Los tiempos de Dios. José Luis Valencia Valencia

Los tiempos de Dios - José Luis Valencia Valencia


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de Guadalajara, la suerte fue la misma: me explicaron que la denuncia se levanta en el lugar donde desaparece la persona, no donde nació; es un asunto de competencias, dijeron. Ya después supe que las agencias se las ingenian para no agarrar casos de desaparecidos porque son muchos, difíciles de resolver y los familiares fastidiamos demasiado. Regresé a Manzanillo ya de madrugada. El turno que estaba de guardia había salido a una diligencia, así que tuve que esperar hasta el día siguiente. Un licenciado me recibió pasado el mediodía. Tecleó mi nombre, mis datos, los de mi hermana y comenzó a preguntar: “¿Y no habrá ido de paseo con algún amiguito? ¿No se habrá peleado con el novio? ¿Pero dice que una amiga cuenta que la muchacha acostumbraba a desaparecer los fines de semana? ¿Y no tenía amigos este… ya sabe, con ropa cara o carros de esos, pues… caros? ¿Oiga, y quién le pagaba la renta y los gastos? ¿Y por qué vivía sola, no estaba muy chiquilla para vivir sola? ¿No se habrá hecho amiga de algún gringo? No lo tome a mal, hombre, es muy normal en jovencitas de esa edad. Oiga, ¿y se drogaba? ¿Seguro que no se metía nada? Piénsele bien. ¿Algún noviecito que se la haya llevado a pasear?” Ese cabrón estaba más ocupado en juzgar de puta a mi hermana que en buscarla. Respondí todas sus preguntas apretando los dientes y aguantándome las ganas de mentarle la madre. “Listo, joven, con esto nosotros empezamos a investigar; pero no se preocupe, en la mayoría de los casos, la muchachita aparece a los pocos días”. Salí de allí sin entender y sin saber que esa entrevista sería la única cosa que las autoridades harían por mi hermana.

      Llamé a mamá, le conté todo. No dijo nada. Su silencio me rompió el alma.

      ***

      Quien tiene un desaparecido sabe que el único momento perdido es cuando no se está buscando. Aunque sabía que las autoridades no hacían nada, cada semana iba para personalmente revisar el expediente y asegurarme que no había datos nuevos, porque eso era lo que decían las secretarias cada que les llamaba por teléfono. El ministerio público me trataba peor que delincuente: malas caras, malos tratos y esperas infinitas sólo para repetir que no había avances en la investigación. Visitaba las morgues buscando un cuerpo que pudiera ser el de ella. Llamaba a los hospitales. Iba a reuniones de familiares de víctimas. Fui a todas y cada una de las marchas contra la violencia: por los 43, por Javier Valdez, por Mara. Cada que en las noticias se hablaba de alguna fosa clandestina, me sumaba a las caravanas de familiares que iban hacia allá con la esperanza de no encontrarla enterrada ahí. Empecé a ir a tables para hablar con las bailarinas esperando atrapar alguna historia de trata que me diera una pista sobre Ana.

      Andaba como el perdido: el que busca, a todas va.

      Yo iba por todas.

      Le pedí a un amigo periodista que contara la historia de mi hermana. “Si quieres escribo algo, pero antes piénsale bien, porque, al chile, publicar la historia de otro desaparecido no tiene mucho sentido y es peligroso para tu familia. Eso se hacía hace seis o siete años, pero ahora ya no es nota, hay demasiados. Piénsale bien, ¿vale la pena poner en riesgo a tus jefes? Esta raza que se lleva gente no se anda con mamadas. Piénsale, compadre, porque además no creas que va a ser la gran nota, acá en el periódico no nos dejan poner nota roja en primera plana. Los dueños dicen que dejamos en mal a la ciudad. Se oye culero, pero así son los Del Castillo, qué te digo. Entiéndeme, no es mala leche, pero uno tiene que comer y pos ya no quedan muchos periódicos donde escribir”.

      Almendra, la chica de los hoyuelos, me mandó un whats contándome que había conseguido un trabajo fuera del país, pero que no podía irse sin decirme algunas cosas sobre Karen. “Ella se la pasaba de fiesta con gente de dinero, gente rara, ¿me entiendes? Y luego se empezó a llevar con engaños a otras de las chicas del hotel para presentarlas con sus amigos ricos. Llevó a tu hermana el fin de semana que desapareció. Yo le dije a Ana que tuviera cuidado con Karen, pero ella la quería mucho y no me creyó. Siento no haberte contado antes, pero estaba asustada. Esa gente es peligrosa. Cuídate”. Llamé a Karen y la confronté. Ella negó todo. Avisé a la policía. Me dijeron que investigarían. No lo hicieron. Un amigo consiguió información de la Procuraduría en Tamaulipas: Karen tenía denuncias por extorsión en Reynosa y Ciudad Victoria. Entregué copias de las averiguaciones a las autoridades y prometieron que la citarían. No lo hicieron. Un amigo me consiguió una reunión con el fiscal de Colima. “¿Cómo que no la han interrogado? No se preocupe, yo mismo me encargo de que la detengan. Pos cómo no, la niña esta es una fichita. Yo me encargo, no se apure”. Nadie habló con ella. Karen se fue de Manzanillo y ahora trabaja en un hotel en Puerto Vallarta.

