Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen
de los sobrevivientes, aparte de Jesse, parecía tener alguna noción de lo que estaba hablando.
Si la base de Tres estaba en otro lugar, es probable que siguieran activos. Es probable que todavía fueran capaces de combatir nuevamente. Por un momento, el enorme agujero que sentía en el pecho cada vez que pensaba en el refugio pareció cerrarse un poco. Solos, a duras penas podríamos hacer algo de daño a las defensas de la MM; pero con Tres, me parecía que teníamos una posibilidad real de interponernos en su camino.
—Encontramos suministros en la última ciudad en la que estuvimos —dije dubitativamente—. Yo… Nosotros… pensamos que tal vez alguien más podría haberlos puesto allí. Alguien que sobrevivió a la explosión.
La mirada de Jesse era incisiva, e inconscientemente me acerqué a Chase.
—Nadie más sobrevivió —dijo Sarah sombríamente.
—Hay rumores de un asentamiento en la costa —dijo finalmente Jesse.
Silencio absoluto.
—Son noticias viejas —continuó Jesse—. No estoy seguro de que todavía esté allí. —Miró hacia delante, como hipnotizado por las llamas—. Mañana nos dirigiremos más al sur. Si no los encontramos en dos días, ustedes estarán en libertad de llevar a su equipo de vuelta al refugio. O lo que queda de este.
—¿Estaremos en libertad? —bufó Jack—. ¿Qué te hace pensar que…?
—¿En dos días? —interrumpió la chica cuyo hermano aún estaba desaparecido—. ¿Qué va a pasar con las personas que ustedes dejaron a su suerte? Mi hermano necesita…
—¿Qué piensas? —le susurré a Chase mientras los otros comenzaban a discutir nuevamente—. Se supone que para ese plazo ya habremos regresado.
Él asintió, al tiempo que con el pulgar frotaba un pliegue entre sus cejas.
—Pero si encontramos un asentamiento, eso podría significar alimentos, suministros médicos…
—Tres —dije. Él asintió.
—Tal vez encontremos a Tres.
Teniendo semejante sensación de culpabilidad por haber dejado atrás a los heridos, la perspectiva de encontrar a Tres era demasiado grande como para dejarla pasar.
—Que sean solo dos días —dije—. Si no hemos encontrado un radio para entonces, regresamos. ¿De acuerdo?
La mirada de Jesse se paseó entre Jack y Chase, y finalmente volvió a mí. Él no miró a su gente; tal vez ya sabía que seguirían su liderazgo.
—Está bien —dijo Jack.
—De acuerdo —dijo Jesse.
PARTIMOS AL AMANECER.
La mañana era muy parecida a las de los días anteriores, solo que ahora no estábamos buscando canecas de basura vacías ni huellas, sino señales de un asentamiento permanente, y ya no éramos nueve, sino veintiséis. Pudimos dispersarnos y cubrir terreno con mayor rapidez. Con tantas personas con las cuales protegernos unos a otros, nos arriesgamos incluso a seguir la autopista que bajaba por la costa hacia Charleston, Carolina del Sur. Allí Rebecca y Sarah podían caminar con más facilidad, y Jack, que se estaba curando la herida de cuchillo en el muslo, podía cojear lentamente detrás de los demás.
Yo vigilaba a Rebecca lo más cerca que podía. Una suerte de intuición me impelía a no dejarla sola, y cada vez que ella se desprendía del grupo, yo estaba allí, haciéndole compañía. Si se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo, no dijo nada al respecto.
Jack y algunos de los otros del grupo de Chicago se juntaron en la parte posterior. Sus susurros no pasaron desapercibidos para mí. En más de una ocasión en que me acerqué, sus conversaciones terminaron abruptamente. Me preocupaba que no fueran a cumplir su palabra —que trataran de tomar el control o simplemente que desaparecieran—, y después de la forma en que nos habían recibido los supervivientes, no podríamos arriesgarnos a más disensiones. El silencio me destrozaba los nervios. El recorrido de hoy había sido tranquilo, pero sentía un hormigueo en la base del cuello. Tenía la impresión de que estábamos siendo observados.
