Emociones, el otro lado de la enfermedad. Edgardo Miguel Ruiz
con aquello que el alma de cada cual esté lista para ver
Con humildad, atribuye sus decisiones de soltar y aceptar el final de su vida desapegándose de todo, a lo que él considera que es un instinto de supervivencia. Nos revela que se admiraba de que en algún lugar estaba esa sabiduría y fortaleza de soltar. Quizá esto también nos ayude aprender a confiar en nosotros mismos, que todos tenemos recursos maravillosos que desconocemos, pero que solo nos son revelados conforme nos atrevemos y avanzamos en nuestra coherencia emocional. En palabras más precisas, no sabemos que tenemos esas fortalezas o sabidurías de antemano, solo cuando damos ese paso a lo desconocido, a lo temido.
Se trata una especie de batalla personal, que nadie puede dar por nosotros el laberinto inconsciente es único para cada uno. No nos son útiles las instrucciones de otros, pero sí que nos digan que tiene una salida, que nos animemos a perdernos para encontrarnos renovados. Vivimos en incertidumbres y creemos que eso está mal. Buscamos saber y comprender como expresión de necesidad de control, pero el control no es más que una falta de confianza. Porque cuando empezamos a confiar, cuando aceptamos, dejamos de controlar y aprendemos a fluir.
Su testimonio es una excusa válida y llena de incertidumbres que al menos a mí me enseñó que he de confiar, pues somos gotas de un mismo mar. Unas en zonas más profundas, otras más cálidas, en aguas calmas o agitadas, pero todos somos uno.
Lucas J. J. Malaisi
Presidente de la Fundación Educación Emocional
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Cuenta la leyenda de la vida, que cuando más desorientado se siente el ser humano ante la adversidad, más se fortalece superando obstáculos
Por esas “causalidades” de la vida, agradezco al universo formar parte entre su círculo de amigos. Pero debo confesar que, si bien somos colegas y amigos desde hace varios calendarios, nada me unió más a él que cuando esa mañana, en un escenario trivial (a la salida de un banco) aún con su rostro de asombro e incertidumbre, me revelaba la insólita e inesperada noticia: tengo cáncer. Aún recuerdo su mirada, intentando disimular su desconcierto para no asustarme, con un intento de mantener su rostro iluminado por su adorable sonrisa de siempre. También recuerdo: “a partir de ahora no tengo tiempo para otra cosa que para dedicarme a mi salud”. Ahí comprendí que ya estaba evolucionando a pasos agigantados, que ya estaba descartando todo lo efímero de su historia, estaba deconstruyéndose, para volver a nacer. Me dije a mí misma: “este zafa, estoy segura de que zafa” y siempre lo pensé así. De ahí en más, todo el resto lo relata muy bien él en este libro, el que tantas veces le pedimos que escriba sus afectos y conocidos. ¡Gracias, Edgardo, por cumplir nuestro deseo!
Admiro su capacidad de asumir su diagnóstico como una cuestión más de vida, de tomar las riendas con un cierto “estado de inconsciencia” (se lo he dicho varias veces), lo que tal vez sea un alto grado de madurez, sin entrar en pánico, y en vez de sentarse a llorar por la catástrofe inminente, usar su tiempo para torcerle el brazo al destino (si es que existe).
Qué placer verlo cada vez mejor, escuchar cada resultado de sus análisis posteriores era una fiesta, y otra, y otra cada vez mayor así hasta la remisión total INAUDITO. La mejor maratón de su vida sin dudas. Primer puesto entre miles asegurado. Pero sobre todo ganó la batalla a sí mismo, y surgió un nuevo Edgardo, enterito, sano, feliz. Tremendo aprendizaje.
Su mirada limpia, su cálido abrazo, ese abrazo que empecé a sentir recién cuando entendió que la conexión con el otro va más allá de lo meramente físico, que las distancias solo existen cuando las creamos, que somos energía. La claridad de sus ojos empañada por emociones reveladas desde lo más profundo; mi nudo en la garganta cuando nos hemos sincerado, compartido o cuestionado algunas cosas, charlado sobre lo que no cualquiera entiende, (incluso nosotros mismos).
