Emociones, el otro lado de la enfermedad. Edgardo Miguel Ruiz
Valoro la presencia de mis compañeros de viaje, sin ellos que confirmen los hechos, vagaría como en un sueño, perdido en el olvido de una mente atormentada. Aún siento ser un náufrago que en su desvarío último lanza su botella al mar
Narro de la trascendencia de quienes me rodearon sin importar la distancia, se puede estar cerca y a la vez lejos o a la inversa. Algo invisible llega, da vueltas y se mete dentro de uno. Transmitimos y recibimos haciendo difícil entender nuestra razón, es cuando cerramos nuestros ojos y evolucionamos.
Somos otros cuando somos agredidos por la invasión de los químicos inyectados, minan nuestra voluntad y nuestro aspecto. Justo en el preciso instante en que estamos acomodando nuestro interior. Se hace difícil batallar en los dos frentes, nadie puede entender qué nos pasa; estamos desconcertados. Siendo lo aconsejable, por mi experiencia, no apresurarse y pensar en un juego de ajedrez al que nuestros sentidos distorsionados debemos encauzar y seguir el juego.
Hasta el momento, veo como entre la ciencia y los médicos hacen su aporte, a veces, para bien, y otras no tanto. ¿Acaso se sabe de los efectos nocivos de la quimio?, ¿entienden los médicos que tienen que aportar un diagnóstico y no una sentencia? ¿Saben a ciencia cierta qué piensa un paciente ante la enfermedad? ¿En qué radican los diferentes tipos de reacciones de un paciente a otro ante la misma dolencia y mismo tratamiento? ¿Cuál es la real importancia que le da cada individuo a la palabra del médico?
En muchos casos, la palabra adquiere un valor casi místico, tanto para el paciente como para su familia. Desde tiempos inmemoriales, en los incipientes inicios de la medicina, el hombre herido, enfermo y entregado, rendía culto al que se creía que sabía más, sometiéndose sin discusión a innumerables prácticas de ensayo error con los más variados resultados.
Es cierto que se ha extendido la expectativa de vida del ser humano; hecho que parece no tener límites, pero ¿se sabe y se reconoce enteramente en las estadísticas, lo aportado por el paciente?
Agradezco lo actuado por la ciencia, y siempre recomendaría recurrir a las manos de un médico, siendo importante, que haya una cierta empatía entre paciente y facultativo. Tomando al diagnóstico como tal y no como una sentencia.
Hoy a la distancia, veo en la enfermedad un aviso de que algo hay que cambiar. Que llegamos a ella por no haber visto los carteles de velocidad máxima, stop, ni de desvío en la ruta. Nos alerta sobre lo que hacemos con nuestro cuerpo y con los demás, todo vuelve. También, que así como amamos la vida, tememos a la muerte.
A veces necesitamos de la enfermedad para que nos mimen, nos presten atención o nos cuiden. Desolados, entramos en pánico al saber que podríamos desaparecer. En tal vacío, Llegamos al punto de ignorar las posibilidades de sanar, prefiriendo morir a ser curados. Siempre se debe respetar toda voluntad.
Me doy cuenta de que lo que sentí en un primer momento era muy confuso, producto de ser contradictorio. Por un lado estaba la enfermedad con su carga emotiva de tristeza, miedo y dolor por la gravedad de la misma. Por otro lado, la calma, la búsqueda de algo firme y la extraña sensación, desde el principio, que mi inconsciente lo sabía todo, hasta de la cura.
Escribo sobre mi cáncer y su origen, haciendo referencia los ancestros y al árbol genealógico en general, como predisposición o caldo de cultivo. Al entorno tanto familiar como social, como detonante y desarrollo de la enfermedad. Al tratamiento médico tradicional, a la medicina complementaria y a las condiciones físicas, mentales y fundamentalmente emocionales. Siendo de vital importancia el logro de cambios de paradigmas tanto en lo mental como en lo espiritual; de esto último, el incipiente inicio del camino a tientas y lleno de prejuicios que incidieron en la cura o sanación.
Equivocado o no, aporto el punto de vista de un paciente en todas sus etapas, a veces con datos fehacientes otras de forma intuitiva.
