Historia crítica de la literatura chilena. Grínor Rojo

Historia crítica de la literatura chilena - Grínor Rojo


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más importantes de Tracy, quien escribe, incluso por petición especial de Jefferson, su estudio crítico sobre la virtud y la República en Montesquieu, que es, en el fondo, una crítica de Robespierre, el jacobinismo y la democracia.

      Podemos saber algo de las concepciones políticas del propio Bello en Londres fundamentalmente a través de algunas de sus cartas. Entre ellas son especialmente importantes las que dirige a Blanco White y al revolucionario mexicano fray Servando Teresa de Mier en 1820 y 1821, respectivamente. Defiende Bello en esas cartas a sus amigos un régimen de monarquía limitada, como la monarquía inglesa, y rechaza explícitamente las formas republicanas de gobierno, las que califica como inadecuadas para los americanos. Como lo muestra Iván Jaksic en su documentado estudio sobre Bello, la segunda de estas cartas no llegó jamás a su destinatario y cayó en manos de dos de sus conocidos colombianos que se indignaron por estas opiniones, las difundieron y contribuyeron probablemente a hacer más difícil y más lento el retorno de Bello a América en estos años (75-76). Relativamente pronto, luego de su llegada a Chile, Bello abandona sus ideas monárquicas y se pliega a los defensores del orden republicano, sobre todo por la experiencia que va adquiriendo en la práctica de la ordenada, moderada y conservadora República de Chile.

      En 1829 Bello es contratado por el gobierno chileno, primero como funcionario del Ministerio de Hacienda y luego como oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores. Con esto termina con su exilio en Londres y sus conversaciones con representantes de otros gobiernos latinoamericanos que también intentaron contar con sus servicios, especialmente el gobierno de Colombia. Lo contrata el gobierno del Presidente Francisco Antonio Pinto, un destacado político republicano y liberal, pero en su contratación juega también un papel importante Mariano Egaña, hijo del constitucionalista Juan Egaña y uno de los dirigentes políticos más importantes del conservantismo. Tiene pues amigos y conocidos que lo aprecian en ambos lados del espectro político nacional.

      El período en que llega Bello al país es uno de aguda crisis política, que conduce en 1830 a una revolución contra el régimen liberal de parte de los elementos conservadores, dirigidos por el comerciante Diego Portales y el general Joaquín Prieto. Los conservadores triunfan en la batalla de Lircay y así Egaña y Portales, de quien Bello se hará muy próximo en esos años, llegan al poder supremo, con lo que la posición del caraqueño se hará cada vez más influyente.

      En sus primeros años en Chile, la actividad intelectual y política de Bello, en parte en continuidad con sus trabajos diplomáticos en Londres, se centra en el derecho internacional, una disciplina de la mayor importancia para las jóvenes repúblicas sudamericanas, ya que contribuye a la justificación científica de sus pretensiones de ser reconocidas por las potencias europeas dominantes. Este es el marco que explica su primera publicación en Chile, Principios de Derecho de Gentes, de 1832, que muy pronto se impone como el tratado más importante sobre el tema en Hispanoamérica y que defiende la igualdad de las naciones en el plano internacional. Esta trascendencia del derecho internacional y del valor de la paz entre las naciones, especialmente de las hispanoamericanas, lleva a Bello a distanciarse políticamente, de manera pasajera, de Portales, porque no está de acuerdo con éste en lo que toca a la guerra contra la Confederación de Perú y Bolivia.

      La década de 1840 es, en Chile, un período de paz y consolidación del régimen político republicano y conservador que se ha institucionalizado con la Constitución de 1833, uno de cuyos redactores principales es su amigo Mariano Egaña. Bello, que como lo decíamos más arriba ha hecho las paces con el gobierno republicano, celebra en muchos de sus artículos del diario oficial El Araucano, que dirige, esta Constitución autoritaria, censitaria y centralista, pilar fundamental, según sus ensayos, de un régimen político moderado, aunque formalmente republicano, que establece como piedra angular de las instituciones la idea de orden, que Bello no entiende incompatible con la de libertad. Es esta moderación del carácter nacional y su deseo de orden lo que Bello destaca sobre todo en los chilenos y en las instituciones políticas nacionales frente a sus vecinos sudamericanos, inmersos todavía en guerras intestinas entre caudillos militares que siguieron a la independencia de España. Es una década en que la figura intelectual de Bello y su acuerdo de fondo con la política conservadora –un conservantismo que no reniega de la modernidad– lo llevan al primer plano de la política y principalmente de la cultura nacional.

