Monsil. Jeong-saeng Kwon

Monsil - Jeong-saeng Kwon


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por lo que había dicho. Se acordó de que, junto con su mamá, habían huido en secreto del pueblo de Salgang. También sintió una punzada en el corazón por haberse traído todos los juguetes de Hi-suk. “Sería mejor si le pidiera perdón a Hi-Suk.”

      De regreso a casa con Sun-dok y con el onbegi en la cabeza, Monsil pensaba en el regreso al pueblo de Salgang.

      Paseaba por la callejuela cojeando y cargando en la espalda a Young-deuk y continuamente añoraba a su padre Chung.

      —¿Young-deuk, quieres ir al otro lado de la montaña en tren?

      —Chikchikpongpong, Chikchikpongpong —Young-deuk imitaba el sonido del tren y era la prueba de que sí quería ir.

      Cuando llegó abril, Young-deuk empezó a dar sus primeros pasos. Monsil y Sun-dok recogían hierbas que crecían en las rocas de la ladera de la montaña detrás del pueblo. Las dos recogían hierbas que crecían en las grietas y las ponían en sus cestas.

      En aquel momento se escuchó una voz por el sendero del cebadal que estaba abajo.

      —Coja, cojita…

      —Coja, cojita…

      Eran palabras dirigidas a Monsil sin lugar a dudas.

      Al principio se oían en voz baja, como murmullos, pero después gritaban.

      —Coja, cojita…

      Monsil de repente se levantó y miró hacia abajo.

      —¿Quiénes son? —gritó Sun-dok.

      —Coja, cojita, coja, cojita…

      La cara de Monsil se puso blanca y sus labios, azules. Monsil se sentó y lloró.

      Los niños que bromeaban huyeron en grupo. Eran los niños de Detgol, uno o dos años mayores que Monsil.

      —Los voy a acusar y los castigarán —los amenazó Sun-dok en voz alta. Después de que los niños huyeron, Sun-dok levantó a Monsil.

      —Monsil, no llores. Todos son unos malditos. Dios les va a mandar rayos y truenos sin falta este verano. No llores, no llores.

      Sun-dok tomó la cesta de hierbas de Monsil y las dos juntas bajaron la montaña. Parecía que el corazón se le rompía de tristeza.

      “Me voy ya a Salgang. Si viviera allá con mi papá, no estaría coja…” Monsil seguía a Sun-dok sollozando sin parar.

      Cuando llegó a casa, Monsil se sorprendió mucho. En la entrada estaba sentada una desconocida. La mamá y la abuela, sentadas frente a la mujer, hablaban de algo grave y esperaban a Monsil.

      “Es mi tía.” La inteligencia de Monsil la hizo recordar inmediatamente a su tía, quien vivía en un pueblo al que se llegaba cruzando una montaña y un río desde Salgang.

      La tía la reconoció y se levantó del piso.

      —¡Monsil!

      —…

      Monsil trataba de contener las lágrimas que aún derramaba por la broma de los niños.

      —¿Por qué cojeas? ¿Cuándo te lastimaste? —le preguntó impaciente la tía abrazándola.

      Las lágrimas que Monsil trataba de aguantar salieron de golpe. La tía le tomó la mano, apartó los cabellos de su cara y la miró detenidamente. Vio su ropa y le subió la falda del lado de la pierna coja.

      —¿Cuñada, por qué está coja? Mira su ropa. Te la pasaste diciendo que ibas a alimentarla y está tan delgada como si comiera cada tercer día —empezó a preguntar indignada la tía. Monsil reaccionó: “Tía, mi mamá no es culpable”, quería decir algo, pero la voz no le salió. Quería explicar que el padrastro Kim era el causante, pero no podía decir ni una sola palabra.

      La tía interrogaba a la señora Milyang una y otra vez. La señora Milyang la escuchaba con un semblante inefablemente doloroso.

      —Abandonaste a mi hermano que está vivo y te casaste con un hombre de bien. ¿Por qué no te fuiste sola? ¿Por qué te llevaste a tu hija que no tenía culpa y la tienes así? —al parecer las palabras de la tía le rompían el corazón a la señora Milyang.

      La abuela que las escuchaba habló una sola vez:

      —Si vino a llevarse a Monsil, tiene que llevársela en silencio, ¿por qué grita?

      —Bueno, ¿en esta casa viven seres humanos? ¿Piensan que pueden maltratar así a la niña? —la tía hablaba indignada.

      Monsil tenía miedo. Si hubiera sido el padrastro Kim, habría habido un gran problema. A lo mejor él agitaría su puño sin razón y golpearía a cualquiera. Pero el señor Kim no apareció. Young-deuk tampoco estaba ahí.

      La tía, que por largo tiempo preguntó alzando la voz, tranquilizó su jadeante respiración.

      —Monsil, vámonos.

      —¿A dónde?

      —Regresamos a casa, con tu padre.

      —¿Nos vamos con mamá?

      —¡Qué tonta eres! ¿Para qué regresaría tu madre con tu padre, casada con otro y con una casa así de buena?

      —Si no va mi mamá, yo tampoco iré.

      —¿Qué? ¿Eres estúpida? Si te quedas aquí, serás la cocinera. Vámonos rápido. Tu papá te está esperando.

      —¿Me espera papá?

      —Sí, tu verdadero padre.

      —…

      Parecía que Monsil sentía mucho cariño por su padre Chung, a pesar de que era pobre y mendigo. ¿Cómo podía separarse de su mamá e irse sola? ¿Cómo dejar a su lindo hermano Young-deuk?

      En aquel momento la señora Milyang, que guardaba silencio, se acercó a Monsil.

      —Monsil…

      La señora Milyang acarició el pelo de su hija, contempló su cara detenidamente y dijo con voz muy clara:

      —Ve con la tía a ver a tu papá.

      —¡Mamá!… —sin saber por qué, las lágrimas de Monsil desaparecieron—. ¿Puedo visitarte después?

      —Claro que puedes.

      Monsil miró a su tía.

      —Tía, voy a despedirme de Sun-dok.

      —¿Quién es Sun-dok?

      —Mi amiga.

      —Bien, apúrate y regresa rápido.

      Sun-dok limpiaba las hierbas silvestres que habían recogido hacía un rato. Monsil no podía decir nada porque jadeaba después de haber corrido.

      —¿Monsil, a qué vienes? —preguntó la abuela de Sun-dok al darse cuenta de que algo pasaba.

      —Sun-dok, vino mi tía para llevarme con ella —dijo con dificultad Monsil.

      —¿De dónde vino? —preguntó Sun-dok mirándola.

      —La mandó mi papá. Él le pidió que me llevara de regreso a Salgang.

      —¿Sí? ¿Entonces verás a tu papá?

      —Sí. Mi mamá me dijo que me puedo ir.

      —Hummm…

      —Dijo que puedo regresar a visitarla.

      —¡Dios mío!, qué bueno que regresas con tu papá, pero ¿cómo podrás vivir separada de tu mamá? —chasqueó la abuela de Sun-dok y añadió—: Mi Sun-dok y Monsil no tienen la suerte de vivir con sus padres.

      La señora Milyang envolvió la ropa que su hija se llevaría y se la dio. Monsil caminó hacia la cumbre que había cruzado dos años atrás.

      —Sun-dok, te visitaré.


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