A primera hora de la tarde, el vigoroso aroma de las naranjas nos condujo a un bosquecillo abandonado. Los árboles estaban cargados de frutas, y sobre la hierba, se veían los restos podridos de las que habían caído.
No éramos los únicos inquilinos. Ardillas, ratones, ciervos y gatos huyeron cuando nos acercamos. En el firmamento, los halcones volaban en círculos. Cazadores, mirándonos desde arriba.
Chase había pasado la mañana haciendo un reconocimiento del recorrido, pero me encontró una vez que nos detuvimos. Cuando se acercó, me hice la ocupada recogiendo naranjas, sin dejar de mirar a Rebecca, que dormitaba bajo un árbol. En medio de nuestra búsqueda, había logrado apartar de mi mente lo que sucedió la noche anterior con Rat y lo que había sucedido antes en el bosque. Pero ahora estos recuerdos flotaban entre los dos, pesados e imposibles de ignorar.
Chase se paró justo más allá del árbol, jugueteando con algo en su mano, como si esperara que yo lo detuviera. Cuando lo hice, aspiró velozmente, como a punto de zambullirse en agua fría; luego se acomodó bajo la sombra y tuvo que ajustar su posición hasta que encontró un lugar donde pudiera estar de pie sin golpearse la cabeza con las ramas.
—Lo siento —dijo.
—¿Por cuál de todas las razones? —No quise sonar sarcástica, pero las palabras de todos modos salieron de esta forma. Cuando se dejó caer sentado, puse a mis pies las naranjas que había recogido y limpié sobre el jean el zumo impregnado en las manos.
—El momento en que me comporté como un idiota —dijo aclarándose la garganta—. No quiero asustarte. Nunca.
Abrió la mano, y en su palma había una flor amarilla, parecida a una rosa, pero más pequeña. Cuando lo miré, abrió mi mano apretada y la depositó en ella.
Toqué los tiernos pétalos, aquellos que habían sobrevivido a su mano. La mayoría estaban doblados o partidos, pero seguían siendo hermosos. Algo revoloteó en mi interior cuando imaginé el momento en que él la encontraba y me la traía.
—Me parece que estoy destrozado —dijo sin levantar la mirada.
Me acerqué a su lado. Sentí que su tristeza se expandía sobre mí.
—Todos estamos destrozados —dije—. Simplemente tenemos que ayudarnos el uno al otro a salir de este hueco y recomponernos.
Mi mano, que sostenía laxamente la flor, descansó en el centro de su pecho, y la flor quedó apretada en medio de los dos. Chase se inclinó, con su frente tocando la mía. Sus ojos se cerraron.
—¿Qué pasaría si ya estoy muy lejos?
—Que te encontraría —dije—. Te traería de vuelta.
ME CONTÓ SOBRE LA PRIMERA VEZ que tuvo que robar comida, y los días después de que Jesse lo dejara en medio de las ruinas.
Historias de la guerra. Al principio no me soltaba la mano y me miraba con cautela, esperando que le indicara que no lo hiciera, pero después de un rato las palabras comenzaron a fluir con mayor libertad, y mientras nos dividíamos una naranja también me dijo cosas divertidas, sobre profecías del día del juicio final y los juegos de cartas de toda una noche que había jugado con los otros niños en los campamentos de la Cruz Roja. En poco tiempo, habíamos pelado otra naranja, y luego una tercera. Nos reímos cuando Sean apareció por entre las ramas. Me puse velozmente de pie, dándome cuenta de que había perdido la noción del tiempo.
—¿Has visto a Becca? —El pelo de Sean apuntaba en diferentes direcciones, como si se lo hubiera estado halando.
Me abrí paso a través de las ramas hacia el callejón entre las hileras de árboles, con el miedo enrollándose en mi estómago. Apenas un minuto atrás Rebecca había estado durmiendo aquí, pero en mi distracción se las había arreglado