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Tribus (un grupo misionero)
Mi historia de amor de cincuenta años con Colombia comenzó con una carta de Alicia Dussán de Reichel, en 1968, en la cual me invitaba a trabajar en este país, después de que se evidenció que yo no podía trabajar en Brasil.1 Desde ese momento y hasta su muerte, Gerardo Reichel-Dolmatoff, junto con su esposa Alicia, me ayudaron de innumerables maneras. Muchos otros antropólogos colombianos también me invitaron gentilmente a sus casas y oficinas y, así mismo, me pidieron que diera conferencias y enseñara en sus salones de clase. Varios de ellos se han convertido en queridos amigos con quienes disfruto discutir sobre política, el movimiento indígena y mucho más (incluido, por supuesto, el chisme en curso). Estos académicos, dedicados y generosos, cuyo acceso a financiamiento es más limitado, como lo fue también en una época su acceso a la literatura académica, me presentaron a innumerables personas que me ayudaron, incluidas personas para ser entrevistadas, así como auxiliares de investigación. Muchos otros colombianos me ayudaron también con la investigación. Algunas de las personas que enumero a continuación no recordarán nuestras entrevistas o conversaciones, pero yo sí, y extiendo mi sincero agradecimiento a todos ellos: Raúl Arango, Jaime Arocha, Diana Bocarejo, Gabriel Cabrera, Margarita Chaves, François Correa, Carlos Eduardo Franky, María Stella González, Abadio Green, Leonor Herrera, Víctor Jacanamejoy, Gladys Jimeno, Myriam Jimeno, Dany Mahecha, Germán McAllister, Hernando Muñoz, Victoria Neuta, Guillermo Padilla, Jesús Piñacué, Roberto Pineda, María Clemencia Ramírez, Elizabeth Reichel, Roque Roldán, Enrique Sánchez, Esther Sánchez, Elías Sevilla, la fallecida Nina S. de Friedemann, Adolfo Triana, Carlos Uribe, Simón Valencia y Martín von Hildebrand. Gracias también a mis auxiliares de investigación Marta Lucía Peña, Segisfredo Franco, Ibaná Varón, Sonia Serna y Juliana Sánchez. Entre las entidades que facilitaron notablemente mi investigación están el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), los departamentos de Antropología de la Universidad de los Andes y de la Universidad Nacional de Colombia, varios miembros del Consejo Regional Indígena del Vaupés (CRIVA) y varios funcionarios de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Extiendo mis agradecimientos especiales a Jaime Arocha y a María Mercedes Baraya de Arocha, María Clemencia Ramírez, Myriam Jimeno, Esther Sánchez, Marianne Cardale de Schrimpff y Juana Dávila, por hospedarme durante mis estadías en Bogotá.
En Estados Unidos me prestaron una gran ayuda Juana Dávila, Felipe Gómez, Clare Salerno y Steven González.
Mi investigación en Colombia desde octubre de 1968 hasta noviembre de 1970 fue financiada por la Fundación Danforth y por el Comité de Stanford para la Investigación en Estudios Internacionales. Los viajes posteriores a Colombia fueron financiados en parte por la Oficina del Decano de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y por el Programa Margaret MacVicar Faculty Fellows, de la misma universidad.
En Mitú, Vaupés, Tito Vargas y su esposa Alicia me brindaron su generosa hospitalidad y pasé con ellos momentos muy agradables en la Residencia La Maloka. Gracias también a la familia León, propietaria del Hotel La Vorágine, y al personal de la misión adscrito a la Prefectura Apostólica del Vaupés, por su hospitalidad, transporte e innumerables conversaciones.
Tengo muy buenos recuerdos de los residentes originales de Púmanaka Buró en el río Inambú, y un aprecio especial a Francisco Escobar (hijo de Juanico Escobar, jefe de Púmanaka Buró) y a su hija María Jesús Escobar, por la bienvenida que me brindaron en Mitú durante mis viajes posteriores. Muchos residentes tukanos de la región me hospedaron y tuvieron que soportar mis preguntas durante los viajes por el río, y lo mismo sucedió con muchos residentes de Mitú, así como con funcionarios ubicados allí temporalmente. Extiendo mi apreciación y gratitud a todos ellos.
