Risa adentro. Rafael Gumucio

Risa adentro - Rafael Gumucio


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no necesitan reírse, siento. Están todo el día en pelotas comiendo mangos, ¿y más encima quieren tener estas ideas intrincadas sobre la sociedad y reírte? No es necesario.

       —¿Es importante conocer al público antes del show?

      No. Creo que es importante tratar de actuar con la mayor cantidad de gente diferente. Igual, también creo que no tiene que ser tu ambición, no es necesario ser totalmente transversal. Está bien eso, pero, ponte tú, yo tengo un show todos los lunes en el Comedy, que es una miseria. O sea en el verano, en enero, está lleno siempre, pero en agosto es terrible, yo hago unos shows para cinco personas, que me encantan igual.

       —Público familiar.

      Pero yo partí haciendo ese show con Felipe Avello hace tres años. Y esa época para mí fue ¡uf! Porque yo venía de Hardcore, donde hacía stand up con la Natalia Valdebenito, con Villouta, la Jani Dueñas y yo; entonces el público eran puras tortas, colas y feministas y pololos enojados. Ese era nuestro público, entonces era superseguro y cómodo, y todo lo que dijera tenía cierta recepción entre gente que al final era la misma gente con la que carreteo. Pero cuando volví a hacer stand up fue terrible, volví a apestar. Volví a cero porque el público de Avello eran unas familias: mamá, papá de Llay Llay (risas). Entonces yo ahí con lo de “el himen crece” y me gritaban “¡qué asco, señora, váyase!”.

       —¿Y qué hiciste?

      Apesté después de cinco años. Volví a apestar todos los lunes. Apestar, apestar, hasta que de a poco dejas de apestar.

       —¿Y cómo se hace?

      Con muchas ganas de caerle bien a las familias de Llay Llay (risas). Llegaba a mi casa y no sabía por qué la gente de Llay Llay me odiaba tanto. Yo creo que ahí, en la miniepifanía que tuve, entendí que podía ser más amorosa. Yo antes no era tan amorosa y me fui ablandando un poco y esto que están viendo es lo más amoroso que hay, no queda más. Tuve que encontrar una suavidad y encontrarle la razón a la gente, porque igual tienen razón. Si eres aburrido no es culpa de ellos, es culpa tuya. O que caímos en el mismo lugar equivocadamente y hay que tratar de evidenciar eso: que no es culpa de ninguno de los dos, pero que tratemos de hacer lo mejor posible.

       —Es como una terapia de pareja.

      Un poco sí. Es como: “Rodolfo, sé que te cayó mal lo que te dije. Tratemos de encontrar algo entremedio, juntémonos en la mitad”.

       —Claro, porque, por lo demás, la gente va a reírse a un espectáculo de humor.

      Igual hay gente que va a enojarse.

       —¿Sí? ¿Y cómo se gestiona la gente que va a enojarse?

      No sé. Vienen solos, son hombres sobre los cuarenta y se sientan así (gesto encorvado y con brazos cruzados), y pasa seguido. Una botella de vino tinto, solo, chorrillanas para uno, solo. Una persona miserable, yo creo, pero lo he visto.

       —O sea, ¿tú ves a la gente mientras haces tu show?

      Sí. También descubrí que el stand up —y acá viene la autoayuda fuerte— es una disciplina superzen, igual. Porque tienes que tener claro lo que estás diciendo, pero al mismo tiempo tienes que estar superpresente. Si alguien se tira un peo en la segunda fila, es primordial y tienes que estar atento a eso y poder reaccionar. Tener espacio mental para esas dos cosas: para honrar tu texto y hacerlo bien, cuando lo tienes, y para estar presente y hacer contacto visual y tener onda con la gente.

       —¿Tienes que escuchar?

      Sí, un montón. Y estar presente. Lo que yo he descubierto, y que es la base de todo, es que todos preferimos una talla interna que un chiste, con eso todos nos reímos más. ¿O no? A todos nos da risa cuando una amiga te dice algo que es el origen de la talla interna y es ¡muy aburrida!, mala, pero se actualiza cada vez que vuelve a pasar. Y en la talla interna hay hermandad, hay complicidad, estamos los dos presenciando un momento gracioso que está afuera de los dos. Entonces el texto que llevas preparado siempre va a ser más aburrido que algo que pase en el escenario ese día.

