Hablando claro. Antoni Beltrán

Hablando claro - Antoni Beltrán


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hay más. De siempre, el Homo sapiens ha encontrado, en determinadas plantas, una forma de evadirse de la realidad que le atenaza dentro de este mundo. En tiempos, fue privativo de los «sacerdotes o chamanes», los cuales, al ingerir las drogas, entablaban largas conservaciones con las deidades. Pero esta situación poética queda lejos de la realidad de hoy. Sí, la droga es uno de los negocios que movilizan más dinero y sus consecuencias son muy lamentables para la salud de las personas. Además, los adelantos en química están logrando sintetizar nuevos productos que representan la muerte para quienes los consumen y la desgracia para sus familiares.

      ¿Quiénes las cultivan? Pues pobres campesinos que lo hacen para subsistir dentro de su miseria, sin conocer la triste realidad de sus resultados, bien por ignorancia o debido a su propia cultura. ¿Quiénes son los grandes traficantes que las distribuyen? Gente violenta, en algunos casos, los menos, con un cierto nivel cultural. Mientras que el resto, la mayoría, pertenecen al extracto social más bajo de sociedad. La gran contradicción que sufren es que son prisioneros de su propio mal, y en este caso, no es por ingerir productos tóxicos, sino porque la necesidad de amasar ingentes cantidades de dinero viene dada al activarse los mismos circuitos de satisfacción inicial que ofrecen las drogas. El caso es que cada vez quieren más y más, para acabar muertos o encarcelados para siempre. Podría ahondar en todo ello, pero se escaparía a la finalidad de este estudio —más adelante se amplía la explicación—.

      Ahora, vamos a finalizar este largo glosario de contradicciones cuando no de imperfecciones que padece el Homo sapiens, con algo que puede parecer muy actual, pero nunca tan lejos de esta afirmación, «la corrupción». Lacra que ha estado presente en todos los lugares de poder. Desde que la sociedad existe, como tal fueron necesarias las jerarquías, para aglutinarla e imponer un cierto orden. Y, con ello, llegó este grave perjuicio que atenta contra la dignidad de las personas y, como es lógico, resta valor al trabajo en igualdad de condiciones. Eso fue así de tal modo que, durante muchísimos siglos, era algo supuesto y permitido, ya que, de otra manera, no se podría comprender cualquier transacción. Su uso ha tomado muchos nombres. Quizás el más elegante sea la comisión. Pero no por eso es menos detestable que los otros mucho más vulgares, como pueden ser: mordida, soborno, peculio, influencia, colusión, nepotismo; solo por nombrar unos que ahora me acuden a la mente.

      Realmente, es maldad o estupidez. No es ninguna nueva noticia que los políticos reconocidos, considerados en todo el mundo por haber ocupado puestos de relevancia, pasan por la vergüenza de un juicio donde acaban en la cárcel. Desgraciadamente, ni el mundo de la medicina se escapa de esta situación. Verdaderos prohombres, considerados grandes «médicos y científicos» —mientras estoy escribiendo este capítulo, son noticia por haber recibido subvenciones de «multinacionales farmacéuticas», por sus artículos o celebración de congresos—. Por otra parte, no me queda más remedio que denunciar a algunos cargos jerárquicos que se han atrevido a defenderlos públicamente. Ignorando, con toda la seguridad, lo que motivó a estos profesionales a cobrar esas dádivas.

      Y hablando de política, también la podríamos relacionar con el «terrorismo o con el seguimiento de sectas autodestructivas» que incentivan la búsqueda de un mundo mejor. Con eso, los iniciados, formando parte del amplio mosaico de ideas de estos tiempos, aprovechan para penetrar en la mente de aquellos que, por una razón u otra, están desencantados de la sociedad. Todo ello forma parte de la civilización que estamos viviendo. Y que se sostiene dentro de la supuesta cordura de un modo muy frágil, siendo propicia en momentos de vacilación y en según qué circunstancias a acceder a un estado de enajenación de muy difícil recuperación.

