Un ángel y un nazi. Elena Sicre
con suavidad junto a mi cuerpo de estatua. Era bello, altísimo y rubio, de pelo blanco; su piel era casi transparente y parecía una figurita de porcelana. Si fuese verdad que la cara es el espejo del alma, no cabía duda de que un ángel bueno había venido a recogerme. Me alivió enormemente al sacudir sus alas blancas, muy grandes; aunque no tanto como las de la Muerte. Me confirmó que había muerto, pero que aún estaba a tiempo de arrepentirme de lo malo que hubiese hecho. Fui estúpido: estaba tan absorto pensando en la belleza de la Muerte y lo pronto que me había abandonado que le ignoré; me quedé tan atontado que ni siquiera pedí disculpas ni hice una pequeña revisión de los hechos. La Muerte había nublado mi mente, pero ¡joder, tenía que haber abierto los ojos! Nadie dijo que encomendarse a Dios fuese fácil y mucho menos en el último momento; no se abandona la Tierra con el corazón limpio. Mi ángel me rogó que me arrepintiese una y mil veces, pero yo no le hice caso; así que me tocaría ser juzgado.
Me llevó al Otro Mundo un cuatro de febrero: hacía frío, estaba triste, confundido, ni siquiera era plenamente consciente de dónde me encontraba.
—Espera un poco —me aconsejó el ángel—, he de entrar en el tribunal a informarme de cuándo será la vista. Si no haces tonterías y la suerte nos acompaña, puede que la sentencia no sea muy dura. Abogaré por que sea justa. —Me sentó en una silla, rogándome que lo vigilase y no hablase con extraños—. En especial, evita cualquier tentación. Los demonios son terribles: si caes en sus garras irás de cabeza al Infierno sin ser juzgado tan siquiera.
—De acuerdo, tranquilo. Te estaré esperando aquí fuera.
—Ten cuidado: esto está plagado de todo tipo de almas.
Pero yo no tenía ganas de nada, así que lo primero que hice fue darle esquinazo. Haciendo caso omiso a sus indicaciones, me crucé con Yolanda, una preciosidad de ángel negro, —y cuando digo preciosidad ya se puede uno imaginar a lo que me estoy refiriendo— y me propuso cruzar con ella al Otro Lado para sentarme a descansar en el Departamento del Infierno y engancharme a jugar a la PlayStation. «¡Qué felicidad, haciendo al fin lo que me da la gana!», pensé estúpidamente. Fue una jugarreta: la videoconsola dio paso a la penuria, a la desolación y a la tristeza. Rodeado del sufrimiento del mundo en las dependencias del Infierno, desempeñé trabajos tortuosos, extenuantes y sin recompensa. Fue durísimo, me sentí muy solo. Mi paso por allí se me hizo eterno y si mi ángel no hubiese venido a verme todos los días, consternado por haber permitido que los demonios me llevasen e insistiendo hasta el infinito de que me arrepintiera de todos mis pecados, puede que aún siguiera allí, tumbado boca arriba, emborrachándome y quemándome por dentro. ¡Qué estúpido fui! ¡Cuánto tardé en ignorar el mal y ver al fin la luz! Jugándose su reputación, sin pedir permiso a sus superiores, mi ángel rescatador de almas se escapaba a diario y cruzaba el río de la Muerte para llegar medio asfixiado hasta el Infierno. Una vez allí engatusaba a todo demonio hirviente para verme, siempre con el mismo discurso, y yo le ignoraba. «Dios te quiere», me repitió cada día durante tres largos años hasta que finalmente le creí. Le miré a los ojos y le pregunté cómo era posible que fuese tan fiel y que no me hubiese abandonado a mi suerte, y volvió a repetirme que era el amor de Dios el que me había salvado, no él.
De un empujón aparté a Yolanda de mi lado, quien se aferraba a mi cuerpo obsesivamente, hipnotizándome con el sexo. Acarició mis muslos, rodeó mi cintura con sus piernas y frotó su pubis contra mi miembro provocando una erección casi al instante. Esta vez no iba a ser tan idiota: seguí a mi ángel con el corazón en vilo, pero confiado. Gracias a él pude salir del Infierno para ser juzgado; jamás lo olvidaré. Si algún día conseguía ser rescatador de almas, actuaría como él; es más, sería el mejor.
