Tragedia en cinco actos. Alejandro Barrón

Tragedia en cinco actos - Alejandro Barrón


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dos boletos de autobús sin usar “destino: incierto”; los envoltorios arrugados de mis amantes marchitas; una infancia quebrada (la pegaré más tarde, pensé, aunque ya no sirva); un ramo de flores que nunca entregué y que a pesar de todo echó raíces; el universo podrido; los ojos azules (¿o verdes?) de la francesa desconocida que jamás entró a mi vida; mi dignidad pisoteada; el carnet de conducir de una muerta; dos jóvenes secuestrados en una foto amarillenta que aseguraban ser mis padres; la nota escrita por un hombre que ayer se tiró desde el treceavo piso y que ponía: no me dejes.

      Guardo muchas cosas en mi chamarra, basura, las más de ellas...

      El decadente

      Al ver que la modernidad lo invadía todo, lo devoraba todo y lo arrasaba todo; no vio necesario que los operarios usaran la maquinaria pesada: el último edificio antiguo de esta ciudad se derrumbó de pura tristeza.

      Un solitario

      Se despierta. Se ducha. Se viste. Camina a través de la avenida. Franquea la entrada. Pasa el boleto por el torniquete. Sube las escaleras. Baja las escaleras. Espera. Entra al vagón. Viaja a través de ocho estaciones. Lee un poco. Sale del vagón. Trasborda. Sale de la estación. Pasa el dedo por el biométrico. Espera en la fila. Entra en el elevador. Sale del elevador. Entra al baño. Se lava las manos. Sale del baño. Recuerda que veinte años atrás estaba jugando con gusanos en el patio trasero de la antigua casa. Entra a la oficina. Dice buenos días. Sonríe a las secretarias. Saca la pistola. Abre fuego.

      Los errantes

      Las luces parpadearon por un momento brevísimo. Parpadearon de nuevo y enseguida se encendieron. El aire acondicionado también se encendió. Habíamos estado en la penumbra por un buen rato. El vagón comenzó a moverse, a avanzar. Por momentos se detenía. Una chispa por aquí y otra por acá. Cuando por fin salió al exterior por el paso a desnivel, la ciudad era otra. Cuatro de los edificios más emblemáticos habían desaparecido, las avenidas estaban quebradas, tres socavones inmensos habían nacido caprichosamente. El ambiente estaba infecto, y el aire olía a cadáver, a nuestros cadáveres, porque en teoría cuando nos sacaron de allá adentro, ya nadie estaba vivo.

Acto II A veces, ni encendiendo las luces nos salvamos de nuestros fantasmas interiores.

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