      Cierto que podría extenderme mucho más, pero creo que ya es suficiente para comprender quiénes somos exactamente. Somos una clara contradicción. Está demostrada la capacidad que poseemos para asumir «profundos pensamientos filosóficos», y si no tenemos en cuenta épocas anteriores a la nuestra es porque las desconocemos. Es innegable que, en los últimos cien años, hemos demostrado una gran habilidad para crear ingenios que nuestros antepasados próximos jamás hubieran podido soñar. Pero, por el contrario, nos enredamos en una maraña de razonamientos metafísicos, como el que voy a plantear en el próximo párrafo. Donde estamos, en la búsqueda de un mundo irracional que, en mi opinión, ya lo hemos encontrado, con la llamada «física cuántica». Mecánica que, al no tener respuestas de lo que nos plantea, las más altas instancias han preferido ignorar.

      Y permítaseme que insista. Cuando digo quiénes somos, me estoy refiriendo a todos sin excepción y, naturalmente, me incluyo yo mismo. He intentado que, en lo relatado a lo largo de este episodio, residan las respuestas a las preguntas que planteaba al principio del mismo. Solo que, de toda esta redacción, me surgen dos nuevas preguntas. «¿Por qué motivo se quiere entender al Homo sapiens como un ser dotado de razón y equidad?». «¿En qué razones nos amparamos para adorar a estatuas de madera policromadas hechas por nosotros mismos?».

      Ahora que llega el final del capítulo, he recordado unas palabras, del libro El árbol de la ciencia, de Pio Baroja, donde en una conversación que mantiene Andrés Hurtado —el protagonista— con su tío Iturrioz, médico también, sobre la «filosofía de la vida». De una forma magistral explica en pocas palabras todo lo que yo expreso en todo este montón de letras. Recomiendo encarecidamente su lectura a quien no lo haya leído.

      Y ahora un apunte final, con una propuesta que, a mi juicio, demuestra lo contradictoria que puede llegar a ser la sociedad actual. Evidentemente, lo que planteo aquí tiene que corregirlo la sociedad por medio de sus políticos. Pues «las penas de cárcel, en ningún instante, son la solución». Estas se han estado aplicando desde tiempos inmemoriales que nos transportan a los momentos que la sociedad, como tal, se organizó. Pero con la particularidad que se desconocía lo que aquí he estado evidenciando. Las cárceles solo tienen sentido «si las entendemos como un depósito transitorio, para almacenar a los enfermos o los inadaptados», entonces sí se pueden considerar válidas. Pero aparte del costo económico que representa para la sociedad, no aportan ninguna solución. De ninguna manera estoy proponiendo un «buenismo trasnochado», pero tampoco lo entiendo como un castigo. Debido a que el paso por ella, a algunos jóvenes, lo único que consigue es condenarlos para siempre a la delincuencia, al entrar en un bucle de difícil salida, por no decir imposible.

      Por otra parte, si entendemos la diferencia entre delitos y las responsabilidades de quienes los cometen, tendremos que aceptar que hay un tipo de personas —sociópatas— que no pueden vivir en libertad, porque nunca se van a rehabilitar. Entre ellos, violadores, esquizofrénicos no diagnosticados, que llevan a sus espaldas un carrusel de delitos y tantos otros que comprenderían una interminable lista de agravios contra la sociedad que aquí ya he expuesto. Para ellos, solo hay una solución: que trabajen de acuerdo con sus posibilidades en campos adecuados, pero apartados de la sociedad.

      Ahora, solo quedarían los que han cometido un error por egoísmo y a los que la sociedad no les dio la oportunidad para aprender. A estos, en principio, se les tiene que suponer la capacidad de «arrepentimiento», y se puede tener la seguridad de que será efectiva. En estos casos, solo les quedaría contribuir al restablecimiento del mal, pagando con trabajos a beneficio de la comunidad y, según fuera el caso, con el duplo o quíntuplo del daño, o lo que los jueces decidieran. Y solo sus «continuas reincidencias» serían suficientes para demostrar que tienen que ser apartados de la sociedad.

      Reconozco que esta propuesta puede sonar revolucionaria o incluso ilusa. Pero me parece incomprensible que nos estemos conduciendo


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