Serendipia antémica. Isabel Margarita Saieg

Serendipia antémica - Isabel Margarita Saieg


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piel se me erizó.

       Cris.

      La desesperación y el enojo humedecieron mis ojos, mientras intentaba pensar en qué hacer.

      —Paris, lo siento mucho —dije, mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.

      —¿Qué? —preguntó confundido.

      Pero no le contesté. Corrí hasta la puerta y comencé a golpearla frenéticamente.

      —¡Cris, gracias a Dios! —exclamé entre sollozos—. ¡Estoy aquí encerrada con este imbécil!

      Paris frunció el ceño y por un breve momento pensé que iba a protestar, pero algo en mí debió haberle dado alguna especie de señal para que me siguiera la corriente. Asintió, y le sonreí, agradecida.

      —¿Qué? —chilló Cris, moviendo mesas en algún lugar de la sala—. ¿Estás con alguien allí dentro?

      Comencé a sacudir el pomo de la puerta, como si estuviese realmente desesperada por salir. No respondí su pregunta y me dediqué a seguir agitando la puerta como si mi vida dependiese de ello.

      —Mel, ¿dónde está la llave?

      —¿Mel? —susurró Paris, divertido por la situación.

      —No es el momento —susurré de vuelta. Luego exclamé—: ¡En el escritorio, de prisa!

      Pasaron pocos segundos antes de que la silueta delgada de Cris apareciera por el umbral de la puerta. Noté que nuevamente había teñido parte de su cabello rubio de color rosado, pero no pude apreciarlo porque su expresión de enojo y disgusto arruinaba su belleza. No me miraba a mí, así que no me sentí intimidada. No podía decir lo mismo de Paris.

      —¿Tú la encerraste aquí? —le preguntó.

      —Fue un accidente, pero fue culpa mía —dijo Paris, levantando las manos en señal de inocencia.

      —Ahórratelo, Carson —dijo furiosa, mientras me tomaba de la mano—. Vamos, Lucian nos está esperando en la camioneta.

      Caminé hasta la puerta del salón con ella, para luego zafarme de su agarre y decirle:

      —Olvidé mi mochila. Ya vuelvo.

      Cuando entré nuevamente a la bodega, Paris seguía en el piso. Se veía tan confundido como divertido por la situación. Me agaché para recoger mi mochila. Él me miraba como si no tuviese idea de qué debía decirme, entonces yo hablé:

      —Meldeen es mi apellido. Me dicen Mel porque odio mi nombre.

      —A mí me gusta tu nombre.

      No respondí. Me precipité nuevamente hacia la puerta para encontrar a Cris y caminar en silencio hacia la camioneta en la que el mayor de los Oreveau nos esperaba.

      Recordé la carta y comencé a sentirme ansiosa. Podía dársela e irme. Pero, ¿a dónde iría? No podía ir a casa.

      ¿Podría irme, siquiera?

      Sentada en el asiento trasero de la camioneta, apoyé mi cabeza en la ventana y bajé la vista.

       Un momento... Mi mochila está abierta.

      Mi corazón se detuvo. Busqué y busqué entre mis cosas, y aquel pulso detenido se volvió veloz e irregular. Quería llorar, quería gritar, pero Cris y Lucian estaban frente a mí, y quién sabía lo que me harían si causaba un alboroto. Revisé una, dos, tres veces más, pero era definitivo.

      La carta ya no estaba.

       Capítulo 2

      4 de octubre, 7:52.

      PARIS CARSON

       Cuatro años suena como mucho tiempo. Teníamos apenas catorce y dieciocho cuando salimos por primera vez. Recuerdo bien esa noche. Me llevaste al edificio quemado que conozco tan bien, y me prometiste que me enseñarías lo que significa amar y ser amada si me quedaba contigo.

       Así lo hice, aquí sigo: amándote y siendo amada por ti. Era inocente en ese entonces. Incluso puede que la palabra inocente quede corta, pues más que eso, era tonta. Tonta por obligarme a amar el amor, tonta por creer que era una necesidad, tonta por haberlo hecho durante tanto tiempo.

       Lamento rechazar tu cariño, pero el alcohol, las drogas, el sexo... es demasiado para mí. Nunca me ha gustado y me está haciendo mal.

       A veces me pregunto qué es lo que la gente tanto disfruta, qué es lo que tú tanto disfrutas; yo no puedo tolerarlo. Creía que la que estaba mal era yo, pues confiaba en tus palabras, en las de Cris, en las de todos. Sabía que si me golpeaban era porque querían lo mejor para mí, que no dejaban que hablara con nadie porque querían protegerme, pero, ¿es así realmente, o ha sido todo una vil mentira?

       Me duele decir todo esto, pero más me duele hacer cosas en contra de mi voluntad todos los días solo porque te amo.

       Siempre me dices que el amor es complicado, que soy muy joven para entender, pero si es así como dices, ¿por qué me has sometido a él?

       Después de tanto sufrimiento, decidí liberarme a mí misma y atreverme, por fin, a descubrir qué hay más allá del amor que hace años me priva de vivir como quiero vivir.

       No quiero ser malagradecida y esto no significa que no te ame, pero me he aferrado durante mucho tiempo a algo que no hace más que destruirme, y tengo que ponerle un alto. Es lo mejor para ti y para mí.

       Gabe, no tengo palabras para explicar lo destrozada que me he sentido durante todos estos años y cómo escribir esta carta de a poco me ha ayudado a darme cuenta de lo que siempre he querido y necesitado.

       Has sido la única forma de amor que jamás he conocido, y por lo mismo, te pido que me dejes ir. Quiero conocer, quiero vivir de mil formas distintas, porque hasta ahora solo lo he hecho junto a ti. Antes de ti no vivía, y te agradezco infinitamente por haberme sacado de ese agujero negro, pero por más que me cueste, necesito continuar, pues dudo que, a nuestra corta edad, eso esté bien.

       Jamás me he sentido cómoda con todo esto, pero los demás me decían que no había razón para sentirme así, pues me amabas como nadie y debía apreciar eso, así que me guardé todo y seguí sonriendo como siempre lo he hecho: con hipocresía.

       Recuerdo que una vez me dijiste que la lectura fomentaba sobre todo malos pensamientos y que debía ignorar la profundidad de lo que leyera, pues me haría sentir mal después. Así lo hice, hasta hace unos días. Me pareció curioso que unos versos en una antología de poemas de amor relataran una historia tan distinta a la nuestra...

       “Mi felicidad se encuentra en un solo lugar,

       en aquel pequeño espacio, solo mío,

       entre el borde de tus labios

       y el inicio de lo nuestro...”.

       ¿Alguna vez has sentido esa especie de atracción hacia mí? Ni siquiera creo entender aquella relación que hace el autor entre el amor y la felicidad. Son dos cosas tan distintas…

       Puede que aquel poeta esté loco, o que los locos seamos nosotros. Ahora solo me queda averiguarlo por mi cuenta.

       Te deseo lo mejor. Lamento ya no ser capaz de acompañarte.

       Sinceramente,

       Mel

      No


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