismo modo, así que todo el mundo estaba encantado por no tener que conducir, hasta que llegó la noche y la hora de la discoteca, que si estaba bastante más lejos, pero todo el mundo estaba tan contento y animado que hasta los más mayores se vinieron a acompañarnos y ver nuestro precioso vals, sin ensayar, con el que nos sorprendieron en la sala.
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