Trauma emocional. Angel Daniel Galdames
los demás cómo andan?
—Jorge baboso, como siempre, y la peluquería ya no es más peluquería, se llama “Romi, Nuevas tendencias estilísticas”.
—¡Qué bueno...! ¡Te felicito Romi!
—Gracias querida, pero necesito saber, ¿cómo está tu mamá y cuándo volvés?
Llevás mucho tiempo afuera y aquí te extrañamos demasiado.
—Mi mamá llena de caprichos y mi papá dice que ya no la soporta. Se recuperó de una pequeña neumonía, pero ese no fue el motivo principal por el que mi padre quiso que viniera a cuidarla.
—¿Y cuál fue entonces? Yo pensé que tu mamá estaba muy mal.
—En principio sí, pero después todo cambió. Me di cuenta de que quiere que envejezca con ella. Esto siempre lo hemos discutido y vos lo sabés mejor que yo Romi.
—Sí, es cierto. ¿Y tu papá qué dice a todo esto?
—Se cubre diciendo que mi mamá nunca quiso tener otro hijo y que ahora se la aguante, y ella insiste en que me quede a trabajar aquí. Más de mil veces lo hemos hablado y aún no entienden que necesito continuar con mi vida.
Romina la notaba afligida. Su voz carecía de bienestar pese a que sus palabras le trasmitían cierta calma. La sentía distante y muy enojada con sus padres.
—Lamento por lo que estás pasando, Roci. Cómo quisiera estar allí para ayudarte.
—Lo sé Romi. No estoy cómoda aquí, extraño el trabajo, a todos ustedes y estoy empezando a volverme loca. No sé cuánto tiempo más podré soportar todo esto.
—Roci, cuando decidas regresar no te olvides de avisarme. Te estaremos esperando.
—No tengo duda que lo harán. Aquí la gente es muy fría para mí y me siento como en un limbo.
—No son como nosotras, que siempre estamos cerca y acompañadas.
—En eso tenés razón. Perdón Romi, pero tengo que cortar, quedé en ir a buscarla y se va a enojar si no lo hago. No tengo ganas de seguir lidiando con ella.
—Te entiendo Roci, sólo espero que podamos vernos pronto. No te olvides de llamar, ¿de acuerdo?
—Lo haré Romi. Besitos a todos. En especial a Lucía que la extraño bastante.
Al colgar, un mar de recuerdos la envolvió de golpe. Necesitaba disfrutar de la ahijada, de reencontrase con sus amigos y de otras cosas que la terquedad de su mamá le impedía pensar con claridad y la irritaba cada día más y más.
A la semana siguiente tomó la decisión de no continuar un minuto más allí y en la cocina de la mansión, le dijo a su papá:
—Papá, este fin de semana me voy; regreso a casa.
—¿Cómo que te vas, hija? —preguntó Esteban ante la sorpresiva noticia.
—Sí papá, me voy, como escuchaste. No voy a continuar alimentando las tonterías de mamá, y vos lo sabés bien papá. Aprovechaste que mamá estaba enferma para que viniera y me quedara con ella para siempre. No voy a volver atrás con la decisión que tomé hace mucho tiempo papá.
Esteban, con una fingida cara de asombro cambió el discurso para atajarse de los reproches que le hacía la hija.
—No sé lo que le pasa a tu mamá, a mí me tiene cansado. Tu madre necesita reconocer sus errores...
—¿Sus errores? —interrumpió— No me jodas papá, sos tan cómplice como ella. Me voy y no pienso cambiar de idea, ¿entendiste papá? ¿Entendiste? —le gritó.
Estaba a punto de estallar en lágrimas al sentir que los últimos días la estaban ahogando y necesitaba respirar. Quería cambiar de aire porque allí estaba comenzando a abandonar todo lo que había logrado sin que ellos la presionaran.
—¡No te puedes ir así, hija! Podemos solucionarlo de otra forma —agregó intentando convencerla.
—¿Y cómo quieres solucionarlo papá? Me están asfixiando. ¿Puedes entenderlo? Vine por unos días y llevo aquí más de cuatro meses tratando de entender qué les pasa a ustedes dos. ¡Y no me digas que no sabías que mamá es adicta a la cocaína! Hasta eso descubrí hace poco, por favor... papá.
La discusión subió de tono y continuó por unos minutos más. Mabel, en ese momento no estaba en casa y ella no soportaba más la situación. Necesitaba retomar su camino, el que había elegido para su bienestar.
Al caer la noche recostada en la cama y con la cabeza apoyada en la almohada deseaba hablar con Romina y contarle sobre el infierno que estaba viviendo. Pero no se animaba a exponerlo por teléfono para evitar cargarla con un peso que no le pertenecía. Por eso, con los ojos velados por la hipocresía que la rodeaba, tomó el teléfono, llamó a la agencia de viaje y adelantó el vuelo.
La mañana siguiente se presentaba gris con un cielo encapotado por las nubes. La esporádica llovizna que lamía las calles no impidió que saliera de la casa con las valijas hechas. Esteban desde la ventana del primer piso la vio alejarse en un taxi, sin despedirse. No se animó a bajar las escaleras e intentar detenerla, tampoco quiso avisarle a su esposa que Rocío se iba en ese momento.
Capítulo IV
En pleno vuelo y con los auriculares colocados en los oídos escuchaba música tratando de alejar de su cabeza el pésimo momento que había vivido con sus padres. No quiso conversar con ningún pasajero y no lamentaba el no haberle avisado a su amiga que regresaba.
Sabía que la única forma de sacarse esa pesada mochila era estar con ella y descargar toda la bronca que llevaba encima. Después vería cómo volver a empezar con la profesión.
La vuelta a casa había sido rápida e infortunada con sus padres. Eran las doce de la noche cuando abrió la puerta del departamento y dejó las valijas en la habitación. Bajo la ducha trataba de no pensar más en ello, aunque le era casi imposible. Ya acostada y con la luz apagada, las cansadoras horas de viaje la trasportaron al mundo de los sueños.
La alarma del reloj la despertó cuando el sol se colaba por la cortina de la ventana.
Con cierto temor por el posible enojo de su amiga al no haberle avisado, la llamó.
—¡Hola! —atendió su amiga.
—¡Hola! ¿Con la Peluquería Romi? —preguntó. Intentaba que le reconociera la voz.
—No exactamente señora, aquí es “Romi, Nuevas tendencias estilísticas”
—Disculpe, creo que me equivoqué —y cortó.
La llamada a Romina la tomó de sorpresa. Le pareció reconocer esa voz, pero no lograba entender por qué cortó de golpe.
Al rato, de nuevo sonó el teléfono.
—¡Hola! ¿Con Romi, Nuevas tendencias estilísticas?
—Esa voz me suena. ¡No me digas que sos vos Rocío!
—¿Tiene turno para mi... señora? Necesito un peinado nuevo.
—¡Aaah... no lo puedo creer! ¡Te dije que me llamaras! ¿Cuándo llegaste?
—Anoche.
—Venite ya, para vos no hay turno... caradura. Esta me la vas a pagar —le reprochó
emocionada, entendiendo por qué no le había avisado.
La última charla que tuvieron era motivo suficiente para comprender la situación. Con cierta paz interior y una sonrisa fingida fue a ver a su amiga. Al llegar a la peluquería en un taxi, un acalorado abrazo las volvió a juntar en la vereda del local.
En el interior y luego de saludar a los presentes notó que su amiga estaba un poco cambiada, tocándole la panza le preguntó:
—¿Estás