América Latina en la larga historia de la desigualdad. José Antonio Ocampo
económicas al condicionar el acceso a recursos sociales y materiales de los individuos y posicionarlos de modo diferenciado frente al mercado. Entre los resultados que presenta Puyana destaca la detección de importantes brechas de desigualdad horizontal, tanto en términos demográficos, como en sociales y políticos.
El análisis de la brecha étnica en el caso mexicano permite a dicha autora establecer una vinculación directa y estrecha entre ser indígena, vivir en un municipio con mayor proporción de población indígena, registrar más altos niveles de pobreza y tener más agudos grados de rezago. Además ella observa una mayor centralidad de aquellas actividades menos favorecidas por la liberalización comercial en las áreas con mayor población indígena. Se trata primordialmente de pequeños productores por cuenta propia. Este último punto reviste un gran interés porque pone de relieve que la política pública no solo no ha tenido como objeto la disminución de las desigualdades sino que, en un marco más amplio, importantes desigualdades han sido reforzadas —o creadas— por sus efectos y consecuencias económico-políticas.
En su capítulo, Cortés penetra detalladamente en la información de ingresos y gastos de los hogares para detectar la interconexión entre pobreza y desigualdad. Aparecen allí las diferencias sustanciales entre la desigualdad en descenso durante el largo proceso de la sustitución de importaciones y su incremento coincidente con las políticas que favorecieron la desregulación y la extensión de los mercados. Las políticas sociales focalizadas adquieren el papel de moderar suavemente la desigualdad pero, sobre todo, de estabilizar las diferencias más agudas.
La reducción de la desigualdad a ritmo moderado, que el autor observa que va de 1963 hasta 1984, fue consistente con la necesidad del modelo de desarrollo de la época de crear el mercado interno y con la ideología de un Estado surgido de una revolución popular. En la década de 1980 se asistió al cambio de régimen económico, al vuelco de la economía hacia el exterior y al dominio ideológico del papel del mercado sobre el Estado, procesos que se acompañaron de un fuerte aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso. Para Cortés, es muy probable que estos procesos sean una manifestación del aumento en la heterogeneidad estructural, cuestión en la que coincide con Sánchez-Ancochea. La posterior caída en la desigualdad al comienzo del siglo XXI se habría originado en un aumento en la participación relativa del primer decil y respondió, principalmente, al apoyo de la política social a los hogares más pobres.
Las concepciones que se preguntan por la persistencia de la desigualdad y por sus múltiples orígenes no enfrentan directamente la discusión sobre las relaciones causales entre algunos de los determinantes y la correspondiente medición de la desigualdad distributiva. Sería factible afirmar que gran parte de los argumentos de estos seis primeros capítulos perfilan la idea de que existen condicionantes, e incluso determinantes, que coevolucionan con la desigualdad. Una descripción por planos analíticos de tales elementos distinguiría los siguientes:
1 Crecimiento y política social condicionan los cambios en la desigualdad en una etapa bien delimitada de la evolución económica.
2 El enfoque de largo periodo del fenómeno coloca la disminución de la desigualdad como una fase del ciclo distributivo.
3 Los tipos específicos de crecimiento y de política social son los condicionantes de la modificación de la desigualdad, pero es su conexión con las heterogéneas estructuras de la producción y el empleo lo que posibilita que exista o no una disminución persistente.
4 Las condiciones que afectan directamente el desarrollo de las personas, en particular la discriminación étnica, de género y de acceso a los satisfactores básicos, están en un plano de mayor profundidad en relación con las posibilidades de disminuir y, en definitiva, erradicar la desigualdad.
La aproximación al asunto de la posible interpretación causal y a las características que sean el núcleo explicativo del tránsito de una economía en vías de desarrollo a una desarrollada, según una dinámica intrínseca entre crecimiento y desigualdad, se aborda en el último capítulo. Policardo, Punzo y Sánchez Carrera cierran este recuento de las etapas, tipos y causas de la desigualdad. Un ejercicio econométrico detallado basado en técnicas para diagnosticar la bondad estadística de relaciones no lineales muestra que, en todo caso, en la serie temporal del ingreso per cápita y el índice de Gini de un conjunto amplio de trece países de América Latina, sí hay una correlación positiva hasta cierto umbral de desigualdad, y luego no es posible sostener empíricamente la presencia de correlación alguna. Los autores se preguntan sobre la implicación de este resultado para sostener la existencia de una curva de Kuznets.
