Su Lobo Cautivo. Kristen Strassel

Su Lobo Cautivo - Kristen Strassel


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otra, y ahí no estábamos ayudando a nadie. Pero nadie quería escapar de Forever Home.

      —Shea huyó por lo que le hizo a Archer —refunfuñó Dallas, lamiendo su pata y mirando a Major. Pero no se separó de Lyssie. De los hermanos que me quedaban, Dallas guardaría rencor mucho más tiempo que Baron. Baron haría cualquier cosa por encontrar una solución pacífica todo esto.

      —Otra cosa que debemos arreglar cuando salgamos de aquí.— Me abalancé sobre Major otra vez—. Shea tiene que pagar por lo que le hizo a mi hermano.

      —Hizo lo que debía. —Major no se echó atrás—. Tú hubieras hecho lo mismo en el ring esa noche. Tú mismo lo dijiste. Y planeabas hacerme lo mismo a mí. ¿Buscabas una recompensa por tu cabeza? Porque ahora todos tenemos una, con Ryker desmadrado por ahí. No hay tiempo para jugar limpio, Shadow.

      Me di la vuelta. Que le jodan. Juntar a las manadas no sacaba a Shea de mi lista negra.

      Pero Major tenía razón sobre Trina. No se podía saber cómo reaccionaría a nuestra transformación. Cualquiera que hubiera pasado un tiempo en Idaho había oído hablar de los hombres lobo. Algunos ancianos del pueblo se referían a nosotros como «karma», porque nos encargábamos de problemas que ellos no podían. A menos que fueran los Lowe, que provocaban más. Pero ninguno de esos paisanos nos había visto en acción.

      No me sorprendió que los Lowe no se relacionaran con las mujeres. No era su estilo. Tenían una idea diferente de la libertad que mis hermanos y yo.

      Trina no nos trataba como animales salvajes. Nos respetaba más que algunos lobos de Sawtooth —especialmente Ryker, las lobas y sus compañeros—. Nunca nos facilitaron nada. No me quejaba, pero era agotador. Fue un alivio dejar de luchar por unos días, aunque solo fuera hasta la luna llena. A pesar de que hablaba con cada uno de sus huéspedes —así llamaba a todos los animales que se alojaban con ella en Forever Home— como si fuera su amigo, parecía algo personal. Ella pensaba cada palabra que decía. Con Trina no eran formas de hablar.

      Si tan solo fuera una loba. Pero entonces nunca la tendría. Era imposible de cualquier manera. Nunca me había molestado tanto antes de la captura. Me estaba dando cuenta de que mi tiempo venía con fecha de caducidad.

      Nos salvó la vida y yo haría cualquier cosa por ella. Al principio era una cuestión de principios. Pero se fue convirtiendo en un sueño. Una cara linda para no pensar en el horror de los últimos seis meses. De lo contrario, cada pensamiento acababa en un plan de venganza. Sin Trina, me volvería tan sediento de sangre como Major.

      Cuanto más tiempo pasábamos ahí, más me iba obsesionando. Trina me hacía querer más y darme cuenta de lo mucho que me faltaba sin una pareja. Solo en la semana que llevábamos ahí, ya me había percatado de sus hábitos, como cantar desafinando con la música country de la radio mientras limpiaba las jaulas o silbar como un pájaro mientras hacía papeleo. Y lo rápido que su felicidad se desvanecía en algo mucho más oscuro, algo perturbador. Siempre volvía a los animales, confiaba en nosotros para que le diéramos fuerza cuando no podía hacerlo todo ella sola.

      Trina también necesitaba más.

      —Dios mío, ¿qué ha pasado aquí? —Una joven asomó la cabeza por la maltrecha puerta con un caniche gimoteando en los brazos.

      —Estamos de reforma —dijo Trina forzando una sonrisa falsa. Los demás voluntarios se dispersaron. Trina era su alfa. Una mujer como ella me haría más fuerte. Haría nuestra manada más fuerte—. ¿En qué te puedo ayudar?

      —Ah. —La chica era demasiado educada para rebatirla en voz alta—. Este es el perro de mi abuela. O lo era. Mi abuela murió.

      —Siento mucho oír eso.

      La visitante suspiró profundamente antes de continuar.

