Por llevar la contraria. Alberto Morales
y a las señoras encopetadas, ya desaparecieron.
Desencanto porque ya los yupis tienen otros intereses. La cultura no los convoca. Lucía dice algo parecido a que esta nueva dirigencia pareciera caminar por el mundo presa del desencanto.
Emoción porque ahora, la cultura es popular. Sus expresiones, sus respuestas, su público, son populares.
Y entonces empieza uno a reflexionar con cierto sentimiento de pánico, que es cierto, que hay una tal desidia entre la gente joven de estratos altos por todo lo que la rodea, que están tan sumergidos en sus microcosmos, tan engolosinados con el Parque Lleras, tan embebidos en la búsqueda del dinero rápido, que lo que se está configurando ahí es un síntoma de decadencia con ribetes de amenaza.
Esa especie de autismo que implica dar la espalda a la realidad, ese ejercicio desesperado de la “alegría” a como dé lugar, la “euforia perpetua” de la que habla Pascual Bruckner, esa obligación moral de ser dichoso porque todo se puede comprar (unas nalgas, unas teticas, el bótox, mi carro es más grande que el tuyo, parce, uy qué rumba) tiene un precio: la imbecilidad colectiva.
Siéntese a escucharlos sin prejuicios. Escúchelos y sorpréndase de qué hablan, cuáles son sus temas de interés, sus reflexiones. Hay una superficialidad tan arrasadora, una banalidad tan contundente, una estupidez tan rampante, que usted empieza a sentir escalofríos y la sensación cierta del no futuro.
Es ahí cuando las afirmaciones de Lucía y de Alberto, en el programa del que hablo, se convierten de repente en una voz de esperanza. No, no todo está perdido, porque la ciudad vive su revolución cultural. Y si la cultura se agita en las esquinas, se agitan también los pensamientos, para darle razón a Savater, “los humanos nos reconocemos como humanos, porque somos capaces de pensar juntos”.
Un ejercicio que no parece estar agitándose por el Lleras [el parque] y por las transversales… ¡Qué dolor!
14 de agosto de 2010, Periódico El Tiempo
Los impunitas, desde Alejandría hasta Medellín
Cirilo, obispo de Alejandría (una ciudad del antiguo Imperio Romano), es un santo por partida triple. Es reconocido y exaltado como tal por la iglesia Católica, la iglesia Ortodoxa y la Copta. Un patriarca ejemplar que murió en olor de santidad y sin el más mínimo remordimiento el 27 de junio del año 444.
El historiador Hans von Campenhausen lo describe como un hombre autoritario, violento, astuto, convencido de la grandeza de su sede y de la dignidad de su ministerio. Expresa el historiador que Cirilo siempre consideró justo aquello que le era útil a su poder episcopal y que la brutalidad y falta de escrúpulos con que llevó su lucha nunca le crearon problemas de conciencia.
Cirilo defendía la “verdad”. Una verdad contraria al pensamiento de Hipatia, mujer hermosa y de gran talento, la hija más amada de Teón, bibliotecario de Alejandría. A ella se deben textos trascendentales como el Comentario sobre la aritmética de Diofanto y otro sobre las Crónicas de Apolonio.
Filósofa, geómetra, investigadora de la ciencia, fue secuestrada por una muchedumbre de monjes devotos seguidores de Cirilo, quienes la llevaron a la iglesia de Cesario, en donde fue golpeada brutalmente, apedreada, le arrancaron los ojos y la lengua, le sacaron los órganos y los huesos y luego quemaron sus restos. Destruyeron su obra y la borraron de la faz de la tierra.
El crimen de Hipatia quedó impune. Cirilo sobornó al investigador Edesio, quien no pudo esclarecer la verdad de lo ocurrido, ni quiénes fueron los instigadores.
Impunidad es una palabra extraña que, la mayoría de las veces, está asociada al poder, a la corrupción y al fanatismo. Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América. Y, en Antioquia y Medellín, sí que hemos oído hablar de impunidades.