      En 1842 el gobierno del General Bulnes, a través de su Ministro de Culto e Instrucción Pública Manuel Montt, funda la Universidad de Chile cuyo primer Rector va a ser precisamente Andrés Bello. El discurso inaugural de la universidad es uno de los documentos que mejor expresan su ideario cultural y, en cierta medida, también político. «Todas las verdades se tocan», nos dice en uno de los pasajes centrales don Andrés (14). Y quiere decir con ello, sobre todo, que lo que la universidad de la República promete es el triunfo de la moderación y los sanos principios que exigen que no haya discordia entre la fe y la Ilustración, entre la tradición y la modernidad. En el tono profundamente conciliador de este discurso es ya patente la lectura y la influencia del espiritualismo ecléctico francés, cuyos representantes más conocidos son Victor Cousin y Theodore Jouffroy, que promueven también en Francia la reconciliación y el acuerdo entre las luces y la religión, entre la monarquía y la República. En la concepción de Bello, la creación de la universidad, que considera especialmente como una academia donde confluyen las disciplinas y las investigaciones de los miembros de varias facultades, es la principal de las tareas de la cultura nacional, la que debe, en países nuevos, preceder a la difusión de la instrucción primaria, por ejemplo. Esta primacía concedida a la universidad es uno de los puntos que inciden en la polémica que opone a Bello con otro gran educacionista de la época, el emigrado argentino Domingo Faustino Sarmiento, un defensor del papel político y civilizatorio fundamental de la educación de las clases populares, la instrucción primaria.

      En todo caso, para el profesor del Colegio de Santiago que fue Bello a su llegada de Inglaterra y ahora para el Rector de la Universidad de Chile, la educación es uno de los objetos centrales de su preocupación como académico, entre otras razones porque lo es también para la universidad, que tiene el rol de superintendencia de la educación pública.

      Según Andrés Bello, todos los hombres deben recibir educación. Esta convicción se basa en Bello en dos órdenes de motivaciones. La primera tiene que ver con la concepción clásica de Montesquieu según la cual la virtud cívica y la educación, que debe formar la virtud cívica, son cruciales en todo orden republicano. La segunda es una convicción de orden utilitario, pues la falta de educación de las clases menesterosas sería un evidente impedimento para la prosperidad de la nación. Sin embargo, esto no significa que todas las personas tengan que recibir la misma educación. Hay dos clases en la sociedad, la que trabaja con sus manos y la que desde la infancia está destinada a conducir los destinos nacionales. A estas dos clases, piensa Bello, es necesario que se amolde la educación: la educación primaria es todo lo que el pueblo debe recibir; en tanto, la educación secundaria y superior tienen que estar dirigidas a la formación de las élites profesionales y políticas que serán la base del gobierno de la República.

      Entre las tareas de la universidad y sus académicos está la unidad cultural y política de la nación. Un aspecto central de esta unidad proviene del sentido unificador de la lengua nacional y de aquí el interés permanente de Bello por la lengua y la gramática castellana, preocupación que proyecta, en realidad, a toda Hispanoamérica. Teme que, con el uso constante de neologismos de construcción, se pueda alterar la estructura del idioma, tendiendo a convertirlo en:

      una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros que […] reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, Méjico hablarían cada uno su idioma, o por mejor decir varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia… oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional (Prólogo: 48-49).

      En general, los escritos de Bello sobre gramática y literatura son importantes también para esclarecer su pensamiento sobre otras cuestiones como, por ejemplo, las relaciones –mediadas sobre todo por la filosofía ideológica de sus años caraqueños y londinenses– entre gramática,


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