Gracias también a Floro Tunubalá, quien me suministró una información muy útil cuando estuvo en Estados Unidos en octubre del 2004, al igual que a Luis Evelis Andrade, quien hizo lo propio en febrero del 2006.
A mis colegas académicos especialistas en el Vaupés y que viven fuera de Colombia, recuerdos cariñosos y agradecimientos por su ayuda y aliento, sobre todo a Stephen y Christine Hugh-Jones, así como a Patrice Bidou, Elsa Gómez y Pierre-Yves Jacopin. El fallecido Peter Silverwood-Cope me acompañó en mi primer vuelo a Mitú y me ayudó al introducirme a la región. Tengo también muy agradables recuerdos y una deuda considerable con el fallecido Irving Goldman. Gracias también a Janet Chernela y a Robin Wright, quienes trabajan en el Vaupés brasileño, por años de conversaciones fructíferas.
Mis más calurosos agradecimientos a los muchos, muchos académicos —demasiados para enumerarlos— que a lo largo de los años han comentado mi trabajo. Algunos de ustedes estuvieron involucrados en un activismo que buscaba mejorar las vidas y las perspectivas de futuro de los colombianos indígenas, afrodescendientes y campesinos, quienes con demasiada frecuencia sucumbieron, pero también a menudo lograron resistir graves asaltos sobre sus vidas, dignidad y futuro. Mi difunta exalumna Virginia Bouvier representó lo mejor en la defensa de los derechos y trabajó incansablemente para poner fin al conflicto y alcanzar una paz justa y duradera.
Joanne Rappaport, María Clemencia Ramírez y James Howe, mi amigo y colega de muchos años, leyeron todo este manuscrito e hicieron comentarios extremadamente útiles. Junto con cualquier lector de este libro, yo estoy en deuda con Jim, por sus horas de ayuda en la edición. Joanne me convenció de hacer este proyecto y María Clemencia me ayudó a avanzar de muchas, muchas maneras: gracias, Joanne y Mencha. Gracias también a Lucas Bessire, Margarita Chaves, Carlos Eduardo Franky, Myriam Jimeno, Dany Mahecha y Peter Wade, por leer partes del manuscrito, y a Andrew Klatt, por su ayuda con las traducciones en la versión del libro en inglés. Gracias también a mis amigas Judy Irvine, Sally Merry, Lynn Stephen, Katherine Verdery y Kay Warren, por su apoyo a lo largo de los años. Me encuentro profundamente agradecida con María Clemencia Ramírez y Andrew Klatt, por su magnífico trabajo de traducción, y agradezco también a Juan Felipe Córdoba Restrepo, director editorial, así como a su equipo de producción en la Editorial Universidad del Rosario en Bogotá.
Mis colegas en el MIT, Manduhai Buyandelger, Michael Fischer, Stefan Helmreich, Erica James, Graham Jones, Amy Moran-Thomas, Heather Paxson, Susan Silbey y Christine Walley han sido maravillosamente solidarios también; gracias especialmente a aquellos que comentaron la Introducción. Gracias también a mi colega del MIT, Michel DeGraff, en el Departamento de Lingüística, por su ayuda con el capítulo dos. Por su parte, Christopher Donnelley, de la biblioteca Rotch del MIT, que me proporcionó ayuda muy necesaria con las figuras y los mapas.
Estoy enormemente agradecida por la paciencia y el apoyo incondicional y entusiasta que Louis Kampf me ha brindado a lo largo de todo este proceso.
Gracias también a los dos evaluadores anónimos que hicieron su trabajo para la Editorial de la Universidad de Stanford, por su lectura cuidadosa del manuscrito y por sus sugerencias extremadamente útiles.
Por supuesto, la responsabilidad de las ideas expuestas aquí y de cualquier error u omisión es totalmente mía.
Algunos de los casos etnográficos que se presentan en este libro han aparecido en forma diferente en las revistas American Ethnologist, Journal of Ethnic Studies, Dialectical Anthropology y Cultural Anthropology, y en los libros Indigenous Movements, Self-Representation, and the State in Latin America, editado por Kay B. Warren y Jean E. Jackson, y The Practice of Human Rights: Tracking Law Between the Global and the Local, editado por Mark Goodale y Sally Engle Merry, los cuales se encuentran citados como corresponde en la bibliografía.
Jean E. Jackson
Enero del 2020