Los días contados. Andrew Graham-Yooll
por ejemplo, las tablillas de Nippur, han sido de imposible comprobación, al menos con las herramientas históricas que están a nuestro alcance. Entre ellas se podrían señalar las registradas en los libros del historiador, astrónomo y sacerdote caldeo Beroso o Berosio o Berossus (siglo iii a. C), que abarcaron cientos de miles de años, y que están basadas en los archivos de los templos de Babilonia.
En la práctica argentina, las Efemérides fueron el punto de partida, debiéndose recordar, en primer lugar, los Fastos de la América española, serie mixta, entre cronológica y efemeridológica, del abogado y político porteño Miguel Navarro Viola (1830-1890), aparecida a partir del número 1 de La Revista de Buenos Aires (Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1863), que dirigía junto al abogado y escritor, también porteño, Vicente G. Quesada (1830-1913), y de la que hubo una reimpresión exacta realizada por la Biblioteca Americana en 1911. “Fasto” es voz que aparece en 1615 por la pluma de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), en El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha (1605), más precisamente en la segunda parte El ingenioso caballero don Quixote de la Mancha (1615), tomada del latín fastus, que significa “día”, y que hacía referencia al día en que en la antigua Roma era lícito tratar negocios. El plural “fasti” significaba “calendario” y, también, los “anales” donde se registraban los hechos notables.
Luego, los trabajos pioneros del periodista, poeta, policía, impresor, librero y autor teatral Pedro Rivas (1825-1892). Como policía, a Rivas le tocó intervenir administrativamente en los casos de detención de Camila O ‘Gorman y de Juan Cuello. Pedro Rivas publicó Efemérides americanas. Desde el Descubrimiento de América hasta nuestros días (Rosario, Imprenta de El Comercio, 1879), que contenía 3074 efemérides en 761 páginas. En 1884 publicó la segunda edición, salida de los tórculos del Establecimiento tipo-litográfico de los sucesores de N. Ramírez L. Ca. Pasaje de Escudiller, Barcelona, corregida y ampliada hasta las 4000 efemérides y con 552 páginas. El mismo año extrajo de ella Lecturas históricas según el orden de las principales efemérides argentinas, para el uso diario de las Escuelas y concluyó el libro con un índice alfabético, impreso en papel de color, y con una tabla analítica de personas y hechos, también por orden alfabético, que publicó por la misma imprenta barcelonesa. Encabeza el libro una dedicatoria «Al señor teniente jeneral D. Julio A. Roca presidente de la república», fechada en Buenos Aires el 17 de julio de 1884.
Correspondería señalar como aporte a las series, aunque no específico, las obras del historiador yugoslavo Serafín Livacich (1870-1920), entre el Gloria Argentina: relación sintética, descriptiva y filosófica de la historia argentina de mayo de 1810 hasta la organización nacional (Buenos Aires, Arnaldo Moen y Hno., 1910), con 153 páginas. A la que cabría agregar Recordando el pasado (Buenos Aires, J. Peuser, 1910) de 520 páginas y Notas Históricas (Buenos Aires, sin mención de editorial, 1916), también de 520 páginas.
En 1960, con motivo del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, entre otras obras de homenaje a la Revolución, dispuso (29-12-1960) la edición de Efemérides Argentinas (1492-1959), de Fermín Vicente Arenas Luque (1909-?). Ni la Comisión de Cultura, ni el Concejo Deliberante, entonces con mayoría radical, revisaron previamente la obra, de 735 páginas, y debido a que el autor no había seguido el consejo antes apuntado de Marc Bloch, pasó que al anotar el 6 de septiembre de 1930, Arenas Luque se refirió duramente al derrocado presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933) y laudatoriamente al jefe del Golpe, general José Félix Uriburu (1868-1932); ponderó un bando represivo del Gobierno de Facto y aseguró que había sido dictado para frenar a las hordas que saquearon la casa de Hipólito Yrigoyen, arrojaron por la ventana sus pobres muebles y arrastraron su busto por las calles, cuando era público y notorio que ese bando estaba dirigido a los militantes anarquistas, a quienes se les aplicaron duras sanciones, incluida la pena de muerte.
En alguna medida a las Cronologías y Efemérides les pasó lo que a las Biografías, durante mucho tiempo consideradas como subsidiarias de la Historia, sin comprender que solo se trataba de un género histórico distinto. Siempre se las ha visto con una mirada desjerarquizante, casi como una simple guía, sin tener en cuenta las tareas de búsqueda de la información y la labor que implica todo su procesamiento.
