La Palabra del Señor. Pedro Alurralde
CUARESMA
DOMINGO 1º
«En aquel tiempo, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.
Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”.
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”.
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo» Mt 4,1-11
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«Nuestra vida en este destierro no puede estar sin tentación, ya que nuestro progreso se lleva a cabo por la tentación. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado ni puede ser coronado si no vence; ni vencer si no pelea ni pelear si le faltan enemigo y tentaciones. El que grita desde los confines de la tierra se halla angustiado, pero no abandonado. Este también quiso prefigurarnos a nosotros mismos, que somos su cuerpo, en su propio cuerpo, en el cual murió, y resucitó, y subió al cielo, a fin de que confíen los miembros que han de ir a donde precedió la cabeza. Luego nos transfiguró en Él a nosotros cuando quiso que le tentase Satanás. Se lee en el evangelio que nuestro Señor Jesucristo fue tentado por Satanás en el desierto. Cristo ciertamente fue tentado por el diablo. Pero tú eras tentado en Cristo porque Cristo tenía para sí la carne de ti; y de sí tenía para ti la salud; de ti para Él, la muerte; de sí para ti, la vida; de ti para Él, los ultrajes; de sí para ti, los honores; luego de ti para sí, la tentación; de sí para ti, la victoria. Si en Él fuimos tentados, en Él vencemos nosotros al diablo. ¿Ves que Cristo fue tentado y no ves que Cristo venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él y reconócete también victorioso en El. Podía haber prohibido que el diablo le tentase; pero, si no hubiera sido tentado, no te hubiera enseñado, al ser tentado, el modo de vencer»11.
EL SACRAMENTO DE LA CUARESMA
La cuaresma es un tiempo de cuarenta días en el que peregrinamos, impulsados por el Espíritu de Jesús, hacia la meta de la Pascua. No es un fin absoluto, sino un trampolín que nos zambulle en la alegría de la resurrección y en la comunión con el resucitado.
Aunque nos cueste comprenderlo, la cuaresma es un sacramento, es decir una fuente de bendiciones y de gracias, que nos introduce de forma gradual, en un mejor conocimiento del misterio de Cristo. Y desplazando el pecado de nuestras vidas “gota a gota”, nos va humanizando y cristianizando.
Este caminar cuaresmal presenta una dimensión comunitaria y solidaria. Son cuarenta días dedicados a aprender a amar, amando a nuestros hermanos.
Iniciando el entrenamiento de la cuaresma, el evangelio de hoy nos muestra a Jesús acosado por el demonio de las tentaciones.
En la primera tentación, frente a un mesianismo barato y muchas veces demagógico, el Señor nos invita a alimentarnos con el pan de la palabra de Dios, para convertirla así en pan de la solidaridad.
En la segunda tentación, asediado por un triunfalismo fácil y barato, Jesús apuesta con su vida a un Dios que no defrauda; misterioso, pero no mágico.
En la tercera tentación, en lugar del servilismo obsecuente de aquellos que venden su alma a cualquier precio, el Señor nos propone la actitud abnegada del servidor sufriente, que no vino a ser servido, y tampoco a servirse de un Dios de bolsillo.
“Dios todopoderoso, concédenos que el sacramento anual de la Cuaresma nos conduzca a un mejor conocimiento del misterio de Cristo y a una vida cristiana más digna”.
11. San Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los Salmos, 60,3 (trad. en: Obras de san Agustín, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1965, t. XX, pp. 519-520 [BAC 246]).
DOMINGO 2º
«En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”» Mt 17,1-9
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«Hoy, en el monte Tabor, Cristo ha reelaborado la imagen de la belleza terrestre y la ha trasformado en icono de la belleza celestial. Por eso está bien que yo diga: ¡Este es un lugar terrible! Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo (Gn 28,17). Hoy el Tabor y el Hermón se han alegrado a la vez (cf. Sal 88 [89],13); han invitado a todo el universo a alegrarse. El país de Zabulón y de Neftalí se han unido a la fiesta y han bailado bajo el sol. Hoy, Galilea y Nazaret han participado en la danza y han animado la fiesta con coros. El Monte Tabor se alegra por la fiesta y arrastra a la creación hacia Dios, renovándola.
Hoy, en efecto, el Señor ha aparecido verdaderamente en la montaña. Hoy la naturaleza humana, creada al principio a imagen de Dios, pero oscurecida por las figuras deformantes de los ídolos, ha sido trasfigurada en la antigua belleza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Hoy en la montaña, la naturaleza, que se había extraviado en la idolatría en las montañas, ha sido transformada sin dejar de ser la misma, y ha brillado con la claridad resplandeciente de la divinidad. Hoy, en la montaña, el que estaba vestido con sombrías y tristes túnicas de pieles, de que habla el Génesis (cf. 3,21), se ha puesto el vestido divino, envolviéndose en la luz como en un manto (Sal 103,2). Hoy en el monte Tabor ha aparecido misteriosamente la condición de la vida futura del Reino de la alegría. Hoy, de manera sorprendente, los antiguos mensajeros de la Antigua y Nueva Alianzas se han reunido junto a Dios sobre la montaña, portadores de un misterio lleno de paradojas. Hoy, en el monte Tabor se traza el misterio de la cruz que por la muerte da la vida: así como Cristo fue crucificado entre dos hombres en el monte Calvario, ahora se alza con divina majestad entre Moisés y Elías…
En el Sinaí los símbolos fueron diseñados prefigurativamente; en el Tabor resplandece la verdad. Allí la oscuridad, aquí el sol; allí las tinieblas, aquí la nube luminosa...»12.
MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN
Los amantes de la música clásica tal vez hayan escuchado un hermoso poema sinfónico, compuesto por el compositor germano Richard Strauss y titulado: “Muerte y transfiguración”. En él, el autor se identifica con el drama de un artista, que recién durante su agonía, y en la última hora, alcanza a percibir la realización del ideal por el que había luchado toda su vida.
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