¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos?. Alberto Quiles Gutiérrez

¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos? - Alberto Quiles Gutiérrez


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año cambió de forma radical desde que se le metió en la cabeza hacer un baile de promoción.

      —¿A qué se refiere con que cambió?

      —Bueno, llevaba algún tiempo meditando el hecho de una ruptura. Empecé a considerar que, dado su reciente cambio de mentalidad y de actitud, no era la misma Sally que había conocido durante toda mi vida. Empezó a salir con gente nueva y mentía constantemente; era inevitable que la relación terminase tarde o temprano.

      —¿Cuándo se enteró de la muerte de Tom Harvester?

      —Al mismo tiempo que el resto de las personas en aquel pabellón: cuando la policía llegó, poco después de que el premio de rey y reina del baile quedase desierto.

      —¿Qué quiere decir con desierto?

      —Sally y Tom fueron nombrados rey y reina. ¿No lo sabía, inspector?

      —No tenía constancia sobre ello —mintió.

      —Quizás sea bueno que escriba una nueva nota en su libreta, inspector —rio Alex por tercera vez.

      Pacheco tomó nota otra vez.

      —Bueno, creo que eso es todo por ahora, señor Fonseca. Si tenemos alguna pregunta más, lo haremos llamar. Gracias por todo.

      —Siempre es un placer ayudar a la autoridad. —Alex se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, pero se paró en el umbral—. Una pregunta, inspector: ¿cuál es el estado de Sally? ¿Cree que despertará?

      —No puedo revelarle esa información, pero sí que espero que despierte del coma.

      —Está bien, que pasen un buen día —añadió mientras cerraba la puerta.

      —¿Qué opina, subinspector?

      —¿Qué opino? —preguntó este mientras apagaba la cámara—. Un poco repelente el chico este, ¿no?

      —¿Algo más?

      —Bueno, está el tema del vestido: no cuadran las descripciones dadas por el señor Benítez, la señorita Martínez y el señor Fonseca cuando está claro que Sally iba de rojo.

      —Exacto —corroboró el inspector Pacheco; se le había iluminado el rostro—. ¡Buen trabajo, subinspector, lo veo mañana! —Salió por la puerta de la sala de interrogatorios.

      —¿Buen trabajo? —se repitió a sí mismo Manuel Quirós mientras tenía la mirada fija en la libreta—. Si no he hecho nada.

      Esta mostraba tres frases: «¿Ana, vestido rojo?», «Repelente», «¿Sally, vestido azul marino? Nada tiene sentido».

      —Ha hecho más de lo que cree, subinspector —dijo Pacheco, que acababa de entrar de nuevo en la sala—. He olvidado mi libreta. Lo dicho, lo veo mañana.

      Capítulo 5

       Tom Harvester (II)

      Miércoles, 19 de mayo

      —Lo primero, lo siento mucho por su pérdida —comenzó el inspector Pacheco.

      —Gracias, inspector —respondió cabizbajo Tom Harvester padre.

      —Serán solo unas preguntas; algunas respuestas quizás nos ayuden a encontrar algo. No olvide mirar a la cámara.

      —Sí, sí, lo que necesiten.

      —¿Tiene alguna idea de quién querría hacerle daño a su hijo? —preguntó Francisco sin más rodeos.

      —No, que yo sepa. Tommy era un buen chico. Tenía sus cosas como cualquier otro adolescente, pero era un buen chico. Yo siempre se lo decía.

      —Cualquier información, por mínima que sea, puede servirnos para nuestra investigación.

      —Bueno, estaba ese chico —apuntó el señor Harvester—, Eduardo.

      —¿Eduardo qué más?

      —No sabría decirle, inspector.

      —¿Qué puede decirme de él?

      —Era su mejor amigo. Nunca he aprobado esa amistad: mi hijo valía mucho más. Aun así, me sorprendió que fuese él el que se alejase de mi hijo. Al principio, creí que Dios había escuchado mis ruegos y que finalmente Tom podría seguir mis pasos.

      —¿Qué tiene de raro eso?

      —Como ya le comentaba, inspector, eso creía. Sin embargo, mi hijo estaba abatido: nunca lo había visto tan mal. Desde que esto ocurriese hace unos meses, Tommy estaba constantemente enfadado. Si antes hablábamos poco, imagínese tras eso.

      —Entiendo. ¿Entonces usted cree que directa o indirectamente aquel chico hizo daño a su hijo?

      —Sí.

      Francisco Pacheco apuntó en su libreta.

      —¿Y se mantuvo así hasta el día del baile?

      —No, empezó a comunicarse más y cambió sus hábitos. Volvió a ser el que era, pero esta vez hablaba mucho más con nosotros. Mi mujer no podía creerlo. Todo parecía ir por el buen camino al fin.

      —¿Desde cuándo notó el cambio de actitud de su hijo?

      —No hará mucho, unas dos semanas.

      —¿Cree usted que coincide con el momento en que empezó a salir con Sally Smith?

      —Verá, inspector, no lo sé con certeza, pero es cierto que esa chica parecía haber cambiado por completo a mi hijo. Era más atento y cariñoso. —Hizo una pausa—. Pensando mejor mi respuesta, creo que así es, creo que ella lo hizo querer ser mejor persona. —Por un instante, el señor Harvester sonrió—. ¿La han encontrado?

      —En efecto, la encontramos el domingo.

      —¿Está viva? ¿Ha dicho algo? ¿Sabe algo de por qué mi hijo…? —preguntó mientras se levantaba de la silla de la emoción.

      —Cálmese, señor Harvester. No podemos proveerlo en estos momentos de esa información.

      —¿Puede decirme al menos si vive? —preguntó esperanzado—. Ella tiene que saber cómo murió Tommy.

      —No puedo responder a esa pregunta. Lo que sí puedo es informarle de que no hemos encontrado ningún otro cadáver tras lo de Tom —añadió Pacheco tratando de calmar al señor Harvester.

      —Bien, bien, entiendo. Me alegra escuchar que no ha habido más incidentes. —El señor Harvester tenía la mirada fija en el inspector.

      —¿Le importa que prosiga con unas preguntas más?

      —No, claro que no. ¿Le importa que fume aquí dentro? —dijo introduciendo la mano en su bolsillo.

      —Preferiría que no lo hiciese —respondió tajante Francisco.

      —Es por calmar los nervios, han sido unos días muy duros. Es un cigarrillo electrónico de vapor —insistió el señor Harvester.

      Los agentes se miraron y asintieron.

      —Siempre y cuando sea de vapor, adelante —respondió Pacheco.

      El señor Harvester sacó su cigarrillo electrónico y vapeó un par de veces.

      —Mucho mejor ahora —comentó el señor Harvester—. Cuando quiera, inspector.

      —Cuénteme sobre los últimos días de su hijo: sobre Sally, sobre el baile, sobre su grupo de amigos.

      —Bueno, intentaré responder en orden a sus preguntas. Sally parecía una chica maravillosa, guapa, inteligente, de buena familia; parecía tener todo lo que yo siempre había deseado para Tommy.

      —¿Qué le parecía Ana Martínez? ¿No le parecía lo suficiente buena


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