Trauma emocional. Angel Daniel Galdames

Trauma emocional - Angel Daniel Galdames


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a cenar! ¿Qué pasó? —le preguntó Romi.

      —Lo intenté, pero me dijo que dentro de unas horas viaja a Rosario. Mañana a la tarde presenta la obra allí y al otro día tiene dos charlas en la Universidad de Rosario. Después viaja a Buenos Aires por negocios y no sabe cuándo regresa a Mendoza.

      —Veo que no pierde el tiempo. ¿Por qué no lo acompañás Rocío?

      Su amiga la miró sonriente y no agregó respuesta.

      —Me regaló un libro —agregó Jorge acercándoselo a Rocío—. Lo puedes leer si quieres.

      —No estaría mal —respondió hojeando el libro—. A veces me cuesta retomar el sueño y me gusta leer de noche. Me vendrá muy bien. Después te lo devuelvo.

      A la mañana siguiente, por las calles de la ciudad la gente transitaba con normalidad, Jorge había concurrido a la reunión programada por la empresa donde trabajaba.

      Ambas aprovecharon la cálida mañana para salir a recorrer los alrededores del hotel que mostraba una algarabía de personas acudiendo a sus labores dominicales. Miraban vidrieras, observaban con detenimiento algunas iglesias y hasta se dieron el lujo de jugar un rato con Lucía en una plaza.

      De regreso al hotel y en horas de la tarde los cuatros regresaron a casa en colectivo.

      Sabían que al otro día debían comenzar de nuevo con la rutina diaria. Fue así como pasó el tiempo donde Romina estaba a punto de traer al mundo al segundo hijo. Para la felicidad de todos, la ecografía había mostrado que era un varón y esta vez los padrinos serían los papás de Romina.

       Capítulo VI

      Había pasado bastante tiempo desde aquel viaje. Rocío junto a otras colegas se encontraba trabajando en el subsuelo de la Clínica Privada donde estaba ubicado el laboratorio central del mismo nosocomio. En la planta baja era donde realizaban extracciones de sangre a pacientes que habían sido citados en horas de la tarde fuera del horario habitual que era en la mañana.

      Luego que las personas entregaran las órdenes médicas a la recepcionista, Antonio, que era uno más entre otros pacientes, esperaba sentado en la sala acondicionada para tal fin. El salón era bastante amplio y frente a las filas de sillas había un mostrador donde por detrás se movía la mujer que entregaba los sobres con los resultados a las personas que concurrían a retirarlos en ese horario.

      A la izquierda se encontraban los boxes, separados del recibidor por vidrios ploteados en color crema, con las insignias de la clínica en color blanco.

      En ese momento Rocío y dos colegas más, que salieron del ascensor, por el acotado pasillo llegaron con las chaquetas blancas puestas y sus respectivas cajas plásticas que contenían el material esterilizado. La recepcionista, les entregó las órdenes de los pacientes e ingresaron a los boxes.

      Antonio se vio sorprendido por la cara de una de ellas y no estaba seguro de saber si se trataba de la misma persona que había visto en Córdoba. Sin embargo, presentía que podía ser ella, la amiga de la esposa de Jorge, por su caminar y por la voz. Pero a la vez pensaba que podía estar equivocado porque en aquella oportunidad su amigo nunca le había mencionado la profesión que tenía.

      Después de ordenar los elementos que iban a utilizar, Rocío se acercó al pasillo central y con la orden en la mano llamó al primer paciente que tenía.

      —Antonio Jofré.

      —Sí, soy yo —respondió, se paró y acudió al llamado, mientras las otras bioquímicas llamaban a otras personas más.

      En principio ambos cruzaron las miradas sin recordar exactamente de dónde se conocían. Rocío, intuía que en algún lugar lo había visto, pero no se atrevía a preguntarle por temor a equivocarse. Antonio en cambio, con más acierto que duda comenzó a observarla con más atención.

      —Extienda el brazo derecho —dijo Rocío. Le colocó la banda elástica y mientras repasaba la vena con un algodón embebido en alcohol, agregó—. Ahora cierre el puño.

      Antonio, con suma tranquilidad esperaba que le dijera algo, pero no mirarlo a los ojos le causó una sensación extraña que lo obligó a desistir de alguna pregunta.

      —Respire hondo —le dijo, mientras le introducía la aguja.

      Después de llenar la jeringa con la medida adecuada, continuó:

      —Abra el puño.

      A posterior le desató el cordón de goma del brazo, sacó la aguja con precaución presionando con suavidad sobre ella con la otra mano sujetando un pedacito de algodón embebido en alcohol y le ordenó:

      —Sostenga con fuerza el algodón.

      Mientras de espalda a él realizaba el procedimiento con los tubitos de ensayo y el marcador indeleble, Antonio tenía la esperanza de que en algún momento lo reconociera, pero no sucedió.

      —¿Por qué motivo le han pedido el análisis? ¿Para un control o para una cirugía?

      —La doctora Jiménez es una vampira, quiere mi sangre a toda costa —respondió con cierto humor—. Le he dicho que tengo la yugular lista y se niega a morderme. ¿Usted qué opina?

      Ella se dio vuelta para retirarle el algodón y colocarle la curita estéril en el brazo mientras sus amigas en los boxes colindantes apenas se rieron del comentario.

      —Dígale a la doctora Jiménez que la próxima extracción se la haga ella misma — agregó sin mirarlo a los ojos y con bastante seriedad.

      —Se lo he dicho varias veces; al parecer no le han crecido los colmillos. ¿No sabe si por aquí hay alguna que los tenga bien afilados? —con ese chiste intentaba que lo mirara a los ojos o al menos se riera.

      Rocío, sin inmutarse continuó con la tarea evitando darle importancia y desde su lugar, mientras él se retiraba, le mencionó:

      —Los resultados estarán para el lunes que viene... señor Jofré.

      —Gracias preciosa —respondió sonriente desde el ingreso para continuar camino.

      Luego de salir el último paciente, las colegas suyas empezaron a comentar entre sí:

      —¿Quién era ese hombre, tu novio? —preguntó Esther.

      —Estoy segura de que lo dejaste solo anoche en el castillo y se quedó con ganas de morderte antes del amanecer —sostuvo Raquel, la otra chica.

      —No es mi novio, ni nada por el estilo.

      —Anda con ganas de que alguien le clave los colmillos —recalcó Esther.

      —A ver Rocío, abrí la boca, quiero ver tus colmillos —continuó Raquel entre risas.

      —Dejen de hablar pavadas —respondió Rocío entrando a ese clima.

      —Me parece... o ese tipo te conoce de algún lugar —señaló Esther.

      —¿Por qué dices eso? —insistió Rocío.

      —De la forma que te habló y te dijo preciosa... vamos nena, no me digas que no sabés quién es.

      —Vos sabés que no tengo ni idea de dónde lo conozco. Le hallo cara conocida, pero te juro que no sé de dónde.

      —Querida —intervino Raquel ansiosa por saber quién era—, si este fin de semana no estás dispuesta a chuparle la yugular... avisame, así me afilo los colmillos y te reemplazo.

      Los comentarios continuaron por unos minutos más hasta que terminaron con el procedimiento bioquímico de todos los pacientes para luego llevarlo al laboratorio, procesarlo y obtener los resultados.

      Antonio se había quedado unos minutos más antes de salir de la clínica para evitar marearse y después había continuado camino a un bar que estaba a dos cuadras del nosocomio a tomar algo caliente. Unos metros más adelante y por la misma vereda había una parada de colectivos.

      Desde


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