El poder del amor y otras fuerzas que ayudan a vivir. Enrique Chaij
el “átomo” ocupa cinco páginas completas. Y esta misma enciclopedia universal, en su edición de 1973, seguía sin mencionar la palabra “amor”, en tanto que al término “átomo” y sus derivados les dedica nada menos que ¡veinte páginas!
¿Nos dice algo este hecho realmente llamativo? ¿No será apenas una muestra de lo que está sucediendo también en la vida corriente de los seres humanos? Nuestro mundo sigue produciendo y acumulando mucha energía atómica, mientras que se va empobreciendo en su energía afectiva. ¿Por qué no ser más equilibrados, y colocar cada fuerza en su respectivo nivel, en lugar de eliminar o descuidar lo que debería ser prioritario?
¿Quién podría negar la importancia suprema del amor? ¿Existe acaso en el mundo algún poder mayor?
Muchos podrán considerar el amor como un mero impulso emocional, o como una simple expresión de bondad. Aun así, sería un bien de alto valor espiritual. Pero, el verdadero amor es mucho más que eso. Es la fuerza que despierta la voluntad, enciende el entusiasmo y enriquece la vida. Sin amor, todo languidece, y el mundo se llena de violencia y de maldad. Tanto en las relaciones familiares e interpersonales como en las de orden internacional, el amor fraterno sigue siendo el componente de mayor necesidad.
Podemos vivir sin todos los recursos y la fuerza del átomo, pero ¿quién podría vivir y convivir sin el poder del amor en su corazón? ¡Qué mundo de ensueño podríamos tener si supiéramos amar de verdad!
Indispensable
Poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, en cierto orfanato de Europa se dio el caso de un grupo de 97 criaturas, cuya edad oscilaba entre los tres meses y los tres años, que –según el informe médico– enfermaron o murieron por falta de amor.
Las criaturas fueron vestidas y alimentadas convenientemente, y se les dio la atención médica que correspondía. Solamente faltaba un elemento. El personal de la institución era sumamente escaso, y cada enfermera debía cuidar a un grupo demasiado numeroso de huerfanitos desvalidos. Apenas sí podían alimentar, vestir y bañar a las criaturas. No tenían tiempo para estar a su lado, para consolarlas o para demostrarles alguna clase de afecto.
Después de tres meses de internación, aparecieron síntomas de serias anormalidades. Y, a los cinco meses, los niños habían agravado rápidamente. Algunos enloquecieron por causa de la soledad y el temor, 27 murieron en su primer año de vida y 7 más murieron en su segundo año. Otros 21 que lograron sobrevivir quedaron tan perjudicados por esta experiencia que fueron clasificados como neuróticos incurables. La falta de amor había destrozado la vida de más de la mitad del grupo.
Al reflexionar en esta triste experiencia, surge la inquietud: ¿No estará ocurriendo hoy en general algo parecido en nuestra sociedad? Mientras que el hombre continúa realizando sus grandes hazañas de conquista espacial, ¿no estará olvidando que conquistas aún mayores, y mucho más útiles, pueden lograrse para el bien de todos mediante el cultivo del amor puro y abnegado?
En este mismo tiempo en que tanto abundan las enfermedades de la mente, cuánto se podría hacer para prevenirlas o evitarlas si aprendiésemos a amarnos los unos a los otros. Todavía el amor sigue siendo la fuerza más poderosa, y no hay técnica o moral moderna que pueda desterrarlo sin que se sientan sus trágicos efectos. ¿Quién podría concebir una amistad sin amor, un hogar sin afecto, o un alma noble sin este principio superior que da sentido a la existencia?
La cortesía, el respeto, la afabilidad, la comprensión, la simpatía y tantas otras virtudes que abren puertas y hacen grata la vida no son más que frutos de esta fuerza que llamamos amor.
