Drácula y otros relatos de terror. Bram Stoker
pienso permanecer a solas con las tres. Haré todo lo posible por reptar por el muro mucho más lejos que las veces anteriores. Cogeré algunas monedas de oro, por si lo necesito después. Nunca se sabe, quizá encuentre la forma de escapar de este horripilante lugar.
¡Y si lo consigo, no pienso detenerme hasta Inglaterra! ¡Cogeré el primer tren! ¡Lejos de este maldito lugar, de esta maldita tierra, donde el diablo y sus demoníacas criaturas todavía conviven con los hombres!
El precipicio es alto y abrupto, pero prefiero la compasión de Dios que la de estos seres monstruosos. En el fondo de este abismo un hombre puede morir y descansar… como tal.
¡Adiós a todos! ¡Mina!
Capítulo V
Carta de la señorita Mina Murray
a la señorita Lucy Westenra
9 de mayo
Querida Lucy:
Te pido disculpas por la tardanza en escribirte, pero he estado ahogada de trabajo estos últimos meses. La vida de una maestra auxiliar con frecuencia resulta muy asfixiante.
No sabes cuan grande es mi deseo de abrazarte, y pasear por la costa para hablar sin trabas de nuestras cosas y de nuestros proyectos. He estado trabajando el doble últimamente, porque quiero equipararme con el ritmo de estudio de Jonathan, de manera que dedico a la taquigrafía mucha más atención y tiempo. Cuando nos casemos podré serle de gran provecho y si consigo dominar el sistema a la perfección, después podré pasar sus apuntes a máquina. Para practicar un poco, a veces nos escribimos en taquigrafía y él lleva un diario taquigrafiado de todos sus viajes en el extranjero. Cuando venga a verte, llevaré un diario semejante, en el cual pueda escribir todo lo que desee. Supongo que esto, para muchos, no tiene importancia, pero tampoco es mi intención que la tenga. A lo mejor, algún día se lo enseñe a Jonathan, si es que hay algo interesante que valga la pena contarle, pero más que nada será un cuaderno para practicar la escritura. Probaré hacer como los periodistas: entrevistas, descripciones, e intentar recomponer conversaciones oídas. Me han dicho que, practicando un poco, puede recordarse todo lo acontecido y oído a lo largo del día. Eso ya lo veremos. Te contaré todos mis pequeños proyectos cuando nos veamos. Acabo de recibir unas rápidas líneas de Jonathan desde Transilvania. Dice que se encuentra bien y que estará de vuelta en una semana, más o menos. Aguardo con ansia su regreso, para que me cuente todas sus experiencias. Debe resultar muy interesante visitar países exóticos como ese. Espero que algún día los viajes los hagamos juntos... o sea, Jonathan y yo. Son más de las diez. Hasta pronto.
Te quiere,
Mina
[P.S.] Cuéntame en tu próxima carta todas las novedades. No sé nada de ti desde hace mucho tiempo. He oído algunos rumores, y sobre todo de ¿un joven alto, apuesto y de pelo rizado?
Carta de Lucy Westenra
a Mina Murray
Chatham Street, n.° 17
Miércoles
Queridísima Mina:
Me siento obligada a responderte por tacharme injustamente de escribirte poco. Te he enviado dos cartas desde que nos despedimos y con esta, ya son tres; mientras que las tuyas solo han sido dos. Por otra parte, no tengo nada nuevo que contarte. Nada que pueda interesarte. Ahora la ciudad está muy acogedora, y salimos mucho a visitar galerías de arte y damos paseos por el parque a pie y a caballo. En cuanto al guapo joven alto y de pelo rizado, supongo que se trata del chico que estuvo conmigo en el último concierto. Está claro que alguien ha estado contando cuentos. El joven en cuestión es el señor Holmwood. Nos frecuenta muy a menudo y se lleva muy bien con mamá: tienen muchas cosas en común y charlan amigablemente. No hace mucho conocimos a un joven que te iría muy bien, si no fuese porque estás comprometida con Jonathan. Es un partido magnífico: muy guapo, rico y de buena clase social. Es médico y muy inteligente.
