La Palabra del Señor. Pedro Alurralde
De igual modo, la iglesia en los inicios de este nuevo milenio, fija la mirada en Cristo, el esperado, no deja de contemplar sonriente y expectante a María, la agraciada, la tierra de Dios, la grávida de Cristo.
3. San Gregorio Magno, Homilías sobre los evangelios, I,6,2 (trad. en: Obras de san Gregorio Magno, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1958, p. 557 [BAC 170]).
DOMINGO 4º
«Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz a un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: ‘La Virgen concebirá y dará a luz a un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel’, que traducido significa: “Dios con nosotros”.
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús» Mt 1,18-24
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«El Verbo de Dios (...) se compadeció de nuestra raza y lamentó nuestra debilidad y, sometiéndose a nuestra corrupción, no toleró el dominio de la muerte, sino que, para que lo creado no se destruyera ni la obra del Padre entre los hombres resultara en vano, tomó para sí un cuerpo y éste no diferente del nuestro. Pues no quiso simplemente estar en un cuerpo, ni quiso solamente aparecer, pues si hubiera querido solamente aparecer, habría podido realizar su divina manifestación por medio de algún otro ser más poderoso. Pero tomó nuestro cuerpo, y no simplemente esto, sino de una virgen pura e inmaculada, que no conocía varón, un cuerpo puro y verdaderamente no contaminado por la relación con los hombres. En efecto, aunque era poderoso y el Creador del universo, prepara en la Virgen para sí el cuerpo como un templo y lo hace apropiado como un instrumento en el que sea conocido y habite. Y así, tomando un cuerpo semejante a los nuestros, puesto que todos estamos sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó por todos a la muerte, lo ofreció al Padre, y lo hizo de una manera benevolente, para que muriendo todos en él se aboliera la ley humana que hace referencia a la corrupción (...), para que, como los hombres habían vuelto de nuevo a la corrupción, él los retornara a la incorruptibilidad y pudiera darles vida en vez de muerte, por la apropiación de su cuerpo, haciendo desaparecer la muerte de ellos, como una caña en el fuego, por la gracia de la resurrección»4.
LA REINA DEL ADVIENTO
El Adviento nos visita al final de la primavera e inicios del verano, con un trasfondo de flores, de perfumes y de rumor de pájaros, que prestan el marco adecuado para celebrar en la alegría, una verdadera liturgia de la vida.
Adviento es un tiempo femenino. En las lecturas bíblicas previas a la Navidad, desfilan distintas mujeres que se preparan a ser madres. Algunas de edad avanzada, como Isabel; otras estériles, como las madres de Sansón y de Samuel.
Es todo un entorno femenino, que con fragancia a jazmines florecidos, centra la escena en la figura de María, la reina del Adviento. Aquella que le dijo al indio Juan Diego: “Acaso, yo no soy tu madre, ¿no soy la fuente de tu alegría?; ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?”.
Esta dimensión femenina, le da a esta última semana una dimensión muy especial, la de una madre que está por dar a luz. Después vendrá el tiempo navideño, en que nuestra atención se desplazará hacia el Niño recién nacido.
En nuestras latitudes, llegando al fin del año, un ambiente de cansancio y nerviosismo conspira contra el espíritu del Adviento. Tendremos que rescatar su dimensión contemplativa.
En medio de sueños, silencios y misterios, como los que vivieron José y María, la esperanza lo madura, y lo convierte en tiempo de acogida y de escucha receptiva al don de un Dios que salva.
4. San Atanasio de Alejandría, La Encarnación del Verbo, 8 (trad. en: Atanasio. La Encarnación del Verbo, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1989, pp. 45-46 [Biblioteca de Patrística, 6]).
NAVIDAD
MISA DE LA NOCHE
«Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él!”» Lc 2,1-14
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«Al nacer el Hijo, un gran júbilo se levantó en Belén:
ángeles bajaban del cielo cantando himnos,
y sus voces eran truenos potentes.
Al oír los cantos de alabanza
vinieron los mudos a glorificar al Hijo.
¡Bendito sea el Niño por quien Eva y Adán
volvieron a su primitiva inocencia!
Llegaron también los pastores con los mejores regalos de sus rebaños:
queso, leche, tierna carne y hermosos cantos.
Dieron la carne, con sabia discreción, a José,
la leche a María, y los cantos al Hijo.
También dieron un cordero al Cordero de Pascua,
un cordero primogénito al Primogénito,
una víctima a la Víctima,
un cordero mortal al Cordero inmortal.
¡Feliz suceso: el cordero ofrecido al Cordero!
Balaba el cordero primogénito delante del Primogénito,
como si cantara alabanzas al Cordero
que suprimió el sacrificio de corderos y toros.
Cantan al Cordero pascual
que nos trajo la Pascua del Hijo.
Los pastores, cayado en mano, lo adoraron
y saludaron con proféticas palabras:
“¡Salve