Deuda o soberanía. Alejandro Olmos Gaona

Deuda o soberanía - Alejandro Olmos Gaona


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ya que la Provincia de Buenos Aires se había incorporado a la Confederación Argentina. Mitre se opuso a nacionalizar el Banco sosteniendo que el Estado banquero era una idea condenada en el mundo económico. Sin embargo, el 5 de noviembre de 1870 el Congreso Nacional aprobó la creación del Banco Nacional, que resultó ser una entidad mixta, pero manejada por banqueros privados, quienes tenían mayoría en el directorio y podían decidir de qué manera orientar el crédito. Mostrando la peligrosidad de los préstamos externos, Carlos D’Amico, que fuera gobernador de la Provincia de Buenos Aires, había expresado: “Cada cinco años tendrán una crisis cuyos peligros irán creciendo en proporción geométrica, hasta que llegue un día en que los usureros del otro lado del mar sean dueños de todos sus ferrocarriles, de todos sus telégrafos, de todas sus grandes empresas, de todas sus cédulas y de las cincuenta mil leguas que les hayan vendido a vil precio. Cuando no tengan más bienes que entregar en pago empezarán por entregar las rentas de sus aduanas; seguirán por entregar la administración de todas sus rentas; permitirán, para garantir esa administración, la ocupación de su territorio y concluirán por ver flotar en sus ciudades la bandera del imperio que protege la libertad de Inglaterra, pero que ha esclavizado al mundo con la libra esterlina, cadena más fuerte y más segura que el grillo de acero más pesado que haya usado jamás ningún tirano”. Y cuando fue el intento de la privatización de Obras Sanitarias, el Gral. Roca sostuvo: “Yo aconsejé en contra pero no me hicieron caso… A estar por estas teorías (privatizadoras) de que los gobiernos no saben administrar, llegaríamos a la supresión de todo gobierno por inútil y deberíamos poner bandera de remate a la Aduana, al Correo, al telégrafo, a los puertos”.

      Durante las décadas que van del 60 al 80, la economía estuvo condicionada por la política de endeudamiento, que se siguió agudizando debido a los empréstitos contratados antes y después de la guerra del Paraguay a los efectos de financiar el conflicto primero y después recurriendo siempre a las mismas fuentes de financiamiento, lo que dio origen a la aparición de instituciones financieras privadas, siendo la más célebre de ellas el Banco de Londres y Río de la Plata, de gran significación en todas las operaciones que se irían instrumentando.

      El presidente Roca creó el 24 de septiembre de 1886 el Banco Hipotecario Nacional para facilitar préstamos hipotecarios en todo el territorio de la República y un año después se sancionó la Ley 2216 de Bancos Garantidos, creándose finalmente el 26 de octubre de 1891 el Banco de la Nación Argentina, que nació para hacer frente a una crisis especulativa y, de alguna forma, refundar el sistema financiero orientando el crédito hacia la producción, pero lo hizo con la estructura de una sociedad anónima, controlada por el Estado, que como organización privada no funcionó, siendo materia de la ambición privatizadora, ya que inversores de los Estados Unidos pretendieron quedarse con el banco que sería manejado por un directorio norteamericano. Carlos Pellegrini se opuso tenazmente a esa idea, hasta que el 30 de septiembre de 1904, por medio de la Ley 4507, se convirtió en un Banco oficial y en el agente financiero del Estado. Cuando se produjo la nueva apertura de la entidad, Pellegrini sostuvo: “Este banco se funda únicamente en servicio de la industria y el comercio (…) y de un gremio que no ha merecido hasta hoy gran favor en los establecimientos de crédito y que es, sin embargo, digno de mayor interés. Hablo de los pequeños industriales”. Además de su política proteccionista, Pellegrini instrumentó una serie de políticas financieras y monetarias que tendrían indudable gravitación en las décadas siguientes, permitiendo la expansión del modelo agroexportador, consiguiendo además desplazar a la moneda extranjera de la circulación local para ganar la soberanía monetaria.

      A pesar de la gran claridad conceptual de los que pensaron un sistema distinto y dirigido a satisfacer las necesidades productivas, el sistema financiero de la Argentina estuvo generalmente dedicado a la pura especulación y al financiamiento de una clase social que se dedicó a no cumplir sus obligaciones, sino a beneficiarse con el uso del crédito público, que se renegociaba y, por último, se dejaba de pagar.

      Desde el comienzo de nuestra vida independiente, cuando se creó la Caja Nacional de Fondos de Sudamérica, que tomaría depósitos y recibiría fondos destinados a la fundación de un Banco Nacional, hasta muchas décadas después, una serie de instituciones bancarias fueron creadas con el objetivo de emitir moneda, manejar el crédito y encargarse del crédito público. Esas instituciones recibieron en la mayoría de los casos la influencia del capital externo, que impuso a la Argentina una considerable cantidad de empréstitos que significaron, a su vez, una gravosa afectación de los bienes públicos a través de una permanente transferencia de recursos que fueron destinados invariablemente a pagar las acreencias a los bancos extranjeros, que frecuentemente suministraban préstamos al Estado Nacional para supuestos proyectos de inversión que no se realizaban. En el caso concreto de la aplicación correcta de los fondos, los préstamos fueron concedidos en condiciones extremadamente onerosas y además de ello la banca extranjera siempre trató de obtener la mayor cantidad de recursos, teniendo en muchos casos una influencia importante en las decisiones de la política económica del país. Con la creación del Banco de la Nación, que se constituyó en el agente financiero del Estado Nacional, se trató de ordenar el sistema estatal, pero ello no significó en modo alguno modificar la posibilidad de que los bancos extranjeros que operaban en el país tuvieran algún tipo de restricción en sus manejos financieros. En mis investigaciones pude advertir cómo, a través de las operaciones de redescuento que hacían los bancos privados con el Banco de la Nación, utilizaban el dinero de esta institución para sus préstamos operativos, obteniendo una considerable diferencia o spread, sin afectar sus propios capitales. Además de ello, la masa de créditos más importantes iba dirigida a los grandes terratenientes y a prominentes miembros de la dirigencia política conservadora que no los pagaban y los refinanciaban constantemente, sin que hubiera control alguno por parte del Estado sobre la modalidad de esas operaciones.

      Pero, así como las operaciones financieras externas fueron objeto de diversos trabajos, no ha ocurrido lo mismo con la operatoria de los bancos nacionales y privados, un tema que se encuentra pendiente de una exhaustiva investigación, especialmente las operaciones del Banco de la Nación que, según la información oficial, siempre contribuyó al desarrollo de todas las regiones del país, donde se instaló otorgando préstamos a arrendatarios y pequeños propietarios. Por algunas referencias que pude reunir, la cartera de ese banco estuvo destinada mayormente a privilegiar a un sector minoritario vinculado con los poderes de turno y con una clase privilegiada que usufructuó del ahorro nacional para su propio beneficio.


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