       —O sea, tú dices que la gente, en el fondo, está tratando de crear comunidad.

      Totalmente, y esperando un milagro.

       —Empezaste en el humor antes del #MeToo y el auge del movimiento feminista. Llegó esta oleada y tú justo estabas en el escenario en ese momento. ¿Cómo fue para ti eso?

      No sé, hay muchas aristas distintas. Por un lado, los comediantes hombres empezaron como a pedir permiso para contar chistes, que es súper ridículo. Como que tenían miedo de que los funaran por un chiste. Sucedió igual, pero fue como: “Oye, tengo este chiste nuevo, ¿qué opinas? ¿Puedo contarlo?”. Como que solo porque eras mujer te pedían una especie de visa. Y, bueno, yo también soy problemática para otras mujeres.

       —¿En qué sentido?

      Hace una semana me pasó: estaba en un show hablando de la menstruación y dije “me enfermé” como catorce veces, y después del show me dijeron “na’ que ver que digas que te enfermaste, se dice me llegó el período”; porque genuinamente mi cerebro se apaga o no sé, no tengo integradas un montón de cosas que quizá debería. Ayer también, ¿qué dije? Ah, que una mina se chifló, y “no, no se chifló, hizo catarsis”. Entonces yo misma estoy viendo cómo lo hago. Creo que muchas veces se ha dicho de mí o de la Jani que somos “las comediantes feministas”, que es cierto porque somos feministas, pero no es mi pie forzado para escribir mi material de ninguna forma.

       —¿Eres comediante y feminista y no una comediante feminista?

      Claro, y lo que digo suena feminista porque lo que digo es lo que pienso y trato de decir las cosas lo más parecido a lo que pienso. Muchas veces no podemos porque nos equivocamos, pero cuando se me acercan hombres o incluso otras mujeres y me dicen “¿Qué opinas de…?”. Yo no soy de la idea de censurar y decir estos comediantes no pueden existir más, o qué sé yo, soy de la idea de que si tu chiste es machista, y a ti te gusta y te hace reír tu chiste machista, y a tu público le gusta tu chiste machista, forro de mierda, quizá eres un comediante machista no más. ¿Y qué importa? Lo que pasa es que no puedes ser un comediante machista y esperar que te encontremos bacán todos al mismo tiempo. A mí no me encuentran bacán todos al mismo tiempo. ¿Por qué a ti sí?

       —Me encanta la frase de Carlos Caszely: “No tengo por qué estar de acuerdo conmigo mismo”. Es como la esencia del humor.

      Oh, qué difícil la coherencia… Yo creo que sí, que la coherencia no siempre está en el discurso ni está necesariamente en lo que estás diciendo, hoy día hay doscientas maneras más de mostrarte coherente: qué sé yo, no vender Clorox en tu Instagram, para empezar, por ejemplo. Creo que ese es un plus: no estar vendiendo Clorox en tu Instagram o elegir tus lugares, no sé. Para mí la coherencia no va tanto en lo que dices en los escenarios, especialmente en los bares, de noche, donde está todo el mundo curado…, ahí estás probando, seguramente vas a decir cosas con las que no estás de acuerdo, o cosas que no van a quedar en tu rutina para siempre. Pero si estás diciendo algo terrible en el Teatro Nescafé, en un show que ya está pulido, es diferente, creo yo.

       —¿Tú crees que el humor une?

      Totalmente. Algunos, pero sí, de todas maneras. Hablar mal de alguien… Ese pequeño shot adrenalínico cuando decís “¿Y qué me dices de tal persona?” y no sabes cómo va a reaccionar la persona a la que le dijiste, porque puede que te diga “¡Es mi primo!”.

       —¿Tú crees que en el fondo la labor del stand up es que la gente se sienta más unida?

      Sí, totalmente. Yo creo que el stand up gringo, como ya


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