Oímos del Proyecto Cultura que lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo, escuchamos que Israel goza de impunidad permanente por sus crímenes de guerra, leemos sobre la historia de la impunidad en Argentina.
Y también nos llegan ecos de la impunidad contra los crímenes de periodistas en Brasil, y sabemos que nuestros indígenas claman, por citar un caso, contra la impunidad con la masacre de El Naya (Cauca).
El impune, como ocurre con Cirilo, no tiene castigo, nadie lo juzga. Ni él ni quienes lo defienden aceptan razones, porque ejercen sus actos con una pasión exacerbada, tienen una relación desmedida y tenaz con su verdad. Adhieren de manera incondicional a sus razones, lo que hace que se comporten de manera irracional.
Son fanáticos. Están convencidos de que su verdad es la única válida y menosprecian las opiniones de los demás. Cuando el fanático accede al poder, desarrolla un sistema para imponer sus creencias, castiga a los opositores y llega a matarlos.
El coronel Plazas [Luis Alfonso Plazas Vega], por ejemplo, es responsable por la desaparición de doce personas que salieron vivas del holocausto del Palacio de Justicia. Hay pruebas documentadas. Pero quienes lo defienden no admiten razones. No hay allí un crimen, ningún exceso. Su abogado defensor dice que ni siquiera hubo desaparecidos.
Qué coincidencia, por ahí hay un arzobispo diciendo que los campos de concentración y los hornos crematorios en la Segunda Guerra Mundial nunca existieron. Sí, hay ceguera en el fanatismo. La mala noticia para ellos es que 1600 años después, Hipatia sigue viva…
Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América.
18 de septiembre de 2010, periódico El Tiempo
George Lakoff dice que la derecha, más o menos desde mediados de la década del sesenta, se dedicó a organizar “Tanques de Pensamiento” capaces de nutrirlos argumentativamente, para tomar la iniciativa en los debates claves que sostienen con las tendencias progresistas de la sociedad.
Expertos como Frank Luntz les brindan guías de estilo orientándoles sobre el lenguaje que deben utilizar para seducir audiencias. La derecha viene con todo.
Para la muestra un botón: ahora resulta que el proyecto “Sol y Luna” que impulsó la realización de la campaña de prevención del embarazo adolescente en Medellín, no fue bueno. Sus evidentes y saludables resultados en salud sexual y reproductiva no importan, porque ocurre que la mirada debe ser otra, la verdadera, la oficial, la de la iglesia, la conservadora, la mirada de ellos.
A la derecha le aterroriza la libertad. Si a los muchachos se les propone una discusión sobre el sexo libre, responsable y seguro, entonces se les está invitando a la promiscuidad. Del sexo –dice la derecha– es mejor hablar en otros términos o en uno solo de los términos: el de la responsabilidad.
Porque para la derecha el placer sexual está proscrito, su única función es la reproductiva, “traer hijos al mundo para la gloria de Dios”, dicen. Los progresistas tenemos la tendencia dañina a menospreciar estas andanadas. Creemos que es tan retardataria la mirada, que no vale la pena debatir. Estamos terriblemente equivocados.
Mientras nos quedamos callados o despreciamos su discurso, ellos montan a la sociedad en su marco conceptual: la moral del padre estricto, en la que Dios –que es todo bondad– decide qué está bien y qué está mal. El placer y la libertad en el sexo, por ejemplo, son inmorales. Para cumplir los mandamientos de Dios hay que ser disciplinado, practicar la abstinencia, resistir la tentación. Hay un orden moral natural: Dios por encima del hombre, el hombre por encima de la naturaleza, los adultos por encima de los niños... Y ese orden moral se extiende con demasiada frecuencia a los hombres por encima de las mujeres, los blancos por encima de los no blancos, los cristianos por encima de los no cristianos.
Creo que estamos equivocados. Hay que debatir, confrontar