Ukelelala. Salva Rey
una promoción de primera a una marca de instrumentos.
Así es como el ukelele se convierte en un accesorio básico de la vida americana entre los años treinta y principios de los sesenta. Sin embargo, en la década de la paz y el amor, muere de éxito: se convierte en un objeto demasiado mainstream para una juventud que de una manera un poco reduccionista podemos dividir en dos grupos: los fans del rock y los fans del folk. Para los primeros, el uke no es suficientemente ruidoso, y para los segundos —que se toman muy en serio a sí mismos—, es un objeto de consumo masivo; más que un instrumento de verdad, lo consideran un juguete. Lo que sí comparten ambos grupos es la percepción del ukelele como un objeto de las fiestas de cócteles que montaban sus padres; algo carca y poco moderno. Aunque Elvis empuñe un ukelele, la gente joven prefiere al Elvis rockero del 57 que al romanticón del 62. De hecho, el propio Elvis reniega de esa etapa con su Comeback Special de 1968, un programa especial de televisión para la NBC donde renace como rockero embutido en cuero negro. La estocada definitiva se produce en 1969, con el festival de Woodstock, donde los rockeros y los folkies se dan de la mano para celebrar el advenimiento de la amplificación eléctrica tal y como la conocemos hoy en día. En ese momento, los equipos ya tienen diez veces más potencia que los que utilizaban los Beatles a mediados de la década en sus conciertos multitudinarios. Ese mismo año se interrumpe la producción del mítico Maccaferri «Islander».
Aunque si en EE. UU. el ukelele decae seriamente a finales de los años sesenta, en Canadá es introducido como instrumento vehicular para el aprendizaje musical, en sustitución de la flauta dulce, lo que me hace pensar que, si Dios existe, posiblemente sea canadiense. En el capítulo 4, cuando tracemos una breve panorámica por la teoría musical, también desgranaremos las razones por las que el ukelele es una excelente herramienta educativa, bastante superior a la flauta dulce.
El caso es que a finales de los años sesenta el ukelele entra en un estado casi vegetativo, aunque sigue reapareciendo aquí y allá, sobre todo en bandas de Dixieland, hasta que en los primeros años del nuevo milenio nos lo volvemos a encontrar en la calle y, sobre todo, en internet.
Muchos ukelelistas se han convertido en bloggers o youtubers, contribuyendo a fomentar notablemente su difusión.
Si tecleáis «ukelele + tutorial + [el título de cualquier canción que se os ocurra]» en YouTube, con casi absoluta seguridad encontraréis algún resultado.
Lo siguiente que os preguntaréis es, «pero si está todo en YouTube, ¿por qué debería leer este libro?». Pues porque YouTube es maravilloso, pero al igual que el resto de internet, padece el problema de la fragmentación. Es cierto que está todo (bueno, casi), pero no está ordenado; hay que saber qué estas buscando y en qué orden hacerlo.
Este libro debería servir para sentar unas bases, ayudarte a crear una estructura mental de cómo funciona la música y cómo la hacemos funcionar con el ukelele. Debemos tener en cuenta que el ukelele es un instrumento pensado para acompañar la voz. Así que también cantaremos. A partir de aquí, puedes seguir explorando en la dirección que más te apetezca. Cuando sepas qué estas buscando, ese será el momento de tirarse de cabeza a YouTube.
Sería injusto cerrar este breve repaso histórico sin mencionar a la última hornada de ukelelistas que están marcando la pauta ahora mismo. He obviado muchos nombres de intérpretes históricos por darle fluidez al texto, y también lo haré en esta parte final, pero creo que debería acabar nombrando al menos a dos contemporáneos que os encantarán. Tampoco descarto que hayas adquirido este manual por haber visto algún vídeo suyo. ¡Confiesa! Me refiero a Jake Shimabukuro y James Hill. Del primero os recomiendo encarecidamente la versión de «Bohemian Rhapsody» de Queen, y del segundo la versión de «Billie Jean» de Michael Jackson. Ya os adelanto que lo que hacen estos tipos es «nivel Jedi». Lo que tocan solo es posible gracias a una meticulosa práctica, muchas horas de ensayo durante años y un instrumento de primerísima calidad. Y cada uno representa una escuela diferente: Shimabukuro apuesta por versiones puramente instrumentales, en las que toca melodía y acompañamiento a la vez. Suena un poco como Stanley Jordan con la guitarra, pero sin usar las dos manos en el mástil, excepto en momentos puntuales. En cambio, James Hill, que viene del sistema canadiense, se dedica a llevar al extremo lo de acompañar la voz con el ukelele. Interpreta diferentes líneas de instrumentos y añade percusión; todo a la vez y con un solo instrumento. Sería el equivalente a hacer juegos malabares, empezando con una bola, luego dos y finalmente tres, y Hill lo hace para ponerlo al servicio de la voz. Tampoco es que sea un cantante excepcional: lo que es excepcional es cómo se acompaña.
Me gustaría hacer una última distinción antes de cerrar este capítulo y entrar en materia. Ya hemos dicho que en los años veinte se introdujeron dos tipos de ukelele: el concierto y el tenor, tras lo cual el de tamaño estándar o hawaiano empezó a conocerse también como «soprano». ¿Qué diferencia hay entre ellos? El tamaño. El soprano es el más pequeño de la familia, el concierto es el mediano y el tenor, el mayor. Hay más tamaños de ukelele, uno más pequeño: el sopranino, y un par más grandes: el barítono y el bajo. Pero nos quedaremos con los tres primeros, ya que se afinan igual y son los más comunes. Tendréis que escoger cuál de ellos es el más adecuado en relación al tamaño de vuestras manos. Ya os avanzo que, a menos que tengáis unas manos muy grandes (tipo Jimi Hendrix), no tendréis problemas en tocar ninguno de ellos.
Además del tamaño, las distinciones las encontramos en el sonido: el soprano suena más compacto y seco, el concierto mas brillante y definido, y el tenor puede sonar casi como la parte alta de una guitarra y tiene un grave definitivamente superior al de sus hermanos menores. Cuanto más complejo sea lo que queráis tocar, más tenderéis a un tenor. Si queréis un sonido más crudo, para cantar canciones de folk, por ejemplo, el soprano os irá de maravilla, siempre y cuando no tengáis las manos de Hendrix… Con esto no quiero decir que no se puedan hacer cosas difíciles con el soprano: por ejemplo, va muy bien para tocar ritmos muy acelerados, ya que como la distancia entre las cuerdas es menor que en los otros dos ukeleles, el recorrido que tiene que hacer la mano derecha —la mano con la que habitualmente rasgueamos las cuerdas— también lo es. Para niñas y niños de entre cinco y diez años, recomiendo el soprano.
Sea cual sea el que escojáis o hayáis escogido, la siguiente pregunta es: ¿Y ahora qué?
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