      —Ninguno de nosotros puede cuidar a Candy, es esta cachorrita. Vivo en una residencia, y mi madre está demasiado ocupada. Estoy segura de que hay alguna familia deseando quedársela. O a lo mejor otra abuelita. Es una perra muy buena.

      Trina se acercó a la joven y le dio una palmadita en la cabeza a Candy, murmurándole algo.

      —Ya veo. Ahora mismo, estamos llenos. Tengo un par de citas para adopción esta semana. Puedo apuntar su nombre y número, y cuando salga algo, le aviso… Es todo lo que puedo hacer.

      —Bueno. —La cara de la chica languideció—. No nos quedamos en Granger Falls mucho más, y no sé a dónde llevarla. ¿No hay alguien que pueda quedársela?

      —Somos el único refugio de la ciudad —dijo Trina suspirando, y la sonrisa se desvaneció. Se movía nerviosa, como si el hecho de moverse hiciera de alguna forma espacio para la perra—. Voy a hacer un par de llamadas a los refugios de la zona, pero la Mayoría de los que no son mataderos están igual que nosotros.

      —Es una buena perra —repitió la chica—. De verdad quiero que encuentre un buen hogar.

      —Lo sé. Yo también.

      Trina dio un puñetazo al contrachapado recién colocado y se deshizo en lágrimas en cuanto Candy y la mujer se fueron. Lo hacía a menudo, cuando una cita de adopción no resultaba bien o no podía acoger a un nuevo huésped.

      En una semana, tendría cinco plazas más. No podíamos cagarla. No eran solo nuestras vidas las que estaban en juego.

      Me puse a los talones de Trina cuando dejó a los gatitos de nuevo en su redil.

      —Cuidado —me soltó por poner la nariz demasiado cerca de las barras. Dejó caer su mano distraídamente sobre mí. Mi pelaje ya estaba mucho más tupido. Los metamorfos nos curamos rápido. Todos habíamos ganado peso y casi me sentía recuperado—. Creo que esta va a ser la noche. Te voy a llevar a casa conmigo. Tenemos que hacer hueco aquí.

      Major empujó contra la parte delantera de su jaula.

      —¿Cómo has convencido a tu novia para que te lleve a una cita?

      —No preguntes —le dije con un resoplido—. Es el primer paso para salir de aquí.

      Los demás lobos gimotearon desde sus jaulas cuando seguí a Trina hacia la puerta. Teníamos hambre de libertad.

      —Pronto será vuestro turno, lo prometo —dijo Trina por encima del hombro, tratando de calmarlos—. Solo tengo sitio para uno ahora mismo.

      Me llevó a su camioneta. Estaba negra y destartalada, y no arrancó a la primera.

      —Maldito pedazo de chatarra. —Pegó un puñetazo al volante. Funcionó, el camión arrancó al siguiente intento. Me miró y sonrió. Su pelo casi parecía rubio bajo el último sol de la tarde. A menudo me preguntaba cómo sería como loba, con pelaje dorado y ojos verdes. Preciosa—. Menudo día. Ni siquiera te he dado un nombre. Tienes un pelaje gris tan bonito… ¿Humo? No, no queda bien. Pero servirá por ahora.

      En seis días, sería capaz de decirle mi nombre y mucho más. Eso si se paraba a escucharme. Quizá debía huir, si tenía oportunidad, para evitar que lo hiciera Trina. Después de seis meses, nuestras transformaciones podían ser complicadas. Si es que nos transformábamos. Todos estaríamos fuertes para la metamorfosis de ese mes, pero ninguno de nosotros había permanecido tanto tiempo como lobo. No pasaría sin efectos secundarios.

      Nos dirigíamos a una pequeña cabaña de madera al borde del bosque. La tierra húmeda y la savia de los árboles inundaron mis fosas nasales. Si salía corriendo hacia el bosque, ella nunca me atraparía. Sería libre.

      Pero si lo hiciera, nunca volvería a ver a Trina. O sí, pero no habría forma de convencerla de que yo era el lobo que ella rescató y cuidó con tanto amor. No iba a ser fácil, pero nada bueno lo es, nunca.

      La cabaña tenía un porche delantero que daba al valle. Los colores, llenos de vida, contrastaban y se mezclaban a lo largo de las ondulantes colinas, reflejándose en el lago a su vez. Una brisa fresca me acariciaba el pelaje, pronto veríamos la nieve caer.

      —Bienvenido a casa —dijo Trina, con los brazos


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