Magia en el mar . Maureen Child
que te dan miedo los Harper?
–No.
Sí.
En su momento no había sabido cómo tratar con una familia en la que se defendían los unos a los otros, en la que se escuchaban y se preocupaban por los demás. Y aún seguía sin saber cómo hacerlo.
Su hermano lo conocía demasiado bien. Una vez se habían hecho mayores, se habían preocupado de sacar tiempo para estar juntos, de construir la relación que podrían haber perdido por el modo en que los habían criado. Y cuando su padre murió y heredaron el negocio, habían diseñado una solución práctica y factible para los dos.
Michael se encargaba de los cruceros de la Costa Este y Sam, de la Costa Oeste. Juntos tomaban las decisiones importantes y confiaban el uno en el otro y en que ambos siempre harían lo mejor para el negocio.
–De acuerdo, admito que tener a su familia ahí puede resultar algo problemático.
–Sí, podría decirse que sí.
–Bueno, pues ignora a la familia y disfruta de Mia.
¡Cómo le encantaría disfrutar de Mia! Su instinto le pedía a gritos que fuera a buscarla, la metiera en su cama y no la dejara salir jamás, pero ir por ese camino no era beneficioso para ninguno de los dos. Durante su breve matrimonio había quedado claro que Mia quería más de lo que él podía darle. En definitiva, no estaban destinados a estar juntos y los dos se habían dado cuenta de ello en menos de un año. ¿Por qué remover las ascuas solo para volver a quemarse?
–Por Dios, Sam –continuó Michael–. Hace meses que no la ves.
Era bien consciente de ello.
–Sí, bueno, pronto vendrá a decirme por qué está en el crucero.
Y estaba deseando oírlo. ¿Había planeado que coincidiera con su aniversario o había sido solo una casualidad, tal como había dicho? De cualquier modo, su aniversario no era una celebración, sino más bien un recordatorio de los errores cometidos.
Jamás debería haberse casado con Mia y lo sabía. Pero lo había hecho de todos modos y al hacerlo le había causado mucho dolor. No había sido su intención, pero al parecer había sido inevitable. Tal vez por eso estaba ahí. Para dejarle claro que estaba preparada para seguir adelante con su vida.
¿Pero por qué iba a querer decirle eso?
Y aun en el supuesto de que Mia quisiera que lo supiera, ¿por qué iba a reservar un crucero simplemente para decírselo?
Mirando hacia un océano al que no le importaba qué estaba sintiendo o pensando, oyó la voz de Michael como en la distancia.
–Es genial. Habla con ella de lo que sea que quiera hablar y después sigue hablando.
–¿Y qué digo?
–¿Eres mi hermano mayor y no sabes cómo hablar con una mujer con la que has estado casado? –Michael respiró hondo y suspiró–. A lo mejor podrías decirle que la echas de menos.
–¿Y de qué me iba a servir eso? Me dejó ella, ¿lo recuerdas?
Él sí lo recordaba muy bien y no quería reavivar ese recuerdo.
–Sí, lo recuerdo. ¿Y alguna vez le preguntaste por qué?
–La razón no importa. Se marchó y yo seguí con mi vida. Punto.
–Pero habla con ella de todos modos. A lo mejor os sorprendéis el uno al otro.
–No me gustan las sorpresas.
–¿En serio somos hermanos?
Sam sonrió ante el comentario de su hermano.
–Es algo que me sobrepasa. No le encuentro explicación.
–Yo tampoco –respondió Mike riéndose–. Buena suerte en el crucero. Espero que Mia te vuelva loco.
–Gracias.
–No hay de qué. Ah, y ¡feliz Navidad, Sam!
–No tiene gracia.
–Sí que la tiene, sí –respondió Mike aún riéndose mientras colgaba.
Y Sam se quedó a solas con el viento, el mar… y el sonido de los villancicos que subía desde la cubierta inferior. Perfecto.
Los cruceros Buchanan eran mucho más pequeños que los megabarcos fletados por la mayoría de las compañías.
En lugar de miles de personas abarrotando un barco que en ocasiones ofrecía camarotes muy pequeños, en un crucero Buchanan solo había doscientos pasajeros en total y cada camarote era una suite que impedía que te sintieras como si las paredes se te echaran encima.
Para Mia también significaba sentir el movimiento del océano más que en los barcos más grandes. A algunos eso les daría igual, pero a ella le encantaba y lo había descubierto durante el primer crucero que había hecho. Cuando había conocido a Sam y toda su vida había cambiado.
Un año atrás se había enamorado y había sentido que el crucero era algo casi mágico. Ahora la magia había desaparecido, pero ella volvía a navegar en un barco con el hombre que había creído que sería su futuro. Había sido una tonta al pensar que el amor a primera vista era real y que los dos juntos podrían hacer cualquier cosa.
No había tardado mucho en darse cuenta de que ella era la única implicada en esa relación. Estaba en una casa preciosa con un hombre reacio a hacer lo que fuera por salvar su matrimonio.
–Señora Buchanan.
Mia levantó la mirada y sonrió al ver pasar a un miembro de la tripulación que conocía de otros cruceros.
–Es un placer tenerla a bordo.
–Gracias, Brandon –respondió sin molestarse en corregir el «señora Buchanan» porque hasta que Sam firmara esos papeles, seguía siendo la señora Buchanan.
El hombre prosiguió con su tarea y ella lo vio alejarse mientras se preguntaba a cuántos empleados conocería de su época con Sam. Por otro lado, sabía que incluso aunque Brandon fuera el único rostro familiar, cuando la travesía de catorce días a Hawái terminara, el Noches de Fantasía sería como una pequeña aldea insular donde todo el mundo se conocía.
–Eso tiene su lado bueno y su lado malo –murmuró mientras avanzaba por la cubierta hacia la escalera más cercana.
Sin duda, la gente hablaría de Sam y de ella, al igual que habían hablado un año antes en aquel primer crucero.
Sacudiendo la cabeza se obligó a dejar de pensar en él e intentar disfrutar del barco y del infinito océano; del viento en su rostro y su cabello, y de las risas y voces de los niños.
La Navidad envolvía cada rincón del elegante barco y sabía que eso tenía que estar enfureciendo a Sam. No le gustaba nada esa época del año y a regañadientes había accedido no solo a que celebraran una boda con temática navideña, sino también a que ella pusiera un árbol de Navidad en su piso.
Desde que era niño, la Navidad había sido para él un ejercicio de soledad.
Ahora que lo pensaba, Mia se preguntaba si el hecho de que no le gustara la Navidad era en parte la razón por la que su matrimonio no había funcionado. Y aunque tal vez no hubiera sido la razón, sin duda sí debía de haber sido una señal de lo que pasaría. A ella le encantaban la Navidad y la esperanza, la alegría y el amor que simbolizaba, mientras que Sam tendía más al lado oscuro.
Bueno, en realidad tampoco podía decirse que fuera una especie de ser maléfico, aunque sí que era un hombre cínico y predispuesto a ver siempre lo malo antes que lo bueno, lo cual resultaba extraño, ya que era un empresario magistral, y ¿no hacía falta ser optimista para dirigir una empresa de éxito?
De todos modos, era inútil intentar descubrir qué sentía o pensaba ese hombre, porque no permitía a nadie acercarse lo