La confección de Cronologías y Efemérides es hoy una tarea muy simplificada con el uso de las computadoras, pero inicialmente era un engorroso sistema de fichas, que se llenaban a mano. La aparición de la máquina de escribir alivió un tanto ese trabajo penoso, casi carcelario, al que había que agregar el ordenamiento manual de las fichas, cronológico y alfabético, método con el que siguieron trabajando, hasta el fin de sus vidas, entre otros, el historiador Vicente Osvaldo Cútolo (1922-2005), que así produjo los siete tomos de su Nuevo diccionario biográfico argentino, con lo que queda claro que el sistema de tarjetas era el que también se utilizaba para la elaboración de los Diccionarios Biográficos.
Por su parte, Diego Abad de Santillán (1897-1983), cuyo verdadero nombre era Baudilio Sinesio García, líder del movimiento anarquista catalán, construyó su monumental Gran Enciclopedia Argentina (Buenos Aires, Ediar, 1957-1964), en nueve tomos, mediante un sistema manual de hojas cortadas en tamaño esquela, apaisadas, donde iba registrando todas las informaciones, las buscadas y las que caían en su poder: una ficha para cada palabra, una ficha para cada persona, una ficha para cada suceso. Conservo en mi archivo muchas de esas hojas de Santillán, algunas manuscritas, otras mecanografiadas y hasta con pegotes extraídos de alguna publicación periódica.
Era tanta la penuria de la labor que recuerdo la reflexión liberadora que le producía a Santillán el fallecimiento de algún personaje, habida cuenta que podía cerrar una ficha, esa ficha que, de ahí en más, solo se alteraría con el agregado de algún homenaje o de alguna mención bibliográfica.
Entre las cronologías argentinas más recientes e importantes se destacan las de Federico E. Trabucco y las de Manuel Vizoso Gorostiaga, a las que se agregó en 2006 una excelente cronología de Andrew Graham-Yooll.
Trabucco denominó a su cronología Guía índice de Historia Argentina. Antigua legislación y principales hechos (1800-1946) (Buenos Aires, Vimar, 1947) y le agregó documentos que hacen a la historia institucional argentina. La primera edición de su obra es del 8 de marzo de 1947.
Vizoso Gorostiaga, por su parte, denominó a su obra Diccionario y cronología histórica americana (Buenos Aires, Ayacucho, 1947) y su primera edición fue casi simultánea, el 25 de marzo de 1947, con prólogo de Ramón de Castro Estévez (1900-1976), destacado historiador de las comunicaciones postales argentinas. Vizoso Gorostiaga, que dedicó esta obra al general de brigada Juan Domingo Perón, por entonces presidente de la república, es autor, también, entre otras obras, de Camila O´Gorman y su época. La tragedia más dolorosa ocurrida durante el gobierno del “Restaurador de las Leyes” estudiada a base de documentación y con opiniones de sus contemporáneos (Santa Fe, edición del autor, 1943), cuestión en la que actuó, según hemos señalado, el periodista, policía y efemeridólogo Pedro Rivas.
Aunque lo importante es el contenido de esas obras, permítasenos señalar respecto de ellas que, en rigor de verdad, “guía”, viene de guiar, voz presuntamente de origen germano que aparece hacia el año 1200 en el anónimo Cantar de Mío Cid. Es posible que la voz más adecuada sea “guion”. En cuanto a “Diccionario”, voz acuñada hacia el año 1495, Diccionario Español-Latino (1492-1495) del humanista sevillano Antonio de Nebrija (1444-1522), deriva de “decir”, del latín dicere. En realidad, “diccionario” es un catálogo que contiene las voces de un idioma y su explicación o traducción a otro y lo que predomina no es lo cronológico sino lo alfabético. A nuestro juicio, en ambos casos, debió hablarse de Cronología, como definió al suyo Andrew Graham-Yooll, o de Efemeridología que eso es lo que contienen ambos libros.
Como hemos dicho, el trabajo del cronólogo y del efemeridólogo se convierte en una verdadera manía, casi en una adicción de difícil superación. Como nosotros padecemos de la misma “enfermedad”, que se manifiesta en el registro de datos y en la conservación de informaciones, bibliografías y hasta elementos museológicos de toda índole, siempre nos alegra la aparición de alguna cronología o efemeridología por parcial que ella sea, pues nos permite verificar y ampliar nuestros