Por llevar la contraria. Alberto Morales
de la infraestructura de vías y de servicios públicos, para adoptar un hábitat consecuente con un estilo de vida.
Y hay, de otro lado, una visión más optimista. La ciudad de la pelea por la inclusión y la democracia, por convertirse en un espacio cada vez más habitable. La ciudad de América Latina, y eso se siente en Medellín, lucha por convertir el espacio público en territorio de encuentro ciudadano
García Canclini, un argentino (residenciado en México), estudioso del tema que es del club de los optimistas, expresa que es inútil asumir a nuestras ciudades como bastiones de la identidad nacional cuyo deber ser sea rebelarse a toda costa, contra los efectos de la globalización. García Canclini habla de los procesos de “hibridización” que son característicos del desarrollo de las tecnologías de la comunicación, capaces precisamente de desterritorializar esas culturas.
Estas ciudades nuestras revindican por fin el derecho a respetar al otro, significa que aprenden que el descubrimiento de las diferencias no agota el sentido de la comunicación. Ciudades que se entienden por fin como producto de esfuerzos colectivos en donde cada quien ha de aportar a su avance y desarrollo.
Democracia e inclusión se convierten entonces en palabras poderosas y mágicas. Bajo esa mirada optimista, la migración de la que estamos hablando ya no es una huida, un desarraigo. Es un aprovechamiento de la infraestructura de vías y de servicios públicos, para adoptar un hábitat consecuente con un estilo de vida y una relación con el mundo, pero que no implica para nada abandonar a esa ciudad amada que sigue ahí al alcance de la mano, para ser disfrutada y vivida con toda intensidad. Son visiones.
Mayo de 2006, periódico La Hoja de Medellín
¿Hasta cuándo van hablar mal de Medellín?
“Si encuentras una tortuga en un poste, alguien la puso ahí...”
Viejo proverbio chino
¿Cuál es el problema de imagen que tiene esta ciudad? ¿Es también un problema de los ciudadanos?
¿Qué hace que una publicación con reconocimiento internacional y un prestigio ganado a fuerza de seriedad y rigor como National Geographic, edite un artículo que, bajo el título de “Medellín, historia de una guerra urbana”, termine desconociendo la situación actual de esta ciudad y perpetúe esa imagen de violencia y deterioro con la que se la reconoce en el mundo?
El argumento de mala fe manifiesta, algo así como que el artículo sea producto de una acción premeditada y alevosa, inspirada ya por una fuerza superior o por una trapisonda individual, que busca dañarnos a toda costa, no me encaja. Dudo mucho de que la Revista haga parte de un plan de esta envergadura, o que quisiera o exista una conspiración en tal sentido.
Tampoco creo en la versión del sensacionalismo a ultranza, de la truculencia para ganar lectores. No es National Geographic una revista con este tipo de antecedentes, ni el perfil de su público objetivo parece ser proclive a incentivos de esta naturaleza.
Pueden caer sobre mí rayos y centellas, pero voy a arriesgar con toda seriedad una opinión, asumiendo todas las consecuencias.
Creo que la National Geographic, que su consejo de redacción y su editor, decidieron publicar el artículo porque asumieron, con toda sinceridad, que lo escrito allí, en agosto de 2003, seguía siendo rigurosamente cierto, dieciocho meses después.
¿Por qué habrían de creer lo contrario? ¿Quién les había entregado una versión diferente de la ciudad?
