Historia crítica de la literatura chilena. Grínor Rojo
quien comunica que la obra es «oscura, inexplicable, protestante y, al mismo tiempo, atea y herética» (cit. en Amunátegui: 33). Amunátegui Solar afirma, respecto de Lastarria, que «…debo asegurar que no he descubierto en ella nada que choque ni indirectamente con algún principio reconocido, sino, al contrario, las más sanas y benéficas tendencias. La doctrina que admite está basada sobre una teoría vasta y luminosa, donde domina la pura razón y donde están conciliados admirablemente todos los intereses sociales» (34). En nota introductoria a dicha publicación, Lastarria afirmaba que se retraía de publicar la segunda parte, debido a que, tras dos años y medio, la universidad aún no emitía su informe, agregando que «[los] comentarios a la Constitución, que hubieran formado la segunda, se publicarán por separado en mejores circunstancias» (s/p). De este modo se puede advertir, en parte, la sistemática pugna que el intelectual rancagüino sostendría y sostuvo con los sectores conservadores y oligárquicos, lo que refleja de su actuación política y cultural.
2. Publicista, educador, literato
El 3 de mayo de 1842, frente a un grupo de jóvenes letrados, leyó Lastarria su «Discurso de incorporación a una Sociedad Literaria de Santiago». En este acto de fundación del organismo, Lastarria dejará la impronta modernizadora de su accionar como letrado y maestro. A su juicio, la literatura debía estar orientada a expresar las peculiaridades de la nación, teniendo como norte la transformación de la sociedad y la formación de un sujeto colectivo nacional, identificable en un nosotros, a partir de una herencia común y en la voluntad de construcción de un futuro basado en la lengua española, una literatura y una historia nacionales. El discurso, impulsado por la ley del progreso, según sus palabras, muestra a Lastarria como dueño de una concepción gregaria, social y política de la literatura, sobreponiéndose a la imagen de un intelectual ególatra. Dentro de esta misma matriz política ilustrada y liberal se enmarca su participación en diversas publicaciones, revistas y periódicos. Publica El Nuncio de la Guerra, fundado por él con el fin de patrocinar la campaña contra la Confederación Perú-boliviana, en 1837; El Miliciano, junto a Pedro Ugarte, en 1841; El Semanario de Santiago (1842), Revista de Santiago (1848), El Crepúsculo (periódico que se identificaba con la Sociedad Literaria de Santiago, en la que publica su relato «El mendigo» en 1843) y El Siglo (1844). En todos ellos participa en calidad de colaborador junto con importantes políticos y publicistas, con quienes comparte convergencias ideológicas y políticas. En 1841 creó la Gaceta de los tribunales, que luego se extendió a Gaceta de los tribunales y de Instrucción Pública (junto a Gabriel Palma y Antonio García Reyes). En 1848 publica el almanaque El Aguinaldo, en colaboración, entre otros, con Andrés y Juan Bello, además de Jacinto Chacón. Allí escribe, amén de su prospecto, un poema introductorio dedicado al bello sexo, y publicó sus relatos «El Alférez Alonso Díaz de Guzmán» y «Rosa (Episodio histórico)». La función de difundir, explicar y traducir las ideas modernas es central en esta prensa.
En 1860, año en que es elegido Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, publicó por entregas su folletín Don Guillermo, entre el 3 de marzo y el 21 de abril, en La Patria. Periódico noticioso, literario i científico. Los textos eran firmados por Ortiga. Don Guillermo será, para una parte importante de la crítica literaria, la primera novela moderna que se escribe en la República. El trasfondo de este folletín es el escarnio y la crítica de los sectores políticos y religiosos, los que, a su juicio, habían secuestrado a la República, la democracia y la libertad.
