Gazapo. Gustavo Sainz
pienso.
Acompañaron a Gisela, sin dejar de hablar de la pelea. En la casa, Natasha trapeaba el piso, la tía Mochatea se limpiaba las manos en un delantal y doña Eválida vigilaba. Servían la mesa y los invitaron a desayunar.
No sé si aceptaron. Vulbo no me lo dijo; total, terminaron devolviendo el coche a mediodía. El cuidador les pidió más dinero. “Una centaviza”, dijo, pero ellos se burlaron y huyeron apresuradamente a unos baños de vapor.
—¿Qué tal si hemos entrado? —creo que razonó alguno de los tres.
Cruzaban la antigua calle de Artes, ahora Antonio Caso.
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