América Latina en la larga historia de la desigualdad. José Antonio Ocampo
encontrada entre los Estados Unidos y Alemania, razón por la cual los países latinoamericanos aparecen menos distantes de los Estados Unidos que de Alemania, según los valores que se muestran en las dos últimas columnas del cuadro I.1, los que sugieren que, en términos de igualdad, el mundo desarrollado tampoco es un bloque homogéneo.
Actualidad y larga historia
Para analizar la trayectoria de la concentración del ingreso en América Latina, comparadamente con otras regiones del mundo y suministrar claves para su comprensión, Flacso México estableció el proyecto de investigación sobre sus efectos en el crecimiento económico y en el trabajo. Una de sus actividades fue invitar a historiadores económicos renombrados como Luis Bértola, José Antonio Ocampo, Leandro Prados de la Escosura y Diego Sánchez-Ancochea a disertar sobre la desigualdad actual de la región desde una perspectiva histórica y explorar por qué es esta endemia fatalmente inmune a todo intento de superarla y si, por las relaciones depredadoras creadas en las colonias por las metrópolis ibéricas, se explicaría el fallo de las naciones latinoamericanas como lo dictaminan autores neoinstitucionalistas (Acemoglu et al., 2001; Acemoglu y Robinson, 2012). Este análisis histórico de la desigualdad echa las bases para el segundo propósito de la convocatoria: aportar explicaciones sobre la trayectoria más contemporánea de la concentración del ingreso, las causas de su intensificación, la vigencia u obsolescencia de paradigmas analíticos como la curva de Kuznets y la emergencia de nuevos conceptos como desigualdad horizontal, o la discriminación de grupos sociales por razones de género, etnia y cultura.
Dificulta el estudio de la desigualdad la disociación entre, por un lado, las encuestas de ingresos y gastos, la fuente de datos del ingreso individual o familiar y, por el otro, las cuentas nacionales que son el soporte del análisis macroeconómico (Piketty et al., 2016). Entre las primeras y las segundas hay una diferencia de hasta un 40% de cobertura, discrepancia que se ha expandido en los últimos años, añade este autor y corrobora para México el capítulo de Fernando Cortés en este libro. De ahí que no sea simple conocer cabalmente la distribución del ingreso ni responder a una pregunta de importancia política innegable: “¿Qué parte del aumento de la desigualdad se debe a cambios en la proporción del ingreso nacional percibida por los trabajadores (ingresos laborales) y la que va a los propietarios (ingresos de capital) y cómo se distribuyen estas modificaciones entre los individuos?” (Piketty et al., 2016: 3. Traducción propia). Si estos problemas complican el análisis de la desigualdad actual de la distribución del ingreso, no obstante la profusión de largas series de datos para un número muy considerable de países, los obstáculos a que se enfrentan los historiadores crean dificultades analíticas que son inconmensurables. Gracias al esfuerzo de los autores de este libro y de muchos otros investigadores, las barreras son menos intrincadas.
Desde el trabajo de Humboldt, claro representante de la Ilustración, la segregación social imperante en la Nueva España era mucho mayor a la de todos los territorios y posesiones inglesas e imposibilitaba que existiera el respeto, el diálogo razonado entre las clases sociales, la confianza y la sociabilidad indispensables para el funcionamiento de la sociedad y la economía (Humboldt, 1812: 276). La conquista española introdujo en la desigualdad existente la moderna del capitalismo temprano. En Humboldt, un factor determinante implícito de la abismal separación de castas (sic, Humboldt, 1812: 276) es la propiedad de la tierra, mismo que se ha identificado como elemento de la exclusión contemporánea (Bértola y Ocampo, 2013).[2] Y Milanovic (2010) coincide con Deininger et al. (2000) al señalar que la concentración de la tierra y de capital, más que la del ingreso, retarda el crecimiento y desestimula las inversiones en capital, inclusive pueden anular el efecto de las inversiones en educación sobre el ingreso. Para estos autores la concentración de la tierra en América Latina, con coeficiente de Gini de 81.5 en 1990, es la mayor del mundo y supera con creces el respectivo índice del ingreso, de 51.6 en 1990.[3] Ocho de los diez países del mundo con la mayor concentración de la propiedad de la tierra son latinoamericanos, con un valor promedio del índice de 87, superior en 6 puntos al promedio latinoamericano y en 17 al mundial, como se ilustra en el cuadro I.2.
