Patrias alternativas. Jordi Pomés Vives (Eds.)
Personalidades de la talla de Josefa Queipo de Llano62 o Luisa Carlota Sáenz de Viniegra63 contrastan con la poca información que existe sobre las conspiradoras anónimas.
De Josefa Queipo de Llano, dama cultivada y liberal, se conoce que participaba directamente en las tertulias organizadas por su marido en su casa de Oviedo y que frecuentaron personajes como Francisco Martínez Marina. Por su activa intervención en la organización del pronunciamiento de su marido en La Coruña en septiembre de 1814 sería condenada a cinco años de reclusión en el colegio de huérfanas de Betanzos. No sería liberada hasta el 23 de febrero, en vísperas de la Revolución de 1820. No obstante, sus últimos años de vida estuvieron marcados por la persecución de las autoridades fernandinas y los cargos de conspiración porque en su casa se imprimían papeles subversivos.64
Igualmente, es de sobra conocida la labor de Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, esposa del general Torrijos, en los complots liberales que se urdieron entre 1817 y 1819. Entre sus labores principales estuvo la de operar como enlace entre los liberales en la clandestinidad y su esposo. En noviembre de 1823, tras la entrega de Cartagena a los franceses por orden de Fernando VII, se embarcó junto con su esposo rumbo a Francia con 13.400 reales, para más tarde marchar a Inglaterra, donde Torrijos obtuvo un subsidio por los servicios prestados a los ingleses durante la guerra de la Independencia.65 La pareja no se separó hasta el fusilamiento de Torrijos, tras el cual Luisa permaneció en Francia hasta su regreso a España en 1834. Dedicó el resto de su vida a reivindicar la memoria de su esposo y a escribir su biografía recopilando todos los documentos de la conspiración que pudo reunir. Tras la muerte de Fernando VII, recibió los títulos de condesa de Torrijos y de vizcondesa de Fuengirola, la playa malagueña donde había desembarcado su marido.
Otro de los casos más destacados es el de Vicenta Oliete. Mujer de origen humilde, en 1815 entró a trabajar en el servicio de Romero Alpuente y en 1818 fue desterrada de Madrid por no querer colaborar con la Inquisición en el enjuiciamiento del célebre abogado liberal.66 En 1822 regresó a Madrid para ocupar el puesto de presidenta de la Junta Patriótica de Señoras. Debido a su trayectoria, al caer el régimen constitucional en 1823, fue detenida en Toledo y encarcelada en Valencia, de donde consiguió huir y llegar a Gibraltar.67 Una vez allí, le resultó más fácil marchar al exilio junto con su tío Romero Alpuente.68 Ya en Inglaterra, donde llegó en 1825, hay evidencias de que Vicenta Oliete actuó como agente doble entre 1826 y 1827 y proporcionó información sobre el exilio a las autoridades españolas a cambio de un salvoconducto que le permitiera volver a España con inmunidad y una compensación económica.
Se han podido rescatar algunos nombres de las conspiradoras anónimas, como el de Josefa Maruco, quien junto con su esposo fue acusada de dar apoyo a liberales. Condenada a diez meses de prisión, desgraciadamente dio a luz en prisión y fue obligada a dejar a la criatura en la inclusa, donde moriría a los pocos días.69 O el de madame Saturnin, D.ª Mariquita o la tía Pepa, agentes clandestinas citadas en la correspondencia de la gran trama liberal y josefina de 1817.70 Ese mismo año tenemos noticia del viaje de la liberal Socorro Tudos a Pisa para contactar con los carbonarios italianos.71
No obstante, es importante destacar que las liberales que siguieron activas durante el Sexenio Absolutista fueron pocas y que habría que esperar a la experiencia del Trienio y a su fracaso para que las cosas cambiaran. Sería entonces cuando la militancia femenina resultaría más visible y, por tanto, la persecución a la que las sometería el absolutismo, mucho más severa y rigurosa. Este fue el caso de María del Carmen Ponze de León y Carvajal, marquesa de Astorga,72 quien, a pesar de su afiliación pública al liberalismo, permaneció en España durante el primer período absolutista sin perjuicios destacables. Ahora bien, tras el fin del Trienio, sí sufriría los efectos de la gran depuración liberal realizada a instancias del rey, al punto de que no solo se le retiraría el sueldo de 50.000 reales que recibía en calidad de dama de la reina, sino que se vería obligada a marcharse a París.73
4. EL TERROR DE 1824 (PURIFICADAS Y REPRESALIADAS)
El tiempo de libertad y de efervescencia política que se abrió en 1820 proporcionó a las mujeres la posibilidad de integrarse en la vida pública de nuevo. Sin ignorar las trabas a las que muchas tuvieron que hacer frente para integrarse como miembros de pleno derecho en las sociedades patrióticas, las mujeres no dejaron de estar presentes en esos importantes vehículos de politización. Asimismo, en tanto que madres y esposas, las mujeres se comprometieron de diversas formas en la defensa del constitucionalismo. Algunas escribieron en los periódicos sobre materias políticas, mientras que la mayoría no dudó en participar en los actos cívicos en defensa de la Constitución o en honor de los héroes de la revolución. No obstante, donde la visibilidad de las mujeres se hizo más perceptible fue en el orden simbólico, mediante prendas y abanicos con adornos y símbolos alusivos al liberalismo, como las populares cintas verdes.
