El niño problema. Guillermo Javier Nogueira
Sin embargo, numerosas dudas epistemológicas aún subsisten, las que por el momento resumiremos en la distinción entre “mapa” y “territorio”. Lo que vemos activarse o no durante la ejecución de una tarea que puede ser tan sutil y compleja como pensar, desear, imaginar, leer, hablar, puede no ser el asiento exclusivo de dicha función a la luz de un modelo de funcionamiento cerebral en redes distribuidas, plásticas y en evolución.
Grandes investigadores como Alexander Luria y Eric Kandel –entre otros– se han destacado por sus propuestas de modelos explicativos basados en el funcionamiento cerebral. Vygotsky, a su vez, pone el acento en el valor social para la configuración de los aprendizajes en el cerebro. Un ejemplo de su cuño y que me parece muy ilustrativo es la existencia en el idioma de los lapones de varias palabras que significan color blanco, lo que puede explicarse por las sutiles diferencias entre ese color en la nieve, el hielo o el pelaje de un oso, de vital importancia para un habitante de esas regiones. Según donde pongamos nuestra mirada aparecerá también Ramón y Cajal, quien sienta la base estructural y funcional del cerebro al describir las neuronas y señalar que la arquitectura cerebral debería “tener un sentido” y que ella sería la base de lo mental. Es el creador de la doctrina neuronal, aún en boga. Lo resume en una frase muy hispana pero elocuente: “para estudiar la mente hay que levantar la tapa de los sesos”.
Sigmund Freud es también un pensador clave al crear un modelo de aparato psíquico y postular la existencia de determinantes de nuestra conducta ajenos a nuestra conciencia: el inconsciente. Ambos conceptos están aún vigentes y son de enorme alcance explicativo para las conductas humanas. Freud dejó inconcluso en su obra póstuma el intento de ligar el cerebro a estas formulaciones sobre el aparato psíquico: el Proyecto de una psicología para neurólogos, publicado en 1953. En él se advierte una notable anticipación y coherencia con lo que anunciaba Ramón y Cajal en 1909. Éste señalaba a las neuronas como unidades discretas, direccionales, con puntos de contacto que permitirían o restringirían el flujo de energía y su equivalente, la información. Ambos en forma independiente apuntan a lo mismo y llegan hasta donde lo permitió el conocimiento científico vigente. No se apartaron de la ciencia en su búsqueda del origen de “lo mental”. Personalmente les doy el crédito mayor a ellos ya que se necesitaba mucho talento e incluso coraje para poder señalar un derrotero tan fecundo a partir de datos tan escasos y complejos, anticipando a su época y en claro desafío a otras concepciones que contaban con el apoyo de la tradición y el poder. No les fue fácil. Prueba de sus virtudes es que ambos modelos, con algunas modificaciones, siguen vigentes y son frecuentemente reconfirmados a la luz de los nuevos avances en la metodología científica y en la experiencia clínica.
Han aparecido algunos intentos modernos de evaluar y actualizar el Proyecto a la luz de esos nuevos conocimientos, tales como el de Karl Pribram y Merton Gill, El “Proyecto” de Freud; y, en nuestro medio, el de Sebastián Di Orio y Lionel Klimkiewicz, Una lectura del “Proyecto de una psicología para neurólogos” de Sigmund Freud. Así como existen intentos de avanzar en el recorrido desde la biología molecular a las conductas manifiestas, también existen intentos en sentido contrario tratando de unir las neurociencias y el psicoanálisis, tal como lo hacen Mark Solms en Estudios clínicos en neuropsicoanálisis y Eric Kandel en Psiquiatría, psicoanálisis y la nueva biología de la mente, o François Ansermet y Pierre Magistretti en A cada cual su cerebro.
Una idea de la complejidad de nuestro objeto de estudio la da que aún hoy en día hablamos de modelos de funcionamiento cerebral que van gradualmente acercándose a un mayor poder explicativo, pero sin agotar la pregunta. Procesamiento lineal o en paralelo, redes distribuidas de Mesulam, agentes o núcleos dinámicos de Lezak, modelo holográfico de Pribram, modelo de aparato psíquico freudiano, modelo de la inteligencia artificial en sus variantes “dura” y blanda”, modelo cognitivo, modelo conductista, modelo estratigráfico de Juan Carlos Goldar y muchos otros más, que en realidad hacen aportes luego superados pero sin ser necesariamente totalmente eliminados o definitivamente reemplazados por algo absolutamente nuevo y definitivo. Gradualmente se va imponiendo el cumplimiento con el mandato popperiano de falsabilidad. En realidad parecemos condenados a él. Avanzamos en una espiral inacabable. Borgeanamente caminamos en el jardín de senderos que se bifurcan, buscamos en la biblioteca de Babel y alimentamos la sospecha de que “quizás seamos un sueño soñado por otro”, o también producto de un artificio, como imaginaba Bioy Casares en La invención de Morel. La física cuántica aparece como una nebulosa posibilidad explicativa.