3. Pensamiento positivista y declive intelectual
Desde el punto de vista del desarrollo político, comercial y económico, la aristocracia vasca, los herederos de la hacienda colonial, grupo numeroso e importante, se asociará con los sectores de empresarios mineros, comerciantes y banqueros, representantes de un reciente vigor especulativo vinculado a familias de inmigrantes europeos no procedentes de España. Lastarria desarrollará un creciente vínculo con los sectores mineros del norte de Chile y, en dirección opuesta, ahondará sus diferencias con los hacendados. Ciertamente, él no pertenece a ninguna de estas dos clases, pues ni es rico hacendado (aun siendo criollo), ni es comerciante adinerado. Será su papel de maestro la pátina aristocrática que ostente a través de varias décadas. Es por ello que, como se lee en gran parte de su literatura, Lastarria se identifica con la figura romántica del proscrito (Subercaseaux, 1997). La inclinación solitaria y egocéntrica se conjugarán con «…[esa] inaptitud para armonizar los propósitos que persigue una doctrina con las condiciones sociales i hasta con los bajos intereses del medio en que se vive, [lo que] esterilizaba su acción política i lo condenaba a agitarse en el vacío» (198), como afirma Augusto Orrego Luco.
A partir de su memoria Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile (1843), Lastarria pone por sobre el determinismo material o cualquier tipo de fatalidad histórica la noción de libertad individual. Esa es la premisa que, a su juicio, se ha de enseñar a los hispanoamericanos, pues la fatalidad justificaba el servilismo de las naciones débiles a las fuertes. Y es ese axioma lo que forjará su problemática apropiación del positivismo. La disposición de Lastarria hacia cualquier interpretación espiritualista o idealista recibe su total rechazo. Así lo hace con la teoría de la historia de Herder20 y posteriormente con la filosofía de Hegel, como lo hará finalmente con la filosofía de Stuart Mill y de Auguste Comte. Lastarria no se cuestiona la apropiación intelectual del pensamiento ajeno, más bien se trataría de ciertas confluencias en su pensamiento, desarrollado previo al conocimiento de la obra de Comte21. Asume las ideas de Comte y Littré yuxtaponiéndolas a sus principios liberales, racionalistas, con una concepción de la historia y del conocimiento que tiene como eje a la sociedad y no al individuo. Conoce tardíamente los textos de Comte y asimila (asemeja) sus propias ideas, inclusive aquellas desarrolladas por él antes de 1873, con las ideas del francés. Así, en su discurso «Recuerdos del maestro» (1874), en homenaje a Andrés Bello, advertimos términos como el de «método experimental» (71), pero, por otro lado, su posición respecto de la dimensión social e histórica del positivismo es diametralmente opuesta. Lo acerca al positivismo su ratificación del método y la concepción objetivista; lo aleja la idea de una religión, es decir, un sistema social sustentado en un sistema metafísico. El chileno piensa que el Estado debe abrir todos los espacios posibles a la expansión del sujeto y en ningún caso atentar contra las posibilidades de la libertad individual.
Como señala Jaime Concha, Lastarria, que había encabezado un «proceso de renovación intelectual cuyo efecto necesario será la agitación política de los próximos decenios», sufre «una creciente involución, un retroceso ideológico que lo lleva a armonizar grotescamente el pensamiento comtiano con las condiciones de la sociedad chilena» (XI), entendiendo este gesto de apropiación del positivismo como señal de dicho retroceso.
Influido por el positivismo, en tanto filosofía eminentemente burguesa, industrial y urbana, Lastarria escribe textos como Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia (1871) y sus Lecciones de política positiva (1874), su texto más editado en otras latitudes, justamente en la época del despliegue del positivismo en América Latina. Además funda el Círculo de Amigos de la Bellas Letras (1869) y la Academia de Bellas Letras (1873), motivado por la difusión de las ideas positivistas, que a su juicio validan su perspectiva racionalista de la política y la moral social. El contexto histórico nacional y americano, en el que se sitúan estas ideas europeizantes de Lastarria, es el de expansión y ulterior consolidación del poder oligárquico.
Finalmente, el pensamiento literario de Lastarria será influido por las tendencias del naturalismo y el modernismo. Si bien Lastarria, que había promovido el Certamen Varela (1887) donde triunfará Darío con su libro Azul... (1888), estaba disponible para escribir el prólogo de este texto fundacional para el despliegue del modernismo, no logró hacer suyo el sistema de renovación formal, temático y escritural que significaban el naturalismo y el modernismo en las letras americanas.
Lastarria muere en 1888, cuando