De igual forma que los hombres, la politización de las mujeres se incrementó en los momentos en que estuvo en peligro la continuidad del sistema constitucional, a partir de julio de 1822, y por supuesto en 1823, cuando se tuvo noticia de que la Santa Alianza pretendía enviar un ejército para restituir en sus plenos poderes a Fernando VII y acabar con el régimen liberal. Entonces, como en 1808, las mujeres se mostraron dispuestas a defender el orden establecido con todos los recursos disponibles, incluso con las armas.
Por ello es lógico pensar que la actuación de las mujeres a favor del liberalismo no se diluyó del todo durante la Ominosa Década (1823-1833). Si repasamos la actividad de personas concretas, podemos constatar el papel imprescindible de las mujeres en las tramas revolucionarias del interior y sus consecuencias. No hay que olvidar que, como hemos visto en las páginas anteriores, de nuevo la condición de esposas, viudas o madres de liberales colocó a muchas mujeres bajo sospecha y las hizo ser objeto de vigilancia, represión o exilio.
La violencia originada tras el nuevo restablecimiento del absolutismo en 1823 se tradujo en una persecución constante de los liberales hasta la amnistía de 1832. A la represión institucional hay que sumar la violencia social, promovida por los Voluntarios Realistas o por los mismos vecinos y paisanos de los señalados como liberales. Tal era la situación que un pañuelo, un abanico o vestir una cinta verde o morada eran motivo suficiente para merecer la ira popular.74 Ejemplo de lo dicho es el acoso que sufrió María Antonia Gimbernat, viuda de Miguel de Manuel, quien vio cómo la muchedumbre apedreaba su casa una vez que las tropas francesas entraron en Madrid.75 También es paradigmático el caso de Florentina Gómez de la Flor: las esposas de los Voluntarios Realistas la insultaron y maltrataron por serlo ella de un miliciano nacional.76
En lo tocante a la coacción ejercida por la Corona, de nuevo hay que aludir al hecho de que muchas mujeres, ya fuera por su vinculación personal con liberales o por sus propias convicciones políticas, fueron sometidas a procesos de purificación. Incluso sin motivo justificado, todo el personal vinculado a la Administración en todos sus niveles tuvo que someterse a un nuevo escrutinio para justificar su actuación política, pública y cívica durante los tres años del Gobierno constitucional. Si tras dicho proceso se las consideraba favorables al liberalismo, eran suspendidas y expulsadas de sus lugares de trabajo o, en el peor de los casos, obligadas a pagar multas o condenadas a penas de prisión.
De nuevo como en 1814, muchas de las personas que tuvieron que pasar por estas causas fueron mujeres que, como Tomasa Román, eran pensionistas del Estado y vieron que sus pagas quedaban suspendidas tras ser acusadas de apoyar a los liberales y a la Constitución de Cádiz. En el caso de Tomasa se consideró agravante el hecho de no impedir que sus hijos se alistasen en la Milicia Nacional.77 Precisamente, uno de ellos, Juan Contreras y Román, que comenzó su carrera militar en 1823, también fue perseguido por los realistas como exaltado.
Otras hermanas que tuvieron que pasar por un largo proceso de purificación para recuperar el pago de sus pensiones fueron Juana y Ramona de Yturbide, hijas de Joaquín de Yturbide. Ambas fueron acusadas de ser exaltadas y de apoyar abiertamente al régimen constitucional. Así lo aseguraba uno de los denunciantes, que afirmaba haberlas visto salir al balcón a insultar