Del big bang al Homo sapiens. Antonio Vélez
descendientes. Hacen más frondosos sus árboles genealógicos. La familia que entrega sus hijos recibe, a su vez y como compensación, los de las familias vecinas, y de ellos selecciona los mejor dotados como parejas para sus hijos. Por medio de esta sencilla dialéctica reproductiva se enriquecen los acervos genéticos, se renueva el universo de posibilidades y se amplían las esperanzas biológicas de la especie.
2. El modelo darwiniano
La evolución es lucha entre conservación y revolución. / Entre reproducción y variación. / La multiplicación sexual exige desaparición. / El sexo es variedad, y variedad evolución. / El sexo es una de las dos invenciones de la evolución, y la otra la muerte
Ernesto Cardenal. Cántico cósmico
La evolución de la vida es un hecho aceptado por toda la comunidad científica. Se han acumulado tantas pruebas a su favor que, salvo aquellas personas con graves impedimentos de origen religioso —un obstáculo epistemológico, según Gaston Bachelard— y otras que presentan ignorancia crasa en estos asuntos, mas no en otros, el mundo culto acepta este hecho como una realidad. Sobre el modelo darwiniano fundamental, que se expondrá aquí, también existe cierto consenso. Hay discrepancias, sí, pero sobre detalles menores y sobre la forma como ocurrieron ciertos hechos evolutivos aislados.
Breve historia de las ideas evolucionistas
Las primeras ideas evolucionistas se remontan al tiempo de los griegos antiguos: Empédocles y Anaximandro pensaban que era posible que algunos organismos se transformasen en otros por eliminación de los menos aptos. Posteriormente, durante la Edad Media, era creencia popular —heredada de Aristóteles— que de los productos en descomposición podían surgir, gracias a la influencia vivificadora del calor solar, animales vivos. En particular, se pensaba que de la carne podrida nacían las moscas. Y hasta el siglo xviii todos los pueblos cobijados por la cultura judeocristiana aceptaban las ideas de creación y permanencia de las especies o fijismo, tal cual se narra en el Génesis.
Buffon, en el siglo xviii, aceptaba ya ideas transformistas, pero como degradación de los organismos, partiendo de un tipo ideal original. Y Maupertuis, también del mismo siglo, aceptaba el transformismo; en particular, creía que los negros albinos aparecían por alteraciones aleatorias producidas en el fluido seminal. Habría que esperar hasta comienzos del siglo xix para que apareciese la primera teoría completa del proceso evolutivo de las especies. Jean-Baptiste Lamarck publicó en 1809 su Filosofía zoológica, obra en la que presentaba una teoría de la evolución apoyada en dos principios básicos: la vida tenía la propiedad, inherente a ella misma, de moverse siempre de lo simple a lo complejo; y los organismos eran capaces de cambiar sus características por medio del uso y el desuso, como respuesta a las variaciones del ambiente. De cierta forma, el medio movilizaba la energía en la dirección requerida. Además, los cambios operados eran transmisibles a los descendientes (herencia de los caracteres adquiridos).
Pero la teoría de Lamarck carecía de pruebas experimentales, razón por la cual, para muchos naturalistas, era difícil de admitir. Entre ellos se contaba el joven Charles Darwin, quien había comenzado a acumular información extraída de las mismas fuentes de la naturaleza. En su histórico viaje a bordo del Beagle reunió toda la información que le hacía falta para configurar una teoría evolutiva lógica y coherente. Darwin realizó un extraordinario trabajo de síntesis que reunía las teorías de Malthus acerca del crecimiento de las poblaciones, los resultados de la selección artificial obtenidos por los criadores de animales en Inglaterra, los efectos del ambiente en la diferenciación de las poblaciones de pinzones en el archipiélago de Galápagos, el efecto del aislamiento geográfico en las tortugas del mismo lugar y hasta la herencia de caracteres adquiridos, error de Lamarck heredado por Darwin. Se explica así por qué algunos biólogos consideran que la mente de Darwin era una máquina para obtener leyes generales moliendo una gran colección de datos.
