El tesoro de los Padres. José Antonio Loarte González
misericordia
San Gregorio Magno
Los santos ángeles
En la Resurrección del Señor
Los bienes de la enfermedad
San Isidoro de Sevilla
Cómo leer la palabra de Dios
Las obras de misericordia
San Ildefonso de Toledo
Honrar a María
ÚLTIMOS PADRES DE ORIENTE (SIGLOS V-VIII)
Teodoto de Ancira
Lección de Navidad
Juan Mandakuni
Cómo acercarse al Santísimo Sacramento
«Himno Akathistos»
María en el Evangelio
Santiago de Sarug
Sede de todas las gracias
San Romano el Cantor
Las bodas de Caná
Madre dolorosa
San Sofronio de Jerusalén
Ave María
San Juan Clímaco
El diálogo con Dios
San Máximo el Confesor
El consuelo de la Iglesia
San Anastasio Sinaíta
Para comulgar dignamente
San Andrés de Creta
Madre inmaculada
San Germán de Constantinopla
Madre de la gracia
San Juan Damasceno
El jardín de la Sagrada Escritura
La fuerza de la Cruz
El coro de los ángeles
Madre de la gloria
UNAS PALABRAS AL LECTOR
El objetivo de estas páginas es poner al alcance de los lectores algunas de las piedras preciosas que se encuentran como engastadas en los escritos de los Santos Padres.
Estamos en unos tiempos caracterizados por el redescubrimiento de este gran tesoro de la Iglesia, al que se acude cada vez con más frecuencia para ilustrar aspectos de la doctrina y la espiritualidad cristianas. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, esa vuelta a los Padres no rebasa los límites de pequeños cenáculos, por la sencilla razón de que adentrarse en sus escritos no es tarea fácil. Está, en primer lugar, el obstáculo de la lengua (latín y griego, por no citar otras lenguas antiguas), que sólo en los últimos decenios ha empezado a resolverse, mediante la edición de algunas obras en idioma vernáculo; y, más allá de la lengua, la lógica dificultad de establecer contacto con escritores que vivieron hace más de mil años. Por eso, el acceso directo de los Padres sigue siendo un imposible para el gran público.
Este libro trata de ayudar a saltar ese abismo, pues ofrece textos elegidos con el criterio de que resulten útiles al hombre de hoy, por su temática, su análisis de la situación o las luces que aportan a los problemas de siempre. Durante años, en el curso de una lectura patrística constante, he ido reuniendo los que me parecían más interesantes desde este punto de vista.
No se trata, queda claro, de una antología. Faltan aquí, en efecto, textos que serían esenciales en una historia del dogma porque han ejercitado una enorme influencia en el pensamiento teológico de la Iglesia, pero que resultarían poco «digeribles» para el hombre y la mujer de hoy, quizá por hallarse excesivamente ligados a las circunstancias históricas concretas que les dieron origen. Por eso, más que de una antología, yo hablaría de una selección llevada a cabo con el objetivo de ofrecer al cristiano corriente, no especialista, materia de reflexión y de estímulo en su vida cristiana ordinaria.
Qué son los Padres de la Iglesia
En el uso de la Biblia y de la antigüedad cristiana, la palabra «Padre» se aplicaba en un sentido espiritual a los maestros. San Pablo dice a los Corintios: «Aunque tengáis diez mil preceptores en Cristo, no tenéis muchos padres, porque sólo yo os he engendrado en Jesucristo por medio del Evangelio»[1]. Y San Ireneo de Lyon: «Cuando alguien recibe la enseñanza de labios de otro, es llamado hijo de aquél que le instruye, y éste, a su vez, es llamado padre suyo»[2]. Como el oficio de enseñar incumbía a los obispos, el título de «Padre» fue aplicado originariamente a ellos.
Coincidiendo con las controversias doctrinales del siglo IV, el concepto de «Padre» se amplía bastante. Sobre todo, el nombre se usa en plural —«los Padres», «los Padres antiguos», «los Santos Padres»—, y se reserva para designar a un grupo más o menos circunscrito de personajes eclesiásticos pertenecientes al pasado, cuya autoridad es decisiva en materia de doctrina. Lo verdaderamente importante no es la afirmación hecha por uno u otro aisladamente, sino la concordancia de varios en algún punto de la doctrina católica. En este sentido, el pensamiento de los obispos reunidos en el Concilio de Nicea, primero de los Concilios ecuménicos (año 325), adquiere enseguida un valor y una autoridad muy especiales: es preciso concordar con ellos para mantenerse en la comunión de la Iglesia Católica. Refiriéndose a los Padres de Nicea, San Basilio escribe: «Lo que nosotros enseñamos no es el resultado de nuestras reflexiones personales, sino lo que hemos aprendido de los Santos Padres»[3]. A partir del siglo V, el recurso a «los Padres» se convierte en argumento que zanja las controversias.
Por qué conocer a los Padres
¿Por qué es tan importante, en el momento actual, el conocimiento de los escritos de los Padres? Hace pocos años, un documento de la Santa Sede intentaba responder a esta cuestión. Se dan en esas páginas tres razones fundamentales: 1) Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición de la Iglesia. 2) Los Padres nos han transmitido un método teológico que es a la vez luminoso y seguro. 3) Los escritos de los Padres ofrecen una riqueza cultural y apostólica, que hace de ellos los grandes maestros de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre[4]. El análisis de estas afirmaciones puede servimos para ilustrar cómo los escritos de estos autores constituyen un verdadero tesoro de la Iglesia; un tesoro cuyo conocimiento y disfrute no debería quedar reservado a unos pocos, ya que es patrimonio de todos los cristianos.
La doctrina predicada por Jesucristo, Palabra de Dios dirigida a los hombres, fue consignada por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo y entregada a la Iglesia. La Sagrada Escritura es, por eso, un Libro de la Iglesia: sólo en la Iglesia, a la luz de una Tradición que se remonta al mismo Cristo, puede ser adecuadamente entendida y transmitida a las generaciones posteriores. Las ciencias positivas de