Lunes por la tarde... 5. José Kentenich
ahora, más en detalle:
«Toma mi memoria, los sentidos, la inteligencia;
recíbelo todo como signo de amor».
Más aún:
«Toma el corazón entero y toda la voluntad…».
Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Todo eso está con detalle aquí dentro. Por eso:
«Toma el corazón entero y toda la voluntad,
y de este modo se sacie en mí el auténtico amor; […]
cuanto Tú me has dado,
sin ninguna reserva te lo devuelvo…».
¿Qué me ha dado Dios? Memoria, sentidos, voluntad, corazón, entendimiento, bienes terrenos, mi esposa, mi esposo, mis hijos, miembros sanos. ¡Tómalo nuevamente todo, todo! Todo eso te pertenece nuevamente, y sin reserva alguna. Puedes hacer conmigo lo que quieras.
Ahora viene:
«Sobre todo esto dispón siempre a tu gusto;
sólo una cosa te pido:
¡que te ame, Señor!».
Sólo quiero amarte —y este es el sentido último de mi vida—.
«Haz que, cercano o lejano, me sepa amado por ti
como la cara pupila de tus propios ojos».
Saberme amado estando cerca o lejos, en todas las situaciones. Todo lo que me envías ¿qué es? Lo haces por amor a tu hijo.
Y ahora continúa. Es una meta tan alta que tengo que decirme: necesito muchas gracias para ello. Por eso nosotros decimos: vivat sanctuarium. Textualmente dice la oración:
«Concédeme las gracias que me impulsen con vigor
hacia aquello que sin ti
no me atrevo a emprender;
dame participar en la fecundidad
que tu amor otorga a tu Esposa.
Dame ser fecundo para el terruño de Schoenstatt:
mi vida sea un Sí creador
para cuanto, bondadosamente,
con la tierra de Schoenstatt tú has planeado
para la salvación de los hombres».
Querido Dios, te regalo todo lo que soy y lo que tengo a fin de que la Santísima Virgen pueda realizar desde el santuario su gran tarea para este tiempo. Y si tú me tratas así, puedo decir:
«Sólo entonces me deben llamar dichoso, pleno,
y nunca se me podrá dar una felicidad mayor;
ya nada hay que continúe anhelando:
lo que tú dispongas
es mi querer y mi bien».
Y ahora se resume toda la oración:
«Mi Señor y mi Dios,
toma todo lo que me ata,
cuanto disminuye mi fuerte amor por ti;
dame todo lo que acreciente el amor por ti
y, si estorba al amor, quítame mi propio yo. Amén».
Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. ¿Pueden entenderlo ahora? Estos son hombres verdaderamente libres. Hombres que son libres, que están siempre alegres, que tienen siempre paz y de los cuales dimana siempre serenidad. Pero para que nosotros, hombres que cargan con el pecado original, vivamos este «poder en blanco», para que logremos vivir a partir del «espíritu en blanco», tenemos que extender nuestras manos más hacia lo alto, hacia la inscriptio. ¿Qué es inscriptio? Quiero recitarles ahora una oración y se las explicaré más adelante. Pero tienen que escuchar bien.
«Te pido todas las cruces y sufrimientos
que tú, Padre, me tengas preparados».6
¿Qué significa: incluso te pido las cruces y sufrimientos? ¿Qué cruces y sufrimientos? Aquellos que tú, Padre del cielo, me tengas preparados. Es así: desde que tenemos el pecado original, podemos decir: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»,7 pero cuando las cosas se ponen más duras, decimos, a pesar de todo: hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo. Por eso tenemos que cuidar de que se supere lo que se llama miedo a la cruz y sufrimiento, una predisposición negativa. El miedo a la cruz y al sufrimiento es el gran impedimento para el sí que hemos de decir. Y hasta pido superar este miedo: si tú has previsto para mí una cruz —pero, suponiendo que la hayas previsto—, te pido esa cruz para que llegue a ser interiormente libre para tu voluntad.
Disponibilidad: para que este espíritu no quede solamente en un acto, sino que también lo vivamos realmente, tenemos que mantener un contacto constante con Dios. Esto es lo que llamamos «horario espiritual».8 ¿Qué quiere decir esto? Aquí tenemos que reflexionar: ¿qué prácticas de piedad puedo incluir a diario en mi horario como hombre casado, en mis propias circunstancias?
Ahora se plantea la pregunta: ¿qué debo hacer en ese sentido? En esto tenemos que dejar libertad a cada uno, puesto que las circunstancias pueden ser distintas. Pero, en general, tengo que incluir tantas (practicas de piedad) como sean necesarias para que pueda mantener esta relación con Dios en todas las situaciones. Estas cosas no obligan bajo pecado. No es más que una usanza. De modo que si no las hago, no peco. Solo me he perjudicado a mí mismo. ¿De qué modo me he perjudicado a mí mismo? El espíritu del poder en blanco desaparece más y más.
Aquí podemos distinguir un cierto componente básico y permanente de nuestro horario espiritual. Una de las leyes dirá: tantas prácticas de piedad como lo permitan mis circunstancias. Pero ahora tienen que mantener con firmeza: nadie me obliga a ello, yo mismo tengo que reflexionarlo. En la práctica, esto significaría, por ejemplo: tan frecuentemente como sea posible —si se puede, a diario— santa misa y comunión. Escúchenlo una vez más: si es posible. Si no se puede, entonces no se puede.
Después, en segundo lugar: cada día una lectura espiritual y, si es posible una visita.9 Son prácticas de las que se dice: si las mantengo, puedo suponer que el Espíritu de Dios me sostiene interiormente, puedo suponer que también lograré no solo sellar la alianza de amor, sino también vivir a partir de ella.
Después es costumbre entre nosotros —en determinados círculos, no en todos— dar cuenta por lo menos una vez al mes al confesor (del cumplimiento del horario espiritual), pero no por escrito. Por ejemplo: me había propuesto comulgar tantas y tantas veces, pero no lo he hecho por negligencia. Aunque no sea un pecado, me acuso para estimularme a cumplirlo nuevamente. Comprendan, por favor, lo siguiente: naturalmente, sólo con deseos no avanzamos; ahora tenemos también que «clavar la lanza».
Pienso que les he llenado la hora con todo tipo de pensamientos difíciles y también hermosos. Y ahora: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium.
Repitámoslo una vez más.10 Mis queridos alumnos, muy bien hecho.11
1 Véase Lc 15,11-32.
2 Visión beatífica.
3 Oración de la tradición popular que el P. Kentenich citaba a menudo: «Ja, Vater, ja; dein Wille stets gescheh’, ob er mir Freude bringt, ob Leid, ob Weh’».
4 Tuyo soy.
5 Véase P. José Kentenich, Hacia el Padre. Oraciones para uso de la Familia de Schoenstatt, Nueva Patris: Santiago de Chile 172013, estr. 386ss, págs. 132-133