Con semejantes ingredientes en la mente y una gran dosis de genialidad, Darwin elaboró El origen de las especies, su trabajo más trascendental. El título original era largo y descriptivo, al mejor estilo de la época: El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. La obra fue publicada en 1859, una primera edición de 1.250 ejemplares que se agotó el mismo día en que salió a las librerías. Tal vez un presagio de la importancia capital que tendría este libro en la cultura universal.
Otro naturalista inglés, Alfred Russel Wallace, con total independencia de Darwin, había llegado a conclusiones parecidas. En 1858 publicó un trabajo titulado Sobre la tendencia de las variedades a alejarse indefinidamente del tipo original, en el que exponía, en esencia, el mismo modelo evolutivo de variación y selección. La publicación de este trabajo hizo que Darwin en tan solo trece meses diera forma final al suyo, una obra masiva que, por temor bien justificado a los retrógrados de la época, llevaba largos años de espera sin salir a la calle a enfrentarse con la severa opinión pública victoriana.
Figura 2.1 Alfred Russel Wallace y Charles Darwin
Fuente: imágenes de Wikipedia.
La idea del papel desempeñado por la selección natural en la evolución y transformación de las especies no era nueva cuando Darwin y Wallace la propusieron. En 1813, el médico escocés William Ch. Wells (1967) presentó la misma idea en un trabajo que solo se publicó después de su muerte, y que tuvo poca resonancia. Otro escocés, Patrick Matthew, cultivador de frutas, publicó una versión de la selección natural como apéndice a un trabajo sobre arboricultura. Pero el mérito de Darwin, por encima de aquellos que lo precedieron en el descubrimiento de los principios básicos de la evolución, fue el haber reconocido su importancia trascendental, el haber desglosado la idea en detalles contrastables por medio del experimento y el haber descubierto su conexión con toda la biología. En eso consistió su obra maestra, no en la prioridad del descubrimiento.
Posteriormente, en 1880, el alemán August Weismann puso a prueba, con resultados negativos, las ideas lamarckianas de transmisión de las características adquiridas. En efecto, después de levantar un gran número de generaciones de ratones a los que después de nacidos les amputaba la cola no consiguió nunca que esta característica adquirida a la fuerza apareciese en los descendientes.
Al comenzar el siglo xx la teoría de Darwin entró en crisis transitoria. Para los geólogos, la edad de la Tierra, al no disponer aún de los métodos radiactivos de datación, era muchísimo menor que lo exigido por el lento paso evolutivo. Tampoco se conocía con precisión el mecanismo de la herencia y el lamarckismo o herencia de los caracteres adquiridos, en el cual Darwin creía, no había sido comprobado experimentalmente. Hugo de Vries y Thomas H. Morgan, dos renombrados genetistas de la época, propusieron un modelo evolutivo —mutacionismo, lo denominaron— en el cual las mutaciones favorables, sin el concurso de la selección natural, constituían el agente principal de evolución. Según tal modelo, la selección natural pasaba a desempeñar el rol secundario de eliminar las mutaciones desafortunadas y defectuosas, esto es, se encargaba de limpiar de taras a las especies, mientras que lo positivo, el progreso, era consecuencia única de las mutaciones afortunadas.
En el decenio de 1920 se produjo la restauración definitiva de la teoría de Darwin, con la selección natural como factor principal de evolución, y con el respaldo experimental otorgado por el nacimiento de la genética de poblaciones. En 1932, en el Séptimo Congreso Mundial de Genética, se les dio tratamiento matemático completo a los cambios en la composición genética de las poblaciones, como resultado de las mutaciones y de la selección natural. Además, se incorporó el efecto del azar en la evolución de las poblaciones muy pequeñas.
En 1937 nació la moderna teoría sintética, a partir del trabajo de Theodosius Dobzhansky, Genética y el origen de las especies. Se integró en esta, por primera vez, la genética de poblaciones con la teoría cromosómica de la herencia de la escuela de Morgan y con las observaciones acerca de la variabilidad de las poblaciones naturales. Posteriormente, en 1942, Ernst Mayr estableció con rigor el significado del término especie. Utilizó para ello el concepto de aislamiento reproductivo, y propuso la especiación alopátrica, otro