Ukelelala. Salva Rey

Ukelelala - Salva Rey


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      Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

      Diseño de cubierta e ilustraciones: Mister Andreu

      Maquetación: Endoradisseny

      Composición digital: Pablo Barrio

      Primera edición: Abril de 2018

      Primera edición digital: Abril de 2021

      © 2018, Contraediciones, S.L.

      c/ Elisenda de Pinós, 22

      08034 Barcelona

       [email protected]

       www.editorialcontra.com

      © 2018, Salvador Rey Nagel

      ISBN: 978-84-18282-49-2

      Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

      PARA SALVADOR REY CAPARRÓS

      1. Prólogo

      Todo empezó con un viaje a Londres en 2009. Mi mujer y yo volvíamos de dar una vuelta por el Old Spitalfields Market —un antiguo mercado victoriano cubierto— cuando en Cheshire Street nos topamos con una tienda que nos fascinó. Nos quedamos plantados delante del escaparate, boquiabiertos ante una exquisita selección de ukeleles de todas las formas, tamaños y épocas habidas y por haber. Aquella tienda se llamaba (y se sigue llamando) Duke of Uke. Es un lugar de peregrinaje para los amantes del «uke», que es el nombre con el que los iniciados nos referimos al ukelele.

      Aquel día adquirí uno tamaño concierto de la marca Stagg que me costó setenta libras. Hoy en día, con ese dinero puedes comprarte un uke bastante mejor. La verdad es que al principio no sabía muy bien qué hacer con él, así que empecé a estudiar un librito de canciones de bandas sonoras clásicas que también me compré allí.

      Rápidamente, el uke se convirtió en el instrumento doméstico por excelencia. Mi hija Ona, que entonces tenía tres años, lo prefería con diferencia a la guitarra, de una escala inabarcable para ella. Con el ukelele podía imitar a papá y tocarlo sin hacerse daño en los dedos, que por aquel entonces eran minúsculos.

      Cuando en 2012 empecé a escribir Rolf & Flor con Alex, mi socio, el uke se convirtió en el vehículo natural para el proyecto. Ya habíamos flirteado con él en alguna grabación anterior, pero aquello fue un antes y un después.

      Empecé a ir con él a todas partes, y pronto descubrí que era una herramienta asombrosa para componer, porque, a diferencia de la guitarra y el piano, el ukelele producía de manera natural toda una serie de procesos armónicos con los que yo había tardado años en familiarizarme.

      Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. Fue una tarde, después del cole, mientras estábamos mi madre, mi hija y yo jugando los tres en el comedor. Como de costumbre, había un uke entre los cojines del sofá. De repente, mi madre dijo, como quien no quiere la cosa: «Por cierto, ¿sabías que tu abuela tocaba el ukelele antes de la guerra?». Tras la sorpresa, me pregunté: «¿Cómo es posible que una muchacha del área rural más pobre de Alemania, la mayor de una viuda con nueve hijos a su cargo, consiguiera hacerse con un ukelele a finales de los años veinte?». La respuesta está en el capítulo 2 de este libro.

      Por otro lado, como experimento local, y gracias a la insistencia de la comunidad de fans de Rolf & Flor, empecé a preparar un curso de ukelele para padres con niños pequeños en un espacio familiar de mi barrio del Poblenou de Barcelona, La Llum de la Vila. Allí me podéis encontrar impartiendo clase los lunes por la tarde.

      ¿Qué encontrarás en este libro? Pues básicamente una versión literaria de estos cursos, que duran doce semanas. A través del «sistema Ukelelala» te explicaré algunos conceptos musicales básicos que te permitirán tocar y cantar prácticamente cualquier canción que se te antoje con el ukelele. Lo haremos de manera lúdica, a través de cuentos y juegos en los que las canciones funcionan como vehículo para la actividad.