Aún aspectos tan duros como la anatomía, la neurofisiología, la neuroquímica y la biología molecular cambian constantemente las bases sobre las que creemos estar asentados. Ejemplo de ello son la evaluación de diferencias y asimetrías cerebrales, la identificación de más variedades de neuronas y el reconocimiento de la génesis de nuevas neuronas. El concepto de plasticidad neuronal, las nuevas funciones atribuidas a las células gliales, las neuronas espejo, el descubrimiento de más neurotransmisores y una complejísima cantidad de relaciones entre su producción, transporte, liberación, recaptura, efecto y eliminación de los mismos que abren puertas por donde aventurarnos. Son también ejemplo los psicofármacos y su uso, los nuevos enfoques desde la genética, la neurología, la psiquiatría y la neurocirugía. Todo este conjunto va configurando el conocimiento de un sistema inestable, plástico, constantemente en actividad, configurable por su entorno pero también autoconfigurado o autopoyético, como dicen Maturana y Varela: el sistema nervioso.
La individualización en vivo de neuronas responsables de memorias muy restringidas y nuevos modelos de arquitectura con formulaciones matemáticas y criterios probabilísticos hacen camino. La verificación de circuitos y funciones complejas con la estimulación magnética, las neuroimágenes funcionales, el reconocimiento de amplias redes neuronales en el aparato digestivo y su relación con la “entrada” de alimentos y la flora microbiana, van sumando rápidamente y a pasos agigantados más posibilidades y complejidad. También se va dando un rol creciente al cerebelo, ya no como un segundo pequeño cerebro, como su nombre indicaba, sino como otro cerebro capaz de procesar “en línea” y proactivamente, anticipando resultados y corrigiendo desvíos. Como paso sorprendente por lo procrastinado, llega el reconocimiento del cerebro como un órgano parte del cuerpo a través del cual se expresa configurando y siendo configurado.
Un punto de encuentro interesante es el de los desarrollos en informática, inteligencia artificial, biología molecular y nanotecnologías. La información como conjunto de señales y su variada transferencia serán a su vez punto de partida y piedra basal para explicar y comprender el funcionamiento cerebral y las conductas. Se da la paradoja de que este procesamiento ajeno a nuestra conciencia dé sustento a la misma. Aparece el mundo de la señalética que determina tanto que una célula tenga una determinada forma tamaño y función (biología molecular), como que el mundo externo (el medio) incluyendo otros hombres, procesen y envíen señales del mismo tipo, que permitan interactuar, transferir experiencias, socializar, crear cultura y tener conductas tan complejas como ser Borges o no ser nada. Aparece el exocerebro de Batra.
Subyacentes se mantienen las dos preguntas fundamentales: el problema mente-materia y el problema naturaleza-cultura. Según cómo intentemos resolver el primero, nos aproximaremos a la solución del segundo o, por el contrario, podemos considerar ambos insolubles o innecesarios como los sostienen algunos autores.
El hombre
Si nos interesamos por ese ser vivo tan especial para nosotros como es el hombre también nos estaremos interesando por nosotros mismos siendo hombres. Dificultad mayor, ya que tendremos la limitación que impone una estructura cognoscente intentando conocerse a sí misma. Por otra parte son hombres quienes enseñan y aprenden, de allí que sea insoslayable acercarnos a su conocimiento.
El niño no es más que un cachorro del hombre, su proyecto. El hombre tal como nos reconocemos hoy, tiene una corta vida en tiempos planetarios: aproximadamente 40.000 años. Nuevos descubrimientos cambian este dato y también el lugar de inicio, la dirección de las migraciones y sus culturas obligando a nuevos planteos. Es interesante pensar que los homínidos que nos precedieron también tienen una corta historia en términos planetarios: entre 200.000 años el homo sapiens y 160.000 el homo erectus. De pronto aparece el “gran salto” y se instala