Monsil. Jeong-saeng Kwon

Monsil - Jeong-saeng Kwon


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detrás de la cumbre, la señora Milyang empezó a llorar.

      —Monsil, yo tengo la culpa. Teníamos mucha hambre y era muy difícil. Me equivoqué. Espero que crezcas sana junto a tu padre.

      El afligido llanto de la señora Milyang se oía como un eco en todo el valle.

      En la cumbre, Monsil escuchó el llanto de la señora Milyang. Le ardían los ojos y la nariz le picaba. Se mordió los labios con fuerza.

      —Mamá, tú no tienes la culpa. No tienes la culpa… —caminaba repitiéndolo una y otra vez.

       4. La madrastra, la señora Bukchon

      Después de tomar el tren, cuando bajaron en la estación, ya había oscurecido. Al bajar, en vez de dirigirse hacia Salgang, la tía tomó la dirección opuesta.

      —Tía, ¿por qué no vamos a Salgang? —preguntó Monsil.

      Quería ir rápidamente a Salgang para ver a su papá, a Hi-suk y a sus otros amigos.

      —Tu papá ya no vive en Salgang. ¿Crees que podría vivir allá, después de la vergüenza que le causó la huida de tu madre? ¿Cómo podría vivir en ese lugar?

      —Entonces, ¿se mudó a otro pueblo?

      —Sí, se fue a Norusil.

      Monsil pensó que ya no podría ver a Hi-suk y a sus amigos.

      En la oscuridad caminaban por la carretera y, al poco tiempo, pudo ver a un adulto que se acercaba a grandes pasos. Al aproximarse, vio a su padre Chung. “¡Papá!”, gritó Monsil por dentro, porque no pudo decir nada. De repente sintió un viento frío en el corazón y se le endureció la garganta.

      El señor Chung la abrazó fuertemente y gimió sin decir nada. Monsil pensó que su padre lloraba. Desconfiaba de él, le pareció que no era como antes.

      En el crepúsculo el señor Chung se secó las lágrimas con la manga de su camisa. Un poco avergonzado dijo:

      —Monsil, tu mamá ha sido tan mala que merece que la maten. Olvídate de tu malvada madre y vivamos juntos. No te haré pasar tragos amargos, ni me iré lejos, ni te gritaré.

      Monsil no dijo una palabra.

      El pueblo de Norusil estaba al pie de la montaña y la casa del señor Chung, hecha con sus propias manos, era la última de la ladera y estaba apartada del pueblo.

      Monsil, su tía y su padre entraron a la habitación. Cuando la lámpara iluminó el lugar, Monsil vio que en el piso había una estera de caña tejida y que la pared era de tierra mezclada con pegamento de bellotas. Era una habitación tan humilde como un establo.

      —Allí tengo mijo.

      Monsil miró el saco de mijo. Era del tamaño de una almohada y estaba mugroso.

      La tía llenó una jícara con mijo, añadió un puñado más, luego retiró medio puñado, otra vez quitó un poco más y enseguida se lo llevó a la cocina.

      Al terminar de cenar, Monsil se levantó como de costumbre para recoger la mesita. En ese momento Monsil se tambaleó del lado izquierdo y el señor Chung la miró con atención.

      —Monsil, acabo de verte cojear. ¿Tienes alguna herida?

      Monsil se paró con los platos vacíos en las manos.

      —Monsil, muéstrale la pierna a tu papá. Dile lo que te pasó —dijo la tía con frialdad.

      De repente a Monsil se le oprimió el corazón y le pareció que era la oportunidad para desahogar la tristeza que había padecido en casa del señor Kim en Detgol. Monsil se sentó dejando a un lado los vasos que había recogido.

      Sollozando, Monsil recordó la historia de su pierna y de cómo se quedó coja.

      —Mamá y yo nos caímos por un empujón de mi papá.

      —¡Por qué llamas papá a ese hombre! —gritó fuertemente el señor Chung.

      Monsil se encogió de hombros por la sorpresa.

      —Allá se acostumbra llamarle padre. Desde ahora no lo llamarás así —explicó la tía en lugar de Monsil.

      —Te fuiste para vivir y comer bien y ahora regresas enferma, te lo mereces —dijo el señor Chung con un tono de voz burlón y golpeando con fuerza el piso—. ¡Maldito! Destruiste a mi familia y dejaste coja a mi hija. ¿Cómo puedes hacerme esto? No voy a dejarte sin castigo. Maldito…

      Los labios del señor Chung temblaban y lloraba como un niño. Llorando se acercó a Monsil y la tomó entre sus grandes brazos. Ella lloró en los brazos de su padre, que la abrazaba, y la tía, que los miraba, lloraba también.

      El señor Chung, llorando, se quejó:

      —¿Monsil, sabes de quién eres hija? Aunque tu mamá me abandonó sin compasión, te salvé a ti y a tu madre, casi perdí la vida por una bomba en Tokio. Aunque tu pobre hermano Chong-ho murió después de sufrir mucho, no he cometido ninguna mala acción.

      El señor Chung repitió un par de veces la misma historia, que él las había salvado, que casi muere en un bombardeo en Tokio antes de la independencia. Su resentimiento hacia la señora Milyang era evidente.

      Sus quejas continuaron hasta muy tarde y los trastes se quedaron sin recoger en la parte fría de la habitación. Los tres durmieron aquí y allá sin orden. El señor Chung cobijó a Monsil con una manta pequeña y usada y le dio palmaditas en la espalda.

      Al día siguiente la tía se marchó a la casa de sus suegros. Al salir, la tía habló a solas con el señor Chung. Le dijo que se casara de nuevo. Aunque la tía cuchicheaba, Monsil escuchó.

      —Buscaré y te traeré una buena cuñada. No te preocupes, hermano.

      Cuando la tía se fue, Monsil se quedó pensando todo el día. Si su papá se casara de nuevo, tendría una madrastra. Se sentía sola sin saber porqué.

      Recordó a su madre en Detgol y quería ver a Young-deuk.

      “Mamá


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