      La idea es acercarnos al instrumento de una manera más práctica que académica. No te voy a agobiar con toneladas de teoría. Más bien al contrario: intentaré equiparte en el menor tiempo posible con las herramientas mínimas que deberías conocer antes de ponerte a tocar. Y después me dedicaré a enseñarte a tocar el instrumento, no a leer partituras. En este sentido, me parece muy interesante el planteamiento de la escuela Suzuki, que se basa en una idea muy sencilla: primero aprendemos a hablar, luego a leer y a escribir.

      Dicho esto, si al finalizar este curso te pica el gusanillo, siempre te puedes apuntar a cursos de teoría musical, pero para acompañarte con el ukelele mientras cantas tus temas favoritos, no te hará falta. Baste decir que ninguno de los cuatro Beatles era capaz de leer una partitura. A pesar de todo, tocaban bastante bien y escribían canciones increíbles. Por cierto, ¿sabías que George Harrison era uno de los nuestros? A finales de los sesenta tocaba el uke a todas horas. Clásicos como «Here Comes the Sun» y «Something» fueron compuestos con él.

      Suelo preguntarles a mis alumnos si tienen algún tipo de formación musical. Como respuesta, es frecuente obtener un «De pequeño toqué el piano —o el violín o la guitarra— durante años, pero no he vuelto a tocarlo desde mi último día de clase. No me acuerdo de nada». Hay un subtexto en esta respuesta: «No me quiero acordar de nada, porque aquello fue una tortura». Desgraciadamente, hay un montón de gente que no ha vuelto a tocar un instrumento (que, sin ser conscientes de ello, llegaron a dominar hasta cierto punto en su infancia) porque de pequeños los ahogaron con teoría mal combinada con ejercicios extenuantes y sin sentido.

      Y luego están los complejos relacionados con la voz, que se manifiestan en afirmaciones como: «Prefiero no cantar, me conformo con tocar el ukelele, porque desafino mucho». A las que yo contesto con esta pregunta: «¿Cantas muy a menudo?». La respuesta habitual es: «No canto nunca, porque desafino mucho». En este punto de la conversación —una vez detectado el pescado que se muerde la cola—, siempre explico que, a pesar de que hay gente que tiene más facilidad que otra para afinar, todos podemos llegar a hacerlo con bastante precisión si le dedicamos un poco de tiempo y cariño. Nuestras cuerdas vocales están conectadas a los músculos de la laringe, y estos, como cualquier músculo de nuestro cuerpo, no responden bien si no los ejercitamos. Es decir, no podemos cantar «La donna è mobile» si no entrenamos bien la voz. Igual que no podemos correr una maratón —ni media— si no entrenamos bien las piernas.

      Me alegra constatar que gracias al ukelele he conseguido rescatar a algunos de estos adultos y devolverlos al redil de la música. Aunque el mayor mérito es suyo —y con ello me refiero a la decisión de enfrentarse a sus propios miedos—, contar con una herramienta como el ukelele facilita mucho el proceso. El uke es muy agradecido: si le prestamos un mínimo de atención, nos ofrecerá recompensas a muy corto plazo.

      Quiero insistir en este punto: Ukelelala quiere ser un curso ameno para acercarse al instrumento con tranquilidad. No quiero que nadie se agobie; se trata, antes que nada —y perdón por el topicazo—, de pasar un buen rato. En serio, yo lo veo así: el objetivo de la música es pasarlo bien. Interpretar música nos llena, contribuye a mejorar nuestro estado de ánimo, nos centra…

      Puedes sumergirte en Ukelelala durante un tiempo de doce semanas —que es lo que, de hecho, dura el curso presencial que imparto— o lo puedes hacer en un año. Tú decides… Y si en este momento de tu vida no tienes absolutamente nada que hacer y decides ponerte a jornada completa, podrías estar tocando el uke de manera bastante decente en pocos días…

      Para acabar con esta introducción y entrar en materia, dejadme que os lance una última idea. Si a lo largo de vuestra vida no habéis tocado nunca un instrumento musical, igual tampoco os habéis planteado lo siguiente: no es lo mismo escuchar música en familia que tocarla. Lo segundo es unas mil veces más gratificante. Y cuando hablo de familia, evidentemente lo hago en el sentido más amplio:


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