Es notable que desde ese entonces y hasta los más recientes estudios de Bértola y Willianson (2016), Milanovic et al. (2007), Prados de la Escosura (2008, 2015), Altimir (1994a, 1994b) o Lustig (2010) y Cortés, en este libro, se han dado grandes pasos en la reconstrucción de la concentración del ingreso y la riqueza en el mundo y en América Latina o al menos en algunos países que, con iguales preocupaciones que las de Humboldt, aportan nuevos conocimientos. Milanovic et al. (2010) presentan un panorama sintético y revelador de la concentración del ingreso en México a fines del siglo XVIII que desarrolla supuestos de Humboldt y se reproduce en el cuadro I.3.
El mismo autor ubica los índices de Gini de Brasil (43.3, en 1873), Chile (63.7, en 1861), Nueva España (63.7, en 1784-1799) y Perú (42.2, en 1876) en rangos no muy alejados de los registrados recientemente en las estadísticas del Banco Mundial (2017). Milanovic et al. (2008), en un trabajo sobre América Latina, sugieren que tanto la estructura de la propiedad de la tierra como aquella de la producción y su especialización internacional son elementos que explican, en buena parte, la resistencia al cambio de las grandes divisiones que el autor encontró a fines del siglo XX. Conclusiones no muy alejadas de las de Cardoso (1977) en su ilustrativo ensayo La originalidad de la copia: la CEPAL y la idea de desarrollo o de los aportes de Prebisch (1949) y Furtado (1976).
En esta línea, Prados de la Escosura (2008, 2015) y en su conferencia en la Flacso México, avanzó en la exploración de largo plazo de la desigualdad en América Latina, y de los factores detrás de los cambios en su trayectoria, desde fines del siglo XIX al presente. Desarrolló el índice de desigualdad de Williamson, un método práctico para estimar la concentración del ingreso a partir de la diferencia entre los ingresos de distintos grupos de trabajadores y las percepciones de los propietarios que usa una distinción básica de la economía clásica. Si bien esta medición es aplicable solo cuando existe una clara dicotomía entre, por un lado, los trabajadores, individuos con precaria o ninguna educación y escasa calificación y, por la otra, los dueños de capital y conocimiento. Con el avance económico desaparece esa dualidad en la medida que surge una mayor varianza de los salarios de los trabajadores. Simplificando, el índice de desigualdad de Williamson resulta de dividir el PIB por trabajador y = (Y/L) entre el ingreso de los trabajadores no calificados: y/wus. La argumentación es que el PIB por trabajador (o productividad laboral) captura el rendimiento de todos los factores de producción, mientras que el ingreso de los no calificados muestra solo el rendimiento de la mano de obra primaria. Un crecimiento del ingreso de los trabajadores no calificados superior al del total de los trabajadores implica una reducción del índice y, por tanto, ganancias en equidad. Sobre la base del trabajo de Milanovic (2009) se elabora la “razón de desigualdad por extracción” (inequality extraction ratio),[4] la cual mide la desigualdad máxima entre el ingreso mínimo de subsistencia y el ingreso promedio de la población que, a un nivel dado de desarrollo, una sociedad y una economía pueden soportar. Se trata de una “frontera de posibilidades de desigualdad”, es decir, un concepto teórico difícilmente realizable que mide esta desigualdad imaginaria.
Para Bértola et al. (2016), Bértola y Ocampo (2013), López-Calva et al. (2010), la elevada desigualdad no es un rasgo permanente de la historia de la región sino una característica distintiva principalmente de las últimas décadas; la elevación del PIB per cápita, sobre todo en los años cincuenta, sesenta y setenta, resulta menos relevante al compararla con otros países. En efecto, en su disertación, Prados de la Escosura (2015) propuso que, en virtud de que el ingreso de subsistencia básico es el 60% del máximo teórico posible y el PIB per cápita es mediano, el efecto sobre el bienestar es más grave que en los países de la OECD con PIB per cápita superior.
Solamente África Subsahariana enfrenta un peor impacto de la concentración del ingreso en el bienestar que América Latina. La meseta de desigualdad que persiste en la región explicaría por consiguiente la persistencia de la pobreza