Para explicar de manera adecuada esta reflexión, analice usted este escenario en el que voy a citar tan sólo dos ejemplos. De un lado, el domingo 13 de marzo de 2005, en la edición del periódico El Colombiano, el editorial se iba contra la publicación acusándola de amarillista, en el página sexta y bajo el título de “Alarma por víctimas de la violencia común”, un artículo suscrito por los redactores Nelson Matta y María Cristina Rivera empezaba así: “Bebés apuñalados por deudas, menores envenenados o acuchillados por sus padres acosados por la miseria o los celos, jóvenes que terminan en una fiesta con una masacre tras lanzar una granada y peleas con armas entre colegiales, es el panorama más mencionado de la delincuencia común y familiar la última semana en el país…”
De otro lado, la revista Cambio, en la edición del 14 al 21 de marzo del 2005, dedica su carátula a lo que denomina las “troneras” en el proyecto de ley de justicia y paz propuesto por el gobierno en el marco de las negociaciones que sostiene con los paramilitares, a propósito de lo que la opinión pública conoció como el narcomico. Queda claro para el lector del artículo central que la esencia del ‘mico’ apuntaba a convertir el narcotráfico en delito político que, conforme lo expresó el senador Rodrigo Rivera, fue lo que “durante años buscó el grupo terrorista llamado ‘Los extraditables’, que dirigía y financiaba Pablo Escobar…” (¡Y, dale con Pablo Escobar!).
Asuma que es usted el señor William L. Allen, editor de la National Geographic, y que por razones de su oficio, lee la información diaria que entregan los medios colombianos. Para la muestra los dos artículos mencionados y que constituyen el pan diario de nuestro acontecer, ¿creería usted que algo ha cambiado entre agosto del 2003 y esta fecha?
¿Asumiría usted que hay un tema diferente al de la violencia, las drogas y la pobreza, para ser tratados, o dudaría usted de que este país, y esta ciudad que tanto lo representa, no están asolados por el crimen?
Hay que torcerle el pescuezo al “relato dominante”
Tirios y troyanos reconocen como cierta una realidad incontrovertible: nuestra ciudad trasiega bajo los efectos de un “imaginario violento”, con “una etiqueta de ser la ciudad más violenta del mundo”. Esa es su impronta. Una percepción construida a lo largo del último cuarto de siglo de su historia.
El profesor Epson White ha desarrollado una teoría en torno a lo que se denomina “el relato dominante”. Se trata de “la red de premisas y supuestos que la opinión pública se forma y que constituyen el mapa del mundo que cada cual tiene”. En nuestro caso, violencia, narcotráfico y pobreza constituyen la esencia de ese relato dominante. La imagen pública de nuestra ciudad proyecta eso.
Desde luego que quienes tenemos una información diferente sobre nuestra ciudad, que quienes conocemos su otra realidad, nos salimos de nuestras casillas cuando alguien insiste en perpetuar la cara del relato dominante, pero la realidad es que esa imagen percibida está ahí, fue construida mediante una larga operación mediática, persistente y sistemática, aunque no premeditada, y es con las armas de la comunicación dirigida como debemos derrotarla.
Ciertamente tenemos mucho que contar, pero ¿lo hemos contado con la misma persistencia y sistematización con la que se construyó la otra cara? El relato dominante es susceptible de cambiarse. Lo hicieron la Alemania y el Japón de la posguerra, lo hizo Nueva York, lo están haciendo hoy ciudades como Pittsburgh, Barcelona y Bilbao.
No voy a incurrir en la impertinencia de decir que no se está trabajando en este tema en el Medellín de hoy, sólo pienso que, además de apretar el acelerador, hay que comunicar de manera certera esa estrategia a la opinión pública.
El marketing de la ciudad, la marca, la autoestima
Es claro que debemos persuadir al mundo de nuestro proceso de transformación, hasta lograr que la marca “Medellín” genere otro tipo de percepciones. Para lograrlo tenemos que entender que una marca no es la simple denominación de un producto, de un servicio o, como ocurre en el caso que nos ocupa, una ciudad. Una marca es todo aquello que la gente piensa cuando escucha esa denominación, es un proceso complejo porque hay un axioma en el mundo contemporáneo: el ámbito de la audiencia no es sólo el local y regional, sino internacional.
Manuel Castells, el sociólogo español que tanto ha hablado sobre la sociedad del conocimiento,