Cazador de narcos II. Derzu Kazak
DERZU KAZAK
CAZADOR DE NARCOS II
OPERACIÓN TORMENTA EN EL INFIERNO
Editorial Autores de Argentina
Derzu Kazak
Cazador de narcos II : operación tormenta en el Infierno / Derzu Kazak. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0863-8
1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Capítulo 1
Medellín – Colombia
Promediaba la media mañana en la estancia de Medellín en un día que a todas luces parecía destinado a cambiar la historia. En la estupenda galería norte de la casona, sobre un robusto mesón de madera al natural y apoyada en un paño de gamuza, resaltaba la inconfundible silueta color arena de una pistola Sig Sauer XM17 de 9 mm Parabellum, un regalo que el capo narco de Medellín, Pedro Bucci, se hizo a sí mismo en cuanto uno de sus sicarios le comentó que fue elegida en concurso internacional para las tropas de combate de los Estados Unidos, en reemplazo de la legendaria Pietro Beretta M9, y para colmo, cambiando unos módulos, podía disparar los calibres .357 SIG, .40 S&W y .45 ACP. Aunque estaba recién desembalada, limpiaba el cañón con la prolijidad de un francotirador.
A primera vista parecía un arma inofensiva, quizás porque estaba hecha de polímero especial, el mismo que utilizan las Glock austríacas, pero su precisión y cadencia de tiro supera a la Beretta M9, a la típica Glock, y quizás a las demás.
La “Danza ritual del fuego” sonó tan de improviso que le dio un sobresalto.
– ¡Carajo! Masculló entre dientes, enfocando la mirada sobre el teléfono rojo encriptado más protegido de los narcos. ¿Quién puede llamar a este número, si hace meses murieron los tres hijos de perra que lo sabían?
Lo dejó sonar un par de veces para convencerse.
Un fornido guardaespaldas de la mansión se apresuró a atender el llamado.
– ¿Quién habla?
...........................
– ¿Con quién desea hablar?
...........................
– Un momento. Veré si el señor está disponible.
– Don Pedro... Un llamado del Sr. Frank.
– ¿Frank?...
– Andrés, debes estar equivocado. ¡Yo bebo el cognac y tú te emborrachas pisando el corcho! A ese bastardo lo liquidaron con un misil en el culo cuando se fugaba en un submarino frente a San Francisco. ¿Te das cuenta? ¡Se escapaba en un submarino!
– ¡Eso es tener estilo para fugarse!
– Espero que no sea una jodienda de algún gracioso de la DEA. Esos chicos se vuelven a veces muy ocurrentes cuando encuentran el número adecuado. Alcánzame el teléfono.
– ¿Quién habla? Preguntó intrigado Pedro Bucci.
– ¿No recuerdas a tus viejos amigos? Soy Frank.
– ¿¡Qué Frank!? Respondió malhumorado, creyendo que algún rufián lo tomaba a la chacota.
– ¿Conoces otro Frank que sepa el número de tu teléfono ultrasecreto que no sea el Frank de siempre?
– ¡Remierda!
Esa voz rugosa por el tabaquismo y los años le era demasiado conocida. Los ojos de Pedro Bucci brillaron con un destello de sorpresiva excitación y todo su cuerpo se transformó instintivamente. Pareció que una fuerte dosis de energía vital le entraba como un balazo por la oreja cubierta por el auricular y le inundaba todo el cuerpo.
– ¡Pero tú, para todo el mundo, estás en la panza de los tiburones! No hay diario que no te haya dedicado una página entera con titulares que leería un ciego a cien metros: “Fue abatido el Capo de la Mafia norteamericana cuando intentaba escapar al cerco de la DEA en un submarino”.
Un suave carcajeo se escuchó lejano; el llamado Frank cataba orgulloso el resultado de su astucia. Pero había un dejo de preocupación, un matiz esquivo que no pasó desapercibido para el Capo de Medellín…
– Yo también me enteré que tú tenías comprado el pasaje al infierno en primera clase, y el Diablo no te quiso dar la visa. ¡Quizá te considere demasiado peligroso en sus dominios y tema por su puesto! Contestó Frank. Pero hierba mala nunca muere, los dos seguimos jodiendo a la humanidad. No es tan fácil matar a un siciliano... salvo traicionado por otro siciliano. Murmuró impasible.
– ¿Dónde estás? Preguntó Pedro Bucci sujetando precariamente el teléfono en su hombro, mientras liberaba su única mano para darle otro saque a la botella de cognac, al mejor estilo callejero, relamiéndose los labios y secándolos con el puño de su cazadora, que ya tenía las marcas de otras pasadas recientes.
– Sigo de una madriguera a otra; contestó Frank en voz casi inaudible. El tono era de desasosiego y quebrado orgullo. Necesito me ayudes a salir de esta ratonera. Perdí mis contactos en la redada de los malditos sabuesos de la DEA y únicamente cuento contigo. Sabes muy bien que no te molestaría si pudiera hacerlo solo, pero no encuentro la vía de salida con una aceptable posibilidad de éxito. Rastrillan todo el país en busca de los prófugos, y aunque me consideran muerto, tarde o temprano me descubrirán…
– Te deberé una de las grandes.
– Dime lo que necesitas. Respondió seriamente Pedro Bucci mientras sacaba una tornasolada Dupont para tomar nota –a falta de papel a mano– en una finísima servilleta de lino bordada que tenía sobre la bandeja, junto con la botella de cognac y la picada de jamón ibérico con queso Boeren–Leidse met Sleutels de Holanda.
– Preciso que alguno de tus aviones clandestinos me lleve a Colombia. Ahora le tengo a todos los uniformados una fobia muy especial. Además, debo hablar urgente contigo, los negocios peligran.
Pedro Bucci pensó un instante...
– Será fácil sacarte con algún vuelo de regreso. O mejor todavía; ¡te envío uno especial para traerte a casa inmediatamente! Sólo necesito saber las coordenadas del lugar donde te encuentras y dentro de unas horas llegará a buscarte el avión más rápido con el piloto más seguro.
– ¡Esta noche cenaremos juntos!
Frank demoraba la respuesta. Ese dato valía oro para la DEA y le costaba soltarlo, pero a su vez, hablaba con el mayor narcotraficante de la tierra. Únicamente podía confiar en Pedro Bucci. Era un “hombre de honor” a su manera, al menos, en la vida lo vendería a la DEA.
– Estoy en el Yellowstone National Park… Contestó en un tono vidrioso, como quien confía un secreto que le puede costar la vida. Sospechaba que me buscarían camino a México, y fui al interior.
– ¡Carajo! ¡Estás metido en el fondo de la cueva del oso! Muy astuto pero muy retirado...
– ¡Allí no puedo llegar con mis aviones ni disfrazándolos de palomas mensajeras! Esa es zona de exclusión para mi flota aérea. Me los harían cagar con algún cohete como si fueran cazas de Saddam Hussein. Deberé buscar alguna salida más viable y tener alguien que me apoye.
–