Monsil. Jeong-saeng Kwon

Monsil - Jeong-saeng Kwon


Скачать книгу
muy pequeña para llamarla “hermana mayor”. Su familia vivía en una habitación que le prestaba un agricultor en el pueblo de su padre, cerca de Salgang.*

      Su padre, el señor Chung, no podía conseguir empleo ni siquiera por un día y frecuentemente salía en busca de trabajo. Cuando él no estaba, su madre, originaria de la ciudad de Milyang, pedía limosna acompañada de Monsil y su hijo menor Chong-ho para dar de comer a su familia.

      En aquella época murió Chong-ho de una enfermedad desconocida.

      Grupos de jóvenes de varios pueblos pregonaban las primicias de un mundo nuevo. Decían que había llegado la hora de construir una nueva nación sin pobreza y de crear las condiciones para lograr una mejor manera de vivir.

      El día en que este grupo de jóvenes gritó vivas y agitó banderas rojas en el patio de recreo de la escuela primaria del pueblo y en la estación del tren, el lugar parecía una colmena. Los policías los reprimieron a punta de pistola.

      La confusión no cesaba y reinaba por doquier. Era un momento fatídico para la pobre Monsil que le presagiaba un destino difícil y triste. Era la primavera de 1947, justamente un año y medio después de la liberación.

       1. La madre abandona al padre

      —Monsil, vámonos —la señora Milyang la apremió cerrando con llave la puerta de la habitación.

      —¿A dónde, mamá?

      —¿Para qué quieres saber a dónde?

      —Si nos vamos ahora, ¿ya no regresaremos?

      —…

      La señora Milyang no dijo nada. Monsil quería saber, porque le parecía que ya no regresarían. La señora Milyang dejaba atrás aquella puerta de ramas llevando de la mano a Monsil, que tenía miedo.

      La familia del dueño había salido y no había nadie en casa. La señora Milyang tenía prisa por salir, como si estuviera huyendo.

      —¿No vas a despedirte de la dueña de la casa?

      —¡Cállate y vámonos!

      Monsil se dio cuenta de que su madre, la señora Milyang, huía de verdad.

      —Hija, ¿a dónde vas?

      —Voy por mis juguetes.

      Monsil fue por los juguetes que casi olvidaba. Los había coleccionado con su amiga Hi-suk, que vivía en la casa de enfrente. Eran unos pedazos rotos de porcelana, tapones de botellas, pelotas de plástico con agujeros, un par de calabazos secos y otros objetos sucios que guardaban debajo del muro del patio trasero. Monsil puso todo en su falda y regresó corriendo al lado de su madre.

      —¡Apúrate! ¿Para qué traes esos pedazos rotos de porcelana?

      —¡Esto es mi vida!

      Monsil apretaba fuertemente su falda con los juguetes. Tomada de la mano de su madre caminó con paso corto y ligero.

      Monsil se acordó de su padre en aquel momento.

      —Mamá, ¿qué pasará con mi papá?

      —No preguntes, ahora vamos a buscar a papá.

      —¿A papá?

      —Ya te dije que sí.

      La señora estaba enojada y contestó en voz baja, preocupada de que la escucharan las personas en el tren. No había asientos y Monsil iba de pie, sostenida de la falda de su madre.

      Bajaron después de cinco o seis pueblos, en una estación que veía por primera vez. Era un lugar pequeño e insignificante comparado con la estación de su pueblo.

      Monsil, su madre y una anciana desconocida fueron las únicas que bajaron ahí.

      Cuando llegaron a la sala de espera, un hombre alto las aguardaba de pie. Su cara era morena y parecía muy fuerte.

      La señora lo saludó bajando la cabeza. Al parecer la señora Milyang ya lo conocía. A Monsil, sin saber por qué, no le gustó ese hombre.

      —Monsil.

      —¿Sí?

      La señora Milyang titubeó por un momento, y acariciando su mano amablemente le dijo:

      —A partir de ahora, llámale papá.

      — …

      — Salúdalo.

      — …

      Monsil estaba aturdida. Quería llorar a gritos, pero no podía porque estaba en un lugar desconocido y tenía miedo del hombre y también de su madre. Sin embargo, no obedeció la petición que le hacía.

      Se acordó de su padre que hacía un mes había salido de casa para ganar dinero. Su padre, de calzones remendados a la altura de la cadera, era muy amable. Aunque peleaba mucho con su madre, el verdadero padre de Monsil era un hombre sencillo y humilde.

      La señora se sentía apenada porque Monsil estaba desconcertada. Salieron de la sala de espera siguiendo al desconocido.

      Iban por un camino nuevo y pedregoso, y luego continuaron por otro sendero estrecho. Caminaron durante largo tiempo por un campo de arrozales y verduras con veredas sinuosas. Siguieron por un valle cercano a un arroyo y luego atravesaron una montaña muy alta. Era muy difícil para Monsil, que jadeaba. Los juguetes fueron desapareciendo, cayendo uno por uno sin que se diera cuenta.

      Se sentaron los tres en la cumbre del cerro. Monsil quiso llorar en varias ocasiones. Quería saber a dónde la conducían todos esos caminos y resentía la conducta de su madre que huía con un desconocido.

      Le dolían las piernas y tenía hambre. Miró hacia el pie de la montaña. Hacía tiempo que las azaleas habían dejado de florecer.

      —Mamá, tengo hambre —dijo Monsil con lágrimas en los ojos.

      La señora Milyang se acercó y la abrazó con pena.

      —Aguantemos un poco más. Jamás volverás a tener hambre.

      —¿A dónde vamos?

      —A la casa de tu nuevo padre.

      —¿Qué hacemos con mi padre que se fue para ganar dinero?

      —Ese padre ya no regresará.

      —¿Por qué?

      —Se fue por allí, muy lejos.

      — …

      Monsil calló. ¿El padre que salió de la casa peleando hace un mes ya no era el padre de Monsil? ¿De verdad ya no regresaría? Su padre le había dicho claramente, abrazándola y acariciándole la espalda con sus manos toscas y delgadas:

      —Hija, me tengo que ir a un lugar lejano, pero regresaré con mucho dinero. Entonces compraremos mucho arroz, y ropa bonita para ti, ¿sí?

      —Papá, vuelve pronto y con mucho dinero. Con mucho dinero.

      Esa mañana el padre comió dos platos de sopa hecha con hierbas del monte y salió de casa atando firmemente, con una cuerda de paja, sus zapatos de goma rotos. Partía repitiendo que regresaría con mucho dinero.

      La madre decía que su padre ya no regresaría y que, por ese motivo, se iban a vivir con el padrastro. Monsil pensaba que lo que


Скачать книгу