Chicos de la noche. Bárbara Cifuentes Chotzen

Chicos de la noche - Bárbara Cifuentes Chotzen


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      —Es que te perdiste en esa linda cabeza tuya. Respondiendo a tu pregunta, tú me traes por aquí, Rosita —dice, enroscando uno de mis alocados rulos con un dedo.

      —No me digas “Rosita” —le indico. Me estresa que la gente se llame de cierta manera por su color de pelo, no logro entender cuál es el afán de eso, pero así es. Debí suponer que al teñirme de rosado las puntas de mi cabello negro iba a pasar algo así. Pero hasta entonces, eso me traía sin cuidado, ya que la única persona con la que hablaba en el instituto con la suficiente confianza para ponerme un apodo era Floyd, y él sabe que si me molesta, es mejor no hacerlo.

      Todo eso hasta que capté el ojo de Louis.

      —Vamos, es solo un apodo, no te me pongas así —me reclama el rubio por mi rudeza.

      —Un apodo que no me gusta y te lo he dicho —replico con sinceridad. Se lo he mencionado, pero parece entrarle siempre por un oído y salirle por el otro—. Y créeme, para ti no me pongo de ningún modo.

      Me arrepiento inmediatamente de lo dicho. Sonó muy distinto a cómo me sonaba dentro de la cabeza.

      —Mmm…, eso estará por verse —dice con picardía.

      Hago girar los ojos, intentando imaginar que no le dio doble sentido, pero, naturalmente, es imposible. Un silencio se instala entre nosotros ya que parece no tener nada más que aportar y yo nunca hablo mucho cuando se trata de él, pero, para mi pesar, Louis recuerda algo.

      —¿Qué vamos a hacer en la noche?

      —Nada contigo, de eso puedes estar seguro —digo, en tono burlón.

      —¿Por qué no? Siempre te invito y nunca quieres salir. —Hace un mohín con los labios, pero su vieja táctica para dar lastima no funciona conmigo.

      —Ya tengo planes para esta noche —me limito a decir, de nuevo. Siempre me limito simplemente a decir cosas concisas, en vez de grandes argumentos cuando hablo con él.

      —Déjame adivinar, mañana también y la siguiente, igual, y la que viene después, y después y después —reclama—. ¿Qué es lo que haces? ¿Te sientas a tejer o sales con alguien?

      —No es algo que te incumba, pero ninguna de las dos.

      Paro de caminar y me volteo hacia él.

      —Ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer.

      Lo golpeo en el pecho a mano abierta y me dispongo a alejarme de Louis.

      —¡Pronto conseguiré una cita contigo, ya lo verás! —grita, captando la atención de algunos alumnos.

      —¡Sigue soñando! ¡Probablemente esté muerta antes de eso! ¡Trata de hacer que tu cerebro procese eso!

      Me niego a salir con él, no me cae mal, ya lo he dicho, pero no estoy en busca de ninguna relación amorosa, menos con Louis. Espero que haya entendido eso de “no puedes salir con alguien muerto”. Probablemente le falten neuronas, aunque eso no sea muy difícil de descifrar.

      ****

      —¡Por fin!

      Escucho una voz conocida, al tiempo que cierro la puerta de la oficina de la doctora Freeman detrás de mí.

      —Pensé que no ibas a salir nunca de ahí.

      —¿Qué haces tú aquí?

      Me sorprende encontrarme a Floyd por estos lados. Siempre aparece en los lugares más inesperados, y este, sin duda, es uno de ellos.

      —¿Acaso uno ya no puede buscar a su amiga? ¿Esperarla para hacer algo luego? —inquiere dramáticamente—. Vine a buscarte, boba. Te he estado esperando bastante tiempo para ir a celebrar a algún lado —informa, poniéndose de pie y caminando conmigo hacia la salida.

      —Idiota. ¿Qué celebramos? —pregunto extrañada. Que yo sepa no ha pasado nada tan importante que requiera una celebración, por lo que lo miro expectante.

