Vivencias cortas vividas de la vida. Miria Véliz Hernández

Vivencias cortas vividas de la vida - Miria Véliz Hernández


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esperando la noche como una sombra más,

       sin pensar que el eco abrumador,

       me persigue, me ahoga en mi soledad.

       Los hombres ya no son hombres,

       la templanza se ha ido a fornicar

       y nunca serán.

       Las calles, sus casas, son escarchas

       del tiempo, del viento, del vendaval.

       El poste de luz ya no sirve,

       pues la luz, ahora es mar de oscuridad.

       Salí, volví y me pregunto,

       son solo utopías del año dos mil,

       son ave fénix, que no mueren.

       Son flores que nunca mirarás.

       Lo amé es cierto, pero…

       Él se ha ido y yo

       ¡Yo me muero de soledad!

       El niño pijama

      Ya fuese primavera, cuando las flores nacen u otoño cuando las hojas caen, para Francisco todos los días eran iguales.

      En su dormitorio tenía muchas tenidas, camisas, etc… pero él prefería usar todos los días pijamas, era feliz, sentía placer, a sus padres les preocupaba.

      Lo contrario de su hermana Bárbara que siempre andaba con hermosos vestidos.

      Llegó marzo y con ello la etapa escolar de Francisco, pues iría a primero básico. Llegó aquel día, tras varias luchas su madre logró que se pusiera su elegante uniforme, pero él se sentía incómodo, extraño, anhelaba llegar a la casa y ponerse su pijama.

      Era un suplicio usar su lindo uniforme, pero tuvo que acostumbrarse, llegaba y se ponía su pijama, jugaba, comía, iba al almacén con él. En un comienzo a todos le extrañaba, pero hasta que se acostumbraron a verle así, se ganó el apodo de «El niño pijama».

      Lo que su madre no sabía, que en la noche cuando todos dormían todos los pijamas de Francisco cobraban vida y este jugaba con los pijamas, tenían hermosos diseños y eran sus amigos de noche y de día.

      Llegó septiembre y con ello el día de su cumpleaños. Sus padres le organizaron un cumpleaños, llegaron todos sus amiguitos con tenida apropiada para la ocasión y Francisco muy alegre los recibió con un pijama nuevo, todos quedaron asombrados, se miraron sus tenidas y se sintieron ridículos. La alegría de Francisco con su pijama nuevo inundaba toda la sala.

      ¿Por qué le gustaba usar tantos pijamas y no ropa como los demás niños?

      Pronto llegará Francisco tengo que prepararme, ni que sepa que por unos instantes me he salido de su pijama favorito, para escribir estas líneas.

      Adiós me voy a esperar a Francisco, que llegue del colegio a ponerse su pijama nuevo.

       El secreto

      Entró a la habitación, encendió la lámpara, buscó bajo el sillón y sacó la carta. Cuál sería su sorpresa, pues el contenido de aquella que decía:

      Querido Nieto:

      Cuando leas esta carta yo ya no estaré en este mundo. Aquí te revelo mi secreto.

      Con tu abuela fuimos muy felices, fruto de ese amor nacieron Melissa y Andrés, pero tu abuela solo logró darse cuenta del primero, pues perdió el conocimiento, para ella solo fue un hijo, el otro nació con facultad, así es que lo oculté donde unos trabajadores pensando que no sobreviviría, pero me equivoqué. Creció una hermosa niña, a la cual veía a escondidas.

      Pasaron los meses y los años. Tu padre se convertía en un joven, eran los ojos de tu abuela, él tuvo la dicha de crecer junto a nosotros, más tu tía no.

      Ella vivió y creció junto a sus padres adoptivos, creyendo que eran los suyos, ignorante de una verdad que le pertenece.

      Hoy, que siento que la vida se me va, no me puedo marchar, sin arreglar algo que sea, por lo que te ruego la busques, lo último que supe es que se había marchado a la capital, tiene un collar igual al que usaba tu mamá, el cual está junto a esta nota, cuando la encuentres dáselo.

      Por favor nieto mío, perdóname.

      Tu abuelo, Blass.

       El sendero de la vida

      Ya era hora, iba caminando hacia la última etapa de su vida, su triste futuro.

      Afuera estaba todo gris, como el impermeable que llevaba puesto, con movimientos de manos y cabeza, recordaba a sus hijos René, José y Esperanza, hoy profesionales todos; médico, ingeniero y contadora, con un futuro alentador para toda su familia.

      Llovía torrencialmente y su caminar era lento, cansado, agotado, somnoliento con ojos que mostraban el esfuerzo y sacrificio en ellos. Se podía apreciar, la vida de un hombre bueno y generoso que entregó su existencia en beneficio de quienes lo rodeaban, hoy ya nada queda, solo rumiando su soledad, observando las paredes con imágenes que se proyectan en las murallas, su rostro agrietado por el tiempo recibe el líquido de sus ojos, es un remanso a la sequedad de su cara que deja entrever un anciano de ochenta y cinco años.

      Seguía caminando y recordando los años de felicidad junto a su esposa Jeanette, con quien emprendiera este caminar, Jeanette, mi Jeanette, como él solía decirle, supo demasiado tarde del cáncer que la llevó a la tumba.

      El mundo se derrumbó, llegó la noche al hogar de los Zárate-Muñoz.

      Cruzó la vereda con lágrimas en sus ojos, así también las imágenes más vivas de sus seres queridos que le quedaban, sus hijos mostraban su ingratitud, nunca más visitas, saludos, nunca más fueron a saludar a su viejo. Ellos construían su vida mirando su espacio y su grupo, no había espacio para este anciano.

      Así somos los seres humanos, pensaba, creemos que se nace y no sabe cómo se llega al matrimonio, ingratitud, mal agradecidos, no sé cómo llamarlos para definirlos.

      Seguía caminando, se detuvo y volteo su mirada al pasado tan solo por un instante. Sus ojos se llenaron de lágrimas que rodaban por sus mejillas y se confundían con la lluvia.

       El tiempo

      Llegará un tiempo en que vendrá con gran alegría, te saludarás a ti mismo.

      Al tú que llega a tu puerta, al que ves en tu espejo.

      Cada uno se sonreirá y se darán la bienvenida, dirá siéntate aquí y seguirás extrañando al extraño, que fuiste tú mismo, pero ya no tanto, pues ahora con la sabiduría de los años, serán solo quimeras.

       El viejo árbol

      Aquel viejo árbol que desde nuestra tierna infancia nos abrazó, donde aquellas risas infantiles lo rodeaban con sus juegos

      Hoy, en el ocaso de su vida, llora lágrimas de sangre, pues manos extrañas lo dejarán sin vida ¡Qué injusticia! Si solo a abrazar penas y alegrías del mundo se ha dedicado toda su vida. ¿Por qué anhelan que deje de existir? ¿Quién nos abrazará?

      Una soledad de mares hay en nuestros corazones, nuestros sentimientos se evocan al pasado, al recuerdo, mientras solo se escucha el silencio. Cuando de improviso comienzan a talar, qué sufrimiento, qué dolor… por nuestras mejillas caen lágrimas de dolor, como diciendo ¿Por qué? Y un ¡Hasta pronto!

      Un adiós a nuestros abrazos infantiles, que solo en nuestros corazones permanecerán.

      Mas hoy el espectáculo es triste y deprimente, es un desértico piso, donde el sol golpea con fuerza.

       Ella

      El invierno helado de la


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