Nunca me había sentido más orgulloso de mí mismo que el día de mi arrepentimiento. Regresé al Otro Mundo, donde fui juzgado con severidad y obligado a trabajar en todas y cada una de sus dependencias: en el área de tráfico, la de tránsito y en el tribunal. A base de esfuerzo, fui ascendiendo poco a poco, como en la vida real. Trabajé duro, sin prácticamente días de descanso, aguantando las impertinencias de las almas errantes, evitando a los demonios y obedeciendo a pies juntillas a mi ángel rescatador de almas. Hice cosas buenas, algunas increíbles. Mi ambición y la providencia cambiaron mi suerte: dejé de ser un fallecido currante para convertirme también en ángel rescatador de almas en la Morada de los Ángeles. ¡Aquello sí que era un buen sitio! Nos levantábamos tarde, librábamos dos días a la semana y rescatábamos almas en la Tierra. Era magnífico: camas confortables, salones lujosos y comedores exclusivos. En ocasiones, el trabajo nos sobrepasaba, pero siempre valía la pena el esfuerzo: rescatar un alma era gratificante, pues el agradecimiento de Dios es eterno.
II
Yo creía que lo bueno de morirse era que por fin te desentendías de todo, que flotabas como un bobo por el espacio hasta encontrar tu sitio; pero no: tanto en el Otro Mundo como en el Departamento del Infierno al Otro Lado no se para ni un instante de currar. Tras años de duro esfuerzo creía merecer algo de paz: viajar menos, una almohada más confortable o incluso unos alerones nuevos. «¡Un mes de vacaciones!», soñaba iluso.
Un buen día, o mejor dicho uno pésimo, decidí que ya era hora de convertirme en ángel de la guarda. Experiencia no me faltaba, así que sin más me atreví a cruzar al Otro Lado y presenté mi solicitud en la estafeta de Correos; mejor sería enviar una carta que pedir cita a los arcángeles magníficos, porque tardaban más que una operación en la Seguridad Social española. Fueron pasando los días, demasiados días, semanas, meses, hasta que llegó un momento en el que comencé a desesperarme; una eternidad desde mi requerimiento y ninguna respuesta. Muchos de mis compañeros habían ascendido ya; mi buen Dios debía estar muy ocupado. Estaba más que harto y profundamente desmotivado: comencé a llegar tarde a mis citas y mi trabajo fue empeorando en detrimento del bienestar de las almas. Ante semejante tesitura estaba claro que tenía que pasar algo tarde o temprano y así fue: un elegido vino a comunicarme que mi Dios deseaba anunciarme su resolución.
Los arcángeles magníficos me esperaban en la Corte Celestial. Acudí a la llamada de inmediato, pues ser requerido a su presencia era un inmenso privilegio y, además, intuía para lo que era.
—¡Por fin mi oportunidad! ¡Por fin un ascenso! —Fui gritando durante el camino, loco de contento. A medida que sobrevolaba el río de las Almas Sagradas y me acercaba a su encuentro, los nervios comenzaron a azotar mis pensamientos. —¡Qué tontuna! ¡Seguro que son buenas noticias! —Pero en mi fuero interno un mal presentimiento me inquietaba. Tenía miedo, aunque no quisiera reconocerlo.
Los arcángeles magníficos me hablarían en nombre de mi Dios. Él no retrocedía: con los brazos cerrados, avanzaba y concentraba el poder del universo en un exiguo espacio iluminado. ¿Un desplante? ¡Ni muerto! Me acerqué a la Corte asustado; una intensa luz iluminaba la entrada. Su fulgor tenía la capacidad de anular la mente más despierta. Me revolvía como si serpientes subieran por mis piernas y para mayor inri las voces de los arcángeles sonaron rotundas e inequívocas; retumbaron en mi cerebro con insistencia.
—Tu dios te dice que si quieres un ascenso es hora de enfrentarte a tus miedos y a un alma rebelde. Habrás de rescatar un alma más.
—¡Por supuesto! Es lo que he estado haciendo hasta ahora. No os fallaré.
—Habrás de conseguir que su alma descarriada en el último instante se arrepienta y que hagas de él, en el futuro, un guía de almas de primera.
—¿En el último instante? —pregunté sorprendido—. ¿Rescatador de almas? ¡Si será un recién fallecido! ¿Cómo es eso posible?
—Se trata de una prueba y por ello las reglas de juego son distintas. Él será a todas luces un elegido y eso significa, te leo textualmente, «que no será juzgado en el tribunal y que, por tanto, no pasará por el Departamento del Infierno». Aplicará directamente como tu aprendiz y habrás de hacer de él el mejor rescatador de almas de la historia. Cuidado, ya sabes que si los demonios se lo llevan perderás la única oportunidad que Dios te ha dado.
Permanecí atento