      Me mudé al departamento de Ana. Uno de los vecinos se ablandó y me contó que pocos días antes de su desaparición, mi hermana había discutido con Roberto. También me dijo que la madrugada del día en que desapareció, éste había ido a buscarla y que se fue enfurecido al no encontrarla. Fui a hablar con los meseros del bar. Uno dijo recordar que Roberto sorprendió a mi hermana bailando y quiso llevársela a la fuerza. Ella se negó y Roberto se fue echando humo. Pregunté si le había dicho eso a la policía. “No, carnal. Nadie ha venido a preguntar nada, eres el primero”. Busqué a Roberto, le dije lo que sabía. Él respondió que mis problemas eran sólo míos, que no lo involucrara. Que, si mi hermana se había metido de puta, era cosa de ella. Nos agarramos a golpes. Alguien llamó a la policía. Nos detuvieron. A él lo soltaron nomás llegando a la estación. “No, joven, es que el tío del señor es muy amigo del alcalde. Ya sabe usted cómo es esto”, me explicó el policía de guardia. Yo me quedé dos días detenido.

      En estos tiempos todos conocemos a un tipo o alguien que conoce a alguien que conoce a un tipo. Puede ser un halcón, un sicario, un patrón, o la esposa, el hijo, la comadre o el vecino, pero siempre hay alguien que conoce a alguien a quien se le puede pedir un favor. Contacté a uno de esos tipos. Me aconsejó que no le moviera, que a mi hermana ya la habían matado y que el cuerpo no lo iba a encontrar. “No tiene caso saber por qué ni quién. A esa raza no la puedes tocar ni tú ni la policía, carnal. Ora, si tienes varo, yo conozco otra raza que se los puede levantar y, pos ojo por ojo, ¿qué no? Nomás va a costar, pues, ¿te avientas?”

      ***

      En las marchas conoces gente buena. Yo encontré a Karina, una chica pequeñita pero briosa, con voz delgada pero unos güevos que ya quisieran dos que tres cabrones. Ella también anda buscando a una hermana, Erika, tiene dos años desaparecida. Las autoridades han hecho con ella lo de siempre: nada y estorbar. Pero Karina no se detiene. Ha intentado de todo: denuncias, encuentros con delincuentes, detectives, perros buscadores, videntes, todo. “No está muerta, m’ijo; ella es deportista de alto rendimiento, entrenadora, por eso creemos que se la llevaron para que entrenara muchachas de las que usan para prostituirlas. Tengo una buena pista de un grupo de trata de Polonia. Desde allá vienen los hijos de la chingada para llevárselas”.

      Karina me contactó con alguien que consigue los registros de los celulares de personas desaparecidas. “Eso tendría que hacerlo el emepé, pero ya ves que valen pa’ pura madre”, dijo. Así conocí al Javis, un cincuentón de bigote y peinado a la Freddy Mercury, pero vestido de saco y corbata. Quedamos de vernos en la Minerva, afuera de La Playa. Yo tenía que estacionarme, comprar una botella de Bacardi blanco y regresar al auto. Lo hice. Al regresar, el Javis ya estaba en el asiento trasero. Me pidió la botella, me entregó los registros de llamadas de Ana. Dijo que no me cobraría porque Karina le aseguró que yo era de los buenos. También me aconsejó aceptar que mi hermana no estaba viva ni muerta, nomás no estaba. “Confórmate con eso, muchacho. No es irte por la fácil, es no arriesgar a dejar a tus padres sin otro hijo. Acuérdate que el que busca, encuentra, y encontrar no siempre es bueno”. Le dije que no podía ni quería dejar de buscar. Punto. “Está bueno, muchacho, mira, ahí en los papeles que te di también está la última localización del celular de tu hermana. Piensa bien lo que haces, no seas pendejo. No creas que la policía no tiene esta misma información. Si no la han buscado, es por algo. Abusado”.

      Qué otra cosa podía hacer si no era ir al lugar donde había estado encendido el celular por última vez.

      ***

      Cuando sabes que se murió, pos se murió y ya. El cadáver al menos da la certeza de que se acabó y el consuelo de una tumba que visitar. Tarde o temprano llega la resignación. Pero si no


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