Un clamor universal
Un matrimonio sin hijos visitó cierto día el orfanato de la ciudad con el propósito de adoptar a uno de los niños. Y, en la conversación que mantuvieron con el muchachito que deseaban prohijar, le mencionaron todas las cosas hermosas que podría tener en el nuevo hogar. Pero, para asombro de ellos, el chico les preguntó: “¿Y nada más que una linda casa, juguetes y ropa nueva voy a tener?” “Bueno, ¿qué más te gustaría tener?”, le preguntó entonces la señora. A lo que el niño respondió: “Solo quiero que me amen”.
La espontánea palabra del chico encierra el gran clamor de la humanidad. Es cierto que nos atraen los bienes materiales, y que luchamos por adquirirlos. También es verdad que nos empeñamos por abrirnos paso y por conquistar una posición en la vida. Pero, si todas estas ventajas no van acompañadas por la seguridad de que somos amados, ¿qué valor tienen para darnos un poco de felicidad? Es que la mayor motivación de la vida, y lo que realmente la sustenta, ¿no es acaso la certeza de que somos apreciados por los demás?
Prodiguemos a nuestros hijos toda clase de comodidades; pero, si les retiramos el amor, vivirán desdichados y neuróticos. Brindémosle a nuestra esposa todos los elementos del confort moderno; pero, si la dejamos sin cariño, no podremos hacerla feliz.
En verdad, ¿no es la ausencia de este afecto sincero la causa de la mayoría de los problemas humanos? Solo el poder del amor genera bienestar y armonía entre los miembros de la familia humana.
La excelencia del amor
Si yo tuviera el don de hablar en lenguas extrañas, si pudiera hablar en cualquier idioma celestial o terrenal, y no sintiera amor hacia los demás, lo único que haría sería ruido.
Si tuviera el don de profecía y supiera lo que va a suceder en el futuro; si supiera absolutamente de todo, y no sintiera amor hacia los demás, ¿de qué me serviría?
Y si tuviera una fe tan grande que al pronunciar una palabra los montes cambiaran de lugar, de nada serviría sin amor.
El amor es paciente, es benigno; el amor no es celoso ni envidioso; el amor no es presumido ni orgulloso; no es arrogante ni egoísta ni grosero; no trata de salirse siempre con la suya; no es irritable ni quisquilloso; no guarda rencor; no le gustan las injusticias y se regocija cuando triunfa la verdad.
El que ama es fiel a ese amor, cuéstele lo que le cueste; siempre confía en la persona amada; espera de ella lo mejor y la defiende con firmeza.
Un día se dejará de profetizar, de hablar en lenguas, y el saber ya no será necesario. Pero siempre existirá el amor.
–San Pablo (de La Biblia al Día).
Amor mal entendido
La palabra amor se ha prestado a las acepciones más variadas y equivocadas. Muchos entienden que el amor es una pasión. Entonces, anulan su razón y ciegan sus ojos a toda realidad que no sea su propio sentimiento desbordado. De ahí que la pasión produzca estrechez de espíritu, y degenere en celos y egoísmo. La crónica policial da cuenta cada día de personas que decían “amar pasionalmente”. Lástima que terminaron dando muerte al objeto de su amor.
También suele confundirse amor con sexo. Y, entendiendo que el amor no tiene barreras y debe expresarse libremente, muchos se han convertido en obsesionados por el sexo. Han encontrado por esa vía el único modo de “gozar” de la vida. No buscan el amor abnegado, sino el placer genital como su objetivo final.
Cuántos de los que orientan así su conducta viven luego vacíos, cansados, enfermos de erotismo; pretendiendo amar y, sin embargo, no conociendo todavía lo que es el verdadero amor. El amor genuino está dispuesto a dar cariño, pero no a hacer del sexo el interés dominante de la vida.
Los Escritos Sagrados señalan el amor como un noble atributo divino que el Creador quiere compartir con sus criaturas. Por lo tanto, ¿no es nuestro privilegio ser celosos cultores de esta preciosa virtud, con la seguridad de que quienes así lo hacen disfrutan de una vida mejor?
Frente a la necesidad