Hablando claro. Antoni Beltrán
Veamos un ejemplo: «parece que obvian su uso cuando poseen una mascota». ¿Acaso ignoran que esos queridos animalitos no existirían si los humanos no los hubieran cruzado con otros? Y el resultado de eso, como consecuencia, ha producido animales con diversos padecimientos físicos o incluso psíquicos, según las razas. Sí, estoy en la seguridad que son conocedores de esta cuestión, ya que las continuas visitas al veterinario no son fruto de la mala suerte, sino de los males congénitos que padecen.
Aun con todo, si alguien les pregunta: «¿Por qué tiene una mascota?», una de las respuestas más habituales que recibirá es porque son más agradecidas que las personas. Pudiera pensarse que ignoran, por mucho que deseen que su mascota posea inteligencia y sentimientos, lo único que le guía es el instinto y hasta una de las más evolucionadas —los perros— obedecen a su amo —dueño— siempre que coincida con quien les da de comer.
La conclusión sería que la finalidad que tienen esos animales es para solaz compañía de unos humanos. Para que ellos los posean, estos queridos animalitos son violados sistémicamente y, cuando nacen sus hijos, son apartados de la madre de una manera cruel. Pero eso parece no importarles a los que los recibirán finalmente. Debido a que una de las razones inconscientes que les empuja a poseer una mascota son las dificultades que representan compartir sus sentimientos con sus iguales. Y, por eso, buscan en ellos un modo de entrega. De cualquier modo, tampoco, a casi nadie, le importar que no sea el hábitat donde el animal preferiría estar; a él no se lo van a preguntar.
El resultado es que los amantes de los animales condenan a sus mascotas «a nacer para ser su juguete». Por contra, son enemigos acérrimos de las «corridas de toros». Si bien, precisamente, por la misma razón que quienes los critican, sus defensores afirman que el toro, en la dehesa, tiene una vida regalada, durante cuatro o cinco años. Y que, de otra forma, ese animal ya no existiría.
Y, si lo pensamos bien, tienen tanta razón como responsabilidad, unos como los otros. Es precisamente aquí donde volvemos a encontrar al sapiens sapiens inmerso en sus continuas contradicciones. Por una parte, ha hecho todos los posibles para sobrevivir aniquilando prácticamente de la faz de la Tierra a todos sus enemigos naturales. Y, a los que no, los ha esclavizado, en otros tiempos, como fuerza motriz, además de criarlos en granjas, con la finalidad de transformarlos en algo impersonal, como es la comida, sin ninguna identificación. Sí, es esa que los niños, urbanitas de hoy, solo reconocen al animal en un perfecto despiece, debidamente empaquetado, en las estanterías de los supermercados.
Ahora, cambiando totalmente de lectura y debido a una licencia de espacio, vamos a iniciar un breve estudio de lo sucedido desde que se tiene constancia histórica del paso del Homo sapiens. Sin ninguna duda, el lugar donde existen más referencias de nuestro pasado, y por ello se considera cuna de la civilización, es la denominada «Antigua Mesopotamia»; se localiza entre los ríos Tigris y Éufrates, palabra que significaba que se encontraba en tierras fértiles, que no coincidían con las áreas desérticas.
No obstante, lo que resulta un tanto curioso es que, durante muchos años, concretamente hasta 1841, esta antigua civilización se creía que pertenecía a una leyenda de las muchas que se expresan en el Antiguo Testamento. Pero, por lo que parece, evidentemente existió. Fue Austen Henry Layarde (París, 1817), arqueólogo, investigador, escritor y diplomático inglés, uno de los primeros que se hizo preguntas al respecto, y junto con un equipo de arqueólogos, bajo las informaciones recibidas por los aldeanos del lugar, empezaron a excavar en aquella zona.