Este último capítulo del libro cuestiona la relación determinante que se ha establecido entre el crecimiento económico y la desigualdad y, a partir de los cuestionamientos empíricos de muchos investigadores de diferentes vertientes económicas, explora el peso de otras variables importantes en la dinámica de la desigualdad sugerida por Kuznets y que diera vida a la U invertida. A su vez, aceptan que la U invertida sí se verifica para América Latina —fenómeno no muy claro en otras regiones del mundo—. En efecto, el incremento que se dio en los ochenta y los noventa fue seguido por la reducción en los dos mil, tendencia que, luego de la crisis de 2008, se ha mantenido hasta la actual década. Estas variaciones en la desigualdad del ingreso son producto de diversas fuerzas que operan en distintas direcciones y muestran que el impacto del crecimiento del PIB sobre ellas es escaso. Las pruebas empíricas aportadas por Policardo, Punzo y Sánchez Carrera revelan que las investigaciones futuras deberán concentrarse en el entendimiento de los distintos factores culturales, institucionales y sociopolíticos que, junto con los económicos, contribuyen al punto de inflexión de la desigualdad y su insostenibilidad.
Los estudios que integran este libro ofrecen una mirada histórica pero también estructural y multidimensional de la desigualdad y muestran que tan persistente fenómeno se relaciona con distintas variables y con elementos centrales de la estructura productiva del subcontinente. Aportando al debate regional se proponen soluciones de política en procura de la superación más permanente y profunda de las grandes brechas sociales y económicas que afectan a nuestras sociedades. Por el estilo fluido y claro y, en lo posible, libre del instrumental específico de la economía, es un texto elaborado para un amplio público, en particular, para los estudiantes de todas las ramas de las ciencias sociales y de otros campos del conocimiento, así como para políticos, administradores públicos, activistas sociales y empresarios.
A modo de recapitulación, añadimos que todas las colaboraciones permiten un conocimiento amplio y conclusiones sólidas sobre la desigualdad latinoamericana, las etapas de su trayectoria, algunas de sus posibles causas y los cambios que ha mostrado, además de las diversas políticas que pueden reducir su intensidad.
De una u otra forma, los trabajos hacen referencia a autores latinoamericanos pioneros en el estudio de los problemas del desarrollo latinoamericano como Prebisch, Furtado, Cardoso y varios más de las escuelas estructuralista y de la dependencia. Los análisis de Ocampo y Gómez y el de Cortés se concentran en mayor medida en los cálculos estadísticos necesarios para abordar la desigualdad, por lo que contienen con menos detalle los elementos teóricos relevantes. En contraste, Policardo, Punzo y Sánchez Carrera, junto con Sánchez-Ancochea, así como la conferencia de Prados de la Escosura, consagran parte de sus investigaciones a la discusión de las contribuciones de las distintas escuelas relacionadas con el estudio de la desigualdad, delimitando en especial las contribuciones de la CEPAL y otras teorías del desarrollo. Para Prados, el aporte viene sobre todo de parte de Singer y Prebisch, mientras que Sánchez-Ancochea discute el concepto de heterogeneidad estructural de la economía estructuralista propuesto originalmente por Pinto. Por último, la discusión de la curva de Kuznets es explícito en el primer capítulo y en Policardo, Punzo y Sánchez Carrera y en menor medida en Ocampo y Gómez y en Bértola.
Varias preguntas persisten al margen de tan completo análisis multidisciplinario: ¿por qué América Latina es una de las regiones con mayor nivel de desigualdad de ingreso?, ¿por qué persiste esta desigualdad en épocas recientes, cuando otros países han revertido una tendencia que parecía inevitable en ciertos momentos históricos de sus respectivos desarrollos? Todos los autores parecen cortejar posibles respuestas: Prados apunta a un acceso desigual a servicios de calidad