Llamadas y encuentros de eternas charlas que detienen el tiempo entre lo concreto y lo abstracto, lo terreno y lo espiritual, perpetuo y lo efímero... Recuerdo cuando sin darse cuenta (porque era incrédulo), estábamos hablando de lo intangible, de lo que no se ve pero se siente, cuando cambió su “ver para creer”, por “sentir para creer”, le dije: “amigo, bienvenido al club”. Me sonrió.
Emociones reprimidas que enferman, emociones liberadas que sanan. Y en el medio de ambas, volver a nacer (el renacer duele), cambiar el pelaje, soltar el equipaje obsoleto, solo quedarse con lo indispensable, con uno mismo. Atreverse a reconocerse frente al cruel espejo, para poder reinventarse, dar vuelta la página, volver a empezar... Sanar las heridas, marcadas por los ancestros y vidas pasadas; sentir, vibrar, reconocerse un ser espiritual viviendo una experiencia humana. Y a partir de ahí, recomenzar siendo uno mismo, pero diferente al de ayer, una mejor versión, más liviana, sin ataduras, un ser en constante e ilimitada evolución, quien hoy mira la vida desde lo simple, sin perder su capacidad de asombro, lo cual hace sentirse pleno de disfrutar cada momento, agradeciendo toda experiencia vivida.
Él ERA mi amigo el incrédulo. Él ES mi nuevo amigo, el que sanó cuando empezó a creer en sí mismo. Al cual le estoy inmensamente agradecida por ayudarme a crecer cada día, por permitirme ser espectadora de lujo (así me define) en el escenario de su vida.
Gracias inmensas, querido amigo, por honrarme con este privilegio de prologar tu primer libro.
Querido lector: si está en tus planes vivir para ser feliz, este libro es para ti. Lo que ha escrito Edgardo desde lo más profundo de sus ser no se lo contaron, es su propia experiencia. Él te demostrará que SIEMPRE SE PUEDE.
“Donde hay vida, hay esperanza”
–(Stephen Hawking).
Silvia Zulema Luna
Introducción
En este libro cuento mi vida, una vida similar a otras, en la que veo con asombro cómo encaja cada parte, sintiendo ser el guionista que ordena las anotaciones de un ebrio escritor.
Somos títeres de un universo invisible a nuestros ojos, pero tangible a nuestra espiritualidad.
Doy total libertad a la imaginación del lector, para que de la interpretación que crea necesaria, siendo totalmente válida de acuerdo a su sentir y a sus creencias.
Originariamente de pensamiento cientificista, me adhiero a los hechos tal cual y como creo sucedieron en su momento. En esa situación, instintivamente, decidí buscar los porqué de la enfermedad; sin haber encontrado para ello las respuestas verdaderas.
La revelación aparece y cambia la lógica de los sentidos cuando transformamos los “porqué” en “Para qué”.
Mi interior dicta sucesos en apariencia fortuitos, que en forma aislada no dicen mucho pero cobran importancia si se los une. Encastran, se mueven como los engranajes de un reloj. Tenemos una vida increíblemente llena de mensajes, señales, y voces que nos quieren despertar, a las cuales, no les damos importancia y tozudamente ignoramos.
El universo habla, empuja, ilumina conservando su armonía. Llama a cumplir un destino, sus mandatos ancestrales o de otras vidas. Ordena las piezas; siendo precisamente ese orden preestablecido lo que el hombre intenta disociar en vano. Dando miles de destinos posibles para llegar al mismo lugar.
Escribo, todavía desde el asombro y de la incredulidad, sin tener en claro muchas cosas que en teoría y bajo una mente materialista newtoniana llena de creencias limitantes, no podrían estar sucediendo. Todavía en esas noches de desvelo, cuestiono mi realidad, en medio de la duda.
Estas