Y… allí apareció, ante sus ojos la civilización con más información arcaica hasta ahora conocida, su antigüedad inicialmente se remontaba a tres mil quinientos años a. C., aun con todo, esta fecha no fue definitiva, pues en la medida que fueron encontrándose nuevos yacimientos se han supuesto fechas que datan de cinco mil años, y más, anteriores a nuestra era. De los muchos descubrimientos, hay que hacer mención a los desenterramientos que representaron hallar hasta una suma de treinta mil «tablillas» —hechas de barro cocido— que mostraban la existencia de la «escritura» en aquella antigua época. El arte de escribir era atribuido, desde las distintas mitologías, de la manera siguiente: «La Antigua Grecia, se le debía a Prometeo, quien la había regalado a la humanidad. Para el Antiguo Egipto era un obsequio de Tot, el dios del conocimiento. Para los sumerios fue la diosa Inanna, quien se la había robado a Enki, dios de la sabiduría».
Lo más sorprendente de todas estas leyendas es que coinciden en el fondo y eso puede ofrecernos una respuesta que, desde un principio, se ha desechado. —Más o adelante ofreceré el motivo para reflexionar—.
Teniendo en cuenta que este estudio se desarrolla en torno a la medicina, debo destacar las ocho mil tablillas que están dedicadas exclusivamente a este menester. Los conocimientos que, al parecer, poseían de ciertas partes del organismo humano están demostrados cuando, algunas de ellas, describen «un hígado, perfectamente moldeado», inadaptara los supuestos conocimientos de aquel lejano período.7
De cualquier modo, no solo fue en medicina. Vamos realizar un esquemático repaso de algunos de los descubrimientos que mostraron las creaciones producidas en aquella antigua civilización, que hoy la localizaríamos entre los países de Irak, Turquía y Siria.
Detalle de los adelantos:
«La escritura cuneiforme».
«El conocimiento de las vísceras humanas».
«El código de Hammurabi».
«El desarrollo del sistema sexagesimal».
«La astrología y astronomía».
«El calendario lunar de 12 meses y 360 días, aprox.».
«La metalurgia del cobre y el bronce».
«La irrigación artificial».
«La rueda».
«El arado».
«Los arreos para los animales».
«El bote y la vela».
«La moneda».
«El sistema postal».
Puede ser que, en el concienzudo repaso que he hecho, tal vez me haya dejado alguno. Pero estos pueden dar idea de la dimensión que tiene esta apabullante oferta de ingeniería del conocimiento de todo tipo. Pues, si se observa detenidamente, cada uno por sí solo representa una auténtica revolución. Pero vistos, en conjunto, se pueden considerar el inicio del motor de la civilización.
Tanta es la actualidad que algunos tienen, que hoy, en pleno siglo XXI, aún se está explotando su desarrollo, en base a esos saberes ancestrales. Todo lo relatado, a poco que reflexionemos, nos plantea la siguiente pregunta: «¿De dónde pudo surgir esta civilización?». —Como se recordará, esta pregunta ya se esboza, junto con otras, al principio del capítulo—. Y la respuesta más socorrida que se les ha ocurrido a los investigadores, después de introducirnos en un intrincado laberinto de dudas, es que se desconoce su origen.
Es como si ese adelanto técnico, social y cultural, tan espectacular, hubiera surgido de la nada. Un ejemplo muy parecido a la solución que se le otorga al Big Bang, para explicar el principio del universo. Algo clásico en el Homo sapiens, cuando no encontramos un razonamiento que se nos acomode a nuestras creencias, recurrimos a soluciones que no las incomoden.
Parece evidente que todo son conjeturas. Sí, desde cómo se inició la cultura humana, hasta encontrar una explicación razonable del principio del universo. Eso si es que todas estas preguntas pueden ser razonables. Cierto que hay quienes han hecho otras propuestas. Pero eso ha representado entrar en el terreno de las llamadas «conspiraciones» contra el orden establecido y aparentemente aceptado por todos.
Sin embargo, hay evidencias para las que no se han encontrado respuestas concretas. Por ejemplo, que expliquen «la construcción de distintas obras megalíticas, ni tampoco la cantidad de seres alados» localizados no solo en la civilización que estamos estudiando, sino en las posteriores, como fueron la egipcia y la griega, aunque también en todas las civilizaciones arcaicas, como fueron la védica,