      —Nada en especial. Lo que sea. ¿Qué importa? El asunto es divertirse.

      Caminamos uno al lado del otro hacia la salida del edificio, sonriendo.

      —¿Estás drogado? Permíteme recordarte que tenemos clases mañana.

      —No, ni drogado, ni tomado, ni nada. ¿Qué más da si tenemos clases mañana? Solo quiero sacarte una noche de casa. Solo una.

      —¿Por qué tan repentino?

      Me conduce hasta su auto azul, su color favorito, mientras trato de llegar al fondo de sus intenciones.

      —Porque todas las noches te las pasas sola en tu cama. Lo he pensado hoy y es verdad que la parálisis no te hace daño, pero no creo que te haga del todo bien no hacer vida social. Sal a divertirte conmigo esta noche.

      Hace una pausa mientras rodea el auto, abre la puerta y entra al vehículo. Cuando yo estoy dentro él continúa con su cháchara.

      —Sabes que estoy y estaré siempre de tu lado en este asunto, y que de alguna manera te entiendo, pero por una vez que no le hables no te vas a morir, Verónica.

      —Sé que no moriría, no soy estúpida. Comprendo tu opinión y por qué quieres que salga. Pero lo único que no entiendes es que no puedo salir, no puedo saltarme una parálisis ni una sola noche —explico, manteniendo la calma. Lamentablemente veo que mi amigo no puede hacerlo.

      —¿Puedes decirme por qué no, entonces? Puedes confiármelo, después de todo, yo soy el que te creería —dice, tratando de convencerme, con la mirada fija en las calles, pero aun así noto el brillo de preocupación en sus ojos café claro, y el peculiar sentimiento de duda que siempre distingo cuando hablamos seriamente de esto, lo cual me permite abrirme con él sobre el tema.

      —Porque me da miedo que, si paro una noche, él no vuelva —murmuro, pensando que si no lo digo en voz alta, entonces no es real. Me aclaro la garganta, tragándome el nudo que no me permitía hablar fuerte—. Me da miedo que de alguna manera pueda perderlo, Floyd.

      —¿De verdad crees que por una noche que no la tengas no la tendrás más? —indaga el moreno, con el ceño ligeramente fruncido, alargando la mano derecha para el cambio.

      —No lo sé, en realidad. Pero no me veo con el valor de arriesgarme. ¿Comprendes lo que intento decir?

      —Creo que sí. Aunque te dejo en claro en este momento que esta no será la única vez que intente arrastrarte fuera de tu cueva, Verónica —dice él, aligerando el tono.

      —No me queda ninguna duda de eso —reconozco tratando de sonar despreocupada. Lamentablemente, mis cambios de humor no son tan drásticos como son a veces los de Floyd—. Y yo te dejo claro: No me arriesgaré a perder a Charles, no sé si, después de todo, pueda afrontarlo.

      Llena de dudas, prefiero mirar hacia el frente.

       02

      Al caer la noche, cerca de las diez, me preparo para meterme a la cama. Algo temprano para una adolescente normal, pero yo nunca he sido parte de esa categoría

      Me meto entre las reconfortantes sábanas, apago la lámpara de la mesita de noche y me tapo con el cobertor hasta el cuello, ha estado haciendo frío últimamente y este día no ha sido la excepción. Repaso mentalmente lo que tengo para contar y finalmente caigo dormida por la agitación del día.

      Despierto repentinamente de mi ensoñación sobre lagunas con focas, soy rara, no pregunten. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me acosté, pero sé que es hora porque a pesar de estar despierta no consigo moverme, no me altera este hecho ya que es costumbre, 1.825 noches después ya se me ha hecho normal.

      Abro la boca y lanzo una exhalación, esa parte del cuerpo es la único que siempre he podido mover, ni Charles ni yo sabemos por qué, pero es un fenómeno muy extraño. Mentalmente me digo que ya estoy lista.

      —¿Chuck?


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