Quizás el lector encuentre más respuestas de las que yo pueda dar, y vea desde su óptica, el entendimiento que yo todavía no puedo lograr. Esto recién empieza y el objetivo es que se pueda mejorar y se adapte a cada persona y a su circunstancia; no solamente en situación de cáncer sino también a cualquier enfermedad.
Espero que al terminar de leer este libro entiendan por qué digo que “soy la persona más feliz del mundo” y doy gracias a Dios o al universo por haber tenido cáncer.
De más está decir que mi vida cambió, conocí del ser humano el amor, la esperanza, la compasión, como así también, el odio, el rencor, el miedo y las miserias humanas. Sentí estar cerca de Dios y del infierno.
Aprendí más en estos últimos 7 años que en todos los años de mi vida anterior; entendí mucho de lo que había transcurrido y que, en apariencia, no tenía sentido. Me regaló un tercer ojo y una historia que contar.
No quiero decirle a nadie lo que tiene que hacer porque estaría dogmatizando y la vida no es así. Cada uno debe buscar su camino, y en él, su destino.
Soy un convencido de que todos pueden hacerlo, si lo quisieran, mucho mejor que yo. Ignoramos de lo que es capaz el ser humano y de la maravillosa combinación de mente-corazón, ambos sin utilizar en su totalidad.
Hoy a la distancia, comprendí como mi mente y mis pensamientos siguieron la lógica de llevarme a la enfermedad y luego, con el cambio emocional, a la sanación.
En el rol de enfermo, caemos en el encierro pensando en nuestras limitaciones cuando deberíamos pensar en nuestras potencialidades para poder descubrir que la cura está en nosotros.
Sabemos que no hay ciencia que sirva si alguien no se quiere curar, ¿Qué nos lleva a no pensar en sentido contrario?
El pensamiento es la llave, la clave de todo. Crea el mundo que vivimos, nos lleva tanto a la enfermedad como a la cura. En ese sentido, mis limitaciones fueron muchas y tuve que aprender mediante sacudones a abrir la mente a lo impensado. Y no sería del todo honesto si no confesara que todavía no encuentro explicación a mi reacción en situaciones críticas. En lugar de encerrarme y llorar mi desgracia, lamí mis heridas y acepté el final de mi vida. Por ahora se lo atribuyo al instinto de supervivencia.
Sé que todavía escribo con prejuicios derivado de un mundo basado en la incredulidad y el descredito. En cada línea noto plasmado una lucha interna entre ciencia y espiritualidad para no ser descalificado y con ello, no tenga valor para alguien que se debate en el dolor de un posible final.
Igualmente, caigo en la cuenta que si bien el tratamiento y monitoreo de mi enfermedad corren por el carril de los métodos tradicionales de la ciencia; esta no encuentra totalmente una explicación a mi reacción como paciente. Sin soslayar que no recurrí a nada extra que contaminara el resultado. Quedando entonces para el análisis en importancia, mi condición física y mental. En base a esto, al no ser un seguidor religioso y que no niega la existencia de un Dios o de un Universo que nos guía.
Escribo como alguien que va aprendiendo y evolucionando a tientas, buscando no caer en falsas conclusiones que desvíen las repuestas. Internamente convencido, que ligado a una apertura mental se abren infinitas posibilidades a una nueva vida, solamente mirando en nuestro interior.
Sigo mi voz interior y puede que me equivoque o que me fascine por algo que no es, pero también por oposición se puede aprender y evolucionar.
Asombrado con cada logro. Hice un bastión de cada frustración; tomándola como punto de partida; dando paso a una marcha atrás y su posterior reinicio inmediatamente.
Pude en definitiva descubrir, lo que es a mi entender, es el objetivo de la existencia humana en este mundo.
Va dedicado a ellos este libro y por su testimonio, a quienes lo puedan necesitar. No siendo yo un ejemplo, sino buscando dejar el mensaje esperanzador para sanar.
En mayo de 2013 me diagnostican un cáncer en estado terminal de colon grado cuatro con metástasis en el hígado. Hoy más de 7 años después no hay ni rastros de la enfermedad.
¿Qué creo yo sucedió? Lo relato a continuación