¡Figúrate! Tiene tan solo veintinueve años y ya es director de un manicomio enorme. Me lo presentó el señor Holmwood. A raíz de lo cual nos visitó un día, y ahora viene a saludarnos con frecuencia. A mi juicio, es uno de los hombres con más empuje que conozco y además, muy tranquilo, diría que casi imperturbable. Sus pacientes deben estar muy satisfechos de tenerlo como médico. Tiene la curiosa costumbre de mirar fijamente a los ojos, como queriendo adivinar el pensamiento del que habla. Conmigo lo intenta muchas veces, pero yo me río de caer muy difícilmente en una de estas pruebas de telepatía. Mina, ¿has probado alguna vez de leer la expresión de tu cara? Yo, sí y puedo decir que no está mal y es más complicado de lo que parece, si no se ha ensayado nunca. Nuestro amigo dice que para él soy un curioso pasatiempo psicológico; sin modestia creo que así es. Como bien sabes, la moda no me interesa demasiado, así que no puedo contarte en detalle las últimas tendencias. El vestir es un agobio. O en el nuevo argot, un tostón, palabra que Arthur usa mucho… ¡Vaya, qué he dicho! Bueno eso es todo. Siempre nos hemos contado nuestros secretos desde que éramos muy niñas, Mina; juntas, hemos comido y dormido y también hemos reído y llorado juntas, y ahora que he empezado a hablar, quiero contarte algo más. ¡Oh, Mina! ¿No lo adivinas? Le amo. Me ruborizo mientras lo escribo, pues aunque creo que él también me ama, aún no me lo ha dicho. Pero, yo le amo, Mina, ¡le amo! Ahora después de contártelo me siento liberada. Ojalá estuviéramos juntas, en bata frente al fuego. Entonces intentaría expresarte lo que siento. Ni siquiera sé cómo te escribo esto. Tengo miedo de pararme, porque seguramente rompería la carta y no quiero frenar este deseo tan apremiante. Quiero decírtelo todo. Escríbeme rápido, y dime qué opinas de todo esto. Mina, tengo que dejarlo ya. Buenas noches. Bendíceme en tus oraciones y reza por mi felicidad.
Lucy
[P.S.] No hace falta que te diga que no se lo digas a nadie. Confío en ti. Buenas noches otra vez.
L.
Carta de Lucy Westenra
a Mina Murray
24 de mayo
Mi querida Mina:
¡Gracias, gracias, de nuevo por esta carta tan cariñosa! ¡Era tan delicioso poder contar lo que guardaba mi corazón sabiendo que me comprenderías!
Querida, estas cosas no ocurren con frecuencia pero cuando vienen, nunca lo hacen solas. Cuánto saben los proverbios. Aquí me tienes, con casi veinte años y hasta ahora nadie se había atrevido a declararme su amor; y sin embargo hoy lo han hecho tres… ¡Figúrate! ¡Tres declaraciones en un solo día! ¿No te parece increíble? En realidad, siento tristeza por los otros dos… Pero soy tan dichosa al mismo tiempo. ¡Tres declaraciones! Aunque, por lo que más quieras, no se lo cuentes a nadie, pues si algunas de las chicas se enterasen, harían correr toda clase de comentarios inverosímiles, llegarían hasta creerse despechadas si el primer día de su presentación en sociedad no reciben como mínimo, seis declaraciones ¡Algunas son tan orgullosas! Tú y yo, Mina querida, estamos comprometidas y no tardaremos mucho en convertirnos en sensatas señoras casadas, así que podemos renunciar al orgullo.
Bueno, voy a hablarte de los tres jóvenes, pero debes guardarme el secreto, querida, y no contárselo a nadie, a excepción, claro está, de Jonathan. Sé que a él se lo contarás, porque yo en tu lugar, no vacilaría en decírselo a Arthur, pues una mujer no debe tener secretos para su marido, ¿no crees, querida? Y además le debe ser absolutamente fiel. A los hombres les gusta que las mujeres, y con más razón sus esposas, sean igual de fieles que ellos. Pues bien queridita mía, el primero fue el doctor Seward, el del manicomio, un hombre de firme mandíbula y hermosa frente. Aunque parecía muy distante, se hallaba muy nervioso. Se notaba que había estado ensayando toda clase de pequeños detalles que seguía al pie de la letra. Pero estaba a punto de sentarse sobre su sombrero de copa, hecho que delataba su nerviosismo; después, queriendo aparentar tranquilidad, comenzó a jugar con una lanceta de forma que casi me pongo a reír. A continuación, se puso a hablarme con sinceridad, diciendo que me adoraba aunque hacía muy poco tiempo que me conocía. Había hecho planes sobre lo que sería nuestra vida en matrimonio y me confesó lo profundamente desgraciado que le haría si le rechazaba, pero